Isabella se detuvo frente a la puerta del despacho, respirando hondo. La decisión de acercarse a Dimitrix era un impulso, una necesidad de romper el silencio incómodo que la acompañaba desde el flashback de la traición. Tocó suavemente.
Dimitrix, inmerso en un informe financiero, levantó la cabeza.
—Adelante —dijo sin alzar la voz.
Isabella abrió la puerta con una sonrisa cautelosa.
—No interrumpo, ¿verdad?
Él la miró, la primera vez que la veía en un ambiente tan íntimo. Su rostro no tenía el rastro de la ira de la noche anterior, solo una curiosidad genuina.
—No, claro que no. ¿Qué se te ofrece?
Isabella sintió una punzada de nerviosismo.
—Bueno, la verdad, solo vine para saber si se te ofrece algo. ¿Un café? ¿Un té?
Dimitrix la observó. Era la primera vez que alguien le ofrecía algo cuando trabajaba en el despacho; su abuela sabía que no le gustaba que lo molestaran. Y era la primera vez que él no se molestaba por la interrupción. La presencia de Isabella era extrañamente calmante.