Isabella subió a la habitación, el eco de la conversación de la cena resonando en su mente. Una fiesta de bienvenida. Un escenario aún más colosal para su mentira. Se quitó la ropa, se puso su toalla y entró al baño. El vapor abrasador no logró disipar la ansiedad que sentía.
Al salir, se acercó a la ventana panorámica. Se quedó allí, observando la vasta extensión de la ciudad de noche. Los miles de luces distantes parecían indiferentes a la farsa que se desarrollaba en la mansión. Era su primera noche de convivencia real, y el miedo era una sensación gélida y tangible.
La puerta de la habitación se abrió suavemente. Dimitrix entró. Isabella no se movió, sintiendo su presencia sin necesidad de girarse.
—Pensé que te habías dormido ya —dijo él, su voz era neutral, despojada de la burla o la orden.
Isabella sonrió, un gesto pequeño.
—No, aún no tengo sueño.
Dimitrix caminó lentamente hacia la zona de estar.
—Estás nerviosa, ¿verdad? —preguntó, aunque no era una pregunta.
Ella se giró par