Capitulo 3

Lo empujó con fuerza y se metió al coche. Arrancó sin rumbo, con el corazón roto y la mente hecha añicos.

Condujo hasta su oficina. Allí, el silencio era absoluto, distinto al de su casa manchada de traición. Caminó entre las mesas, las telas, los maniquíes, los bocetos colgados en la pared. Todo lo que había construido con esfuerzo la miraba como un recordatorio de que no estaba sola, aunque se sintiera así.

Se sentó en el sofá, tomó su teléfono y marcó.

—Vamos, mamá… contesta —susurró.

La contestadora respondió. Isabella suspiró y habló con la voz quebrada.

—Hola, mamá. Perdona que te llame tan tarde… solo quería que supieras que iré a verte. Espérame. —Colgó, dejando escapar un sollozo.

Se acurrucó en el sofá, abrazada a sí misma, y el cansancio la venció.

A la mañana siguiente, el sol se filtraba por los ventanales iluminando su rostro dormido. Isabella se removió entre sueños hasta que sintió una caricia suave en su mejilla. Abrió los ojos de golpe.

Alejandro estaba allí, inclinado sobre ella, con esa sonrisa que antes le derrumbaba las defensas.

—¿Qué… qué haces aquí? —preguntó, asustada, retrocediendo.

—Quiero que hablemos —respondió él, con calma ensayada.

Isabella se levantó de golpe, el corazón acelerado.

—No tengo nada que hablar contigo.

Alejandro se acomodó en el sofá, cruzando las piernas con una serenidad que irritaba.

—Claro que sí —dijo, mirándola fijamente—. Hablemos.

Isabella lo observó con incredulidad y una sonrisa amarga se dibujó en sus labios.

—¿De qué se supone que debemos hablar, Alejandro? ¿De cómo me traicionaste en mi propia casa? ¿De cómo te revolcabas con esa zorra en nuestra cama?

Él no parpadeó. Solo suspiró y soltó una frase que la dejó helada:

—Olvida todo lo que sucedió… y vuelve a casa.

Isabella soltó una carcajada, vacía, cargada de rabia.

—¿Olvidar? —repitió, fulminándolo con la mirada—. ¿Quieres que borre la imagen de mi marido desnudo con mi mejor amiga? ¿Quieres que actúe como si no hubiera visto nada?

Por un instante el silencio se hizo espeso. Alejandro, sin inmutarse, inclinó la cabeza.

—Si no quieres volver —dijo con voz gélida—, entonces te quitaré todo lo que te he dado.

El alma de Isabella se estremeció.

—¿Qué… dijiste?

—Eso mismo —respondió, directo—. La casa, la oficina, la empresa… todo lo que tienes lo obtuviste gracias a mí. Si decides marcharte, te irás con las manos vacías.

Ella sintió un nudo en la garganta, pero se negó a cederle una lágrima.

—¿Así piensas castigarme? ¿Convirtiéndome en nada?

Alejandro sonrió con cinismo.

—No es un castigo, Isa. Es la realidad. Todo esto existe porque yo te lo di.

Isabella lo miró, furiosa y herida, pero con una calma que empezaba a parecer peligrosa.

—¿Cómo puedes ser tan miserable? —dijo—. Hubiéramos podido hablar, encontrar soluciones. Pero me engañaste con mi mejor amiga. ¡Eso no tiene arreglo!

Él intentó acercarse, con los brazos extendidos.

—Isabella, yo… —intentó decir.

Ella retrocedió de inmediato, repulsiva.

—¡No me toques! —gritó.

Alejandro apretó la mandíbula. Esa negativa le hirió el orgullo más que cualquier insulto.

—Bien —dijo al fin, con frialdad—. Si eso quieres, adelante. Lárgate. Y saca todas tus cosas de mi empresa.

Isabella lo miró por última vez, con el corazón desgarrado pero con una chispa de determinación encendiéndose en sus ojos.

—Me iré, Alejandro. Pero no como una perdedora. Tú me verás caer… y levantarme más fuerte de lo que imaginas.

El silencio que quedó entre ellos fue más brutal que cualquier grito.

La puerta de la oficina se abrió de golpe. Olga entró con paso decidido, sonrisa de triunfo en los labios.

—Buenos días —dijo con tono insolente—. Veo que aún estás aquí, Isabella. ¿Por qué no te largas de una vez y dejas en paz a Alejandro?

Isabella la miró con furia contenida.

—Será mejor que me vaya, antes de perder la paciencia y desgollarte aquí mismo —respondió con voz baja, helada. Tomó su cartera con dignidad—. Mi abogado se pondrá en contacto contigo.

Alejandro, que observaba todo con el ceño fruncido, intervino:

—Lo estaré esperando —dijo con frialdad.

Isabella le sostuvo la mirada un segundo.

—Perfecto —replicó—. Prepárate.

Se giró y caminó hacia la puerta, pero Alejandro la alcanzó antes de que saliera. Le sujetó el brazo con firmeza.

—Vamos, Isabella —dijo con un dejo de súplica—. Olvidemos todo lo sucedido.

—¿Qué? —Olga abrió los ojos, incrédula—. Alejandro, ¿qué estás diciendo?

Él volteó hacia ella, cansado de su intromisión.

—¡Cállate, Olga! —rugió.

De nuevo fijó su atención en Isabella.

—Si haces lo que te digo, todo esto seguirá siendo tuyo —dijo señalando la oficina—. Pero si no… desde hoy seremos enemigos.

Isabella sonrió con ironía.

—Perfecto —contestó—. Me parece bien. Seremos dos extraños. Haz lo que quieras con todo esto.

Se soltó de su agarre y salió de la oficina. Alejandro la siguió de inmediato, desesperado.

—¡Te daré la última oportunidad, Isabella!

Ella se giró; sus ojos brillaban de lágrimas y rabia.

—Ya déjame en paz. Quédate con todo esto. No necesito tu dinero, no quiero nada de ti.

Encontró una caja en la esquina y empezó a meter sus cosas: bocetos, carpetas, un par de fotos. Alejandro se acercó, la voz quebrándose entre ira y súplica.

—¡Basta, Isabella! —gritó—. Deja eso, hablemos. Te lo suplico… quédate. Vivíamos muy bien.

Ella levantó la vista, clavando sus ojos en los de él.

—¿Muy bien? —soltó con una carcajada amarga—. ¡Claro, Alejandro! Sobre todo tú vivías muy bien, divirtiéndote cada vez que yo salía.

—¡Vamos, Isabella! —él extendió las manos, intentando justificarse—. Soy un hombre, tengo necesidades.

Ella lo miró con asco, sosteniendo aún la caja.

—Dime algo, Alejandro… ¿Te hubiera gustado que yo te fuera infiel?

Él la miró con frialdad, la mandíbula apretada.

—Te mato si me hubieras engañado.

Isabella soltó la caja, incrédula.

—¿Me matarías? ¡Qué cinismo el tuyo!

Alejandro avanzó un paso, implacable.

—La mayoría de los hombres lo hacen —dijo con crudeza—. Lo importante es que nadie se entere. Es solo… una aventura.

Isabella lo fulminó con la mirada.

—¿Una aventura? —repitió, con voz cargada de veneno—. Dime, ¿Olga también lo entiende así? ¿Ella sabe que solo es “una aventura”? Porque, por lo que veo, ha estado esperando algo más que tus migajas.

El rostro de Alejandro se tensó. La tomó con brusquedad y la acorraló contra la pared.

—Y si lo olvidamos todo, Isabella… ¿Qué? —preguntó, sus labios a centímetros de los suyos.

Ella sostuvo la mirada, sin temblar.

—No, Alejandro. Ya no eres mío… ni yo tuya. Lo nuestro se acabó. —Su voz se quebró, pero sus palabras fueron firmes—. Y no me volverás a tocar.

Alejandro se quedó quieto, mirándola como si de pronto no supiera quién era esa mujer. Isabella apartó su mano de un golpe seco, recogió la caja y caminó hacia la salida.

Cada paso que daba era el final de una historia… y el inicio de otra.

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