La abuela e Isabella se encontraban en el ala de lujo del centro comercial más exclusivo de la ciudad. Las tiendas aquí no vendían ropa, vendían estatus. Estaban frente a la entrada de la boutique de alta costura, un lugar donde los vestidos costaban más que un coche.
El teléfono de la abuela sonó. Ella lo sacó de su bolso, miró la pantalla y luego miró a Isabella con una disculpa implícita.
—Ve tú, hija. Mira cuál de esos vestidos te gusta. Yo tengo que responder esta llamada. Es urgente.
—Está bien, abuela, ve. Yo me quedaré mirando.
La abuela se retiró unos pasos para tomar la llamada, dejando a Isabella sola en el umbral de cristal. Isabella entró con cautela. Las luces suaves destacaban las telas exquisitas.
Isabella, la modista en el alma, empezó a admirar la confección de los vestidos. Su mente analizaba los cortes, las costuras invisibles, la calidad del encaje. Se acercó a un diseño espectacular, un vestido de noche bordado en seda cruda. Al mirar la etiqueta del precio, qued