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Capítulo 6: El expediente de un idiota.

Dimitri sentía el peso de la libreta de Isabella en el bolsillo interior de la chaqueta: un fajo de papel que contenía la llave para desbloquear el futuro que acababa de crear. A diferencia de Isabella, que se había alejado con el corazón acelerado, Dimitri regresó a su apartamento con la precisión fría de un cazador que evalúa a su presa. Su primer paso no fue dejarse llevar por la emoción, sino actuar: consultar el expediente.

Una vez en su despacho, un santuario de cuero y maderas oscuras, Dimitri encendió el ordenador. No se dedicó a búsquedas superficiales. Hizo una llamada a un contacto legal de su bufete, un hombre que operaba en las sombras de los registros públicos y privados.

—Necesito un expediente completo y lo quiero antes del amanecer —dijo con voz grave y firme, sin dejar lugar a réplicas.

Al otro lado de la línea, una voz áspera respondió sin hacer preguntas:

—Dime los datos.

Dimitrix dictó con precisión el nombre completo de Alejandro, el domicilio conyugal y la fecha del matrimonio.

—Lo tendrás, Dimitrix. No te preocupes por la urgencia —contestó el contacto, y colgó.

Dimitrix se sirvió un vaso de whisky ámbar, pero no lo bebió de inmediato. Se sentó y contempló la libreta. La caligrafía de Isabella era pulcra, pero apresurada, como si cada letra le quemara la piel. Por primera vez, se permitió pensar en ella más allá de su utilidad para la farsa. ¿Quién era la mujer que había llamado «idiota» a su esposo con tanta rabia contenida?

Pasaron unas horas antes de que la pantalla del ordenador cobrara vida con un archivo cifrado: el expediente de Alejandro. Dimitrix comenzó a leer, moviendo solo los ojos. En el mundo de la alta sociedad, los divorcios son transacciones financieras, pero este documento estaba manchado por recortes de prensa amarillista.

El primer golpe fue la naturaleza del matrimonio. No se trataba de un desacuerdo mutuo. Isabella había descubierto la infidelidad de Alejandro en el peor momento posible. El informe detallaba que Isabella había regresado a casa de un viaje familiar sin avisar y había encontrado a Alejandro con su amante en la cama conyugal.

El impacto emocional de la escena se percibía incluso en el seco lenguaje legal del documento: «La señora Isabella M. sorprendió a la parte demandada (Alejandro N.) en el domicilio conyugal, lo que derivó en altercados familiares. El descubrimiento de la infidelidad fue el detonante inmediato de la ruptura».

Dimitrix sintió un escalofrío de desprecio. La palabra «idiota» de Isabella resonaba ahora con una justicia brutal. Alejandro no solo le había sido infiel, sino que también había destruido su hogar de la manera más cruel e irrespetuosa.

Sin embargo, la furia de Dimitrix se desató al examinar los anexos financieros: Alejandro no solo había roto los votos matrimoniales, sino que también había desmantelado metódicamente la vida profesional y los sueños de Isabella.

El informe de los bienes conyugales era devastador. Dimitrix descubrió que Isabella había sido una joven promesa en el mundo de la moda, con un talento innato para el diseño y la moda. Había invertido una pequeña herencia familiar y ahorros de años en abrir un pequeño estudio, el inicio de lo que soñaba que sería una gran casa de moda. Alejandro, aprovechando la ingenua confianza de Isabella, la había convencido para que invirtiera el capital en uno de sus negocios. Cuando el matrimonio se rompió, él transfirió legalmente el estudio de modistería a su nombre con documentos falsificados, vació las cuentas bancarias que contenían los ahorros de Isabella y, al presentar los papeles del divorcio, alegó que el estudio había generado «pérdidas masivas» y que ella no tenía ingresos propios, por lo que no le correspondía ninguna compensación.

Dimitrix apretó el vaso de whisky con tanta fuerza que se le pusieron blancos los nudillos. Alejandro era un depredador calculador. La había dejado vacía, tanto emocional como financieramente.

El expediente incluía una fotografía reciente de Isabella, tomada discretamente en la calle. No se parecía en nada a la mujer altanera y con fuego defensivo que Dimitrix había conocido en el restaurante. Era una Isabella de ojos apagados, una sombra de la joven llena de sueños que las notas de prensa describían hacía tres años.

Entonces comprendió la verdadera profundidad de su tristeza. Su voz dura, sus barreras, el miedo que la había paralizado cuando se tiró delante del coche... Todo era el resultado de haberlo perdido todo: su dignidad, su hogar, sus sueños de modista.

—Por eso lo llamaste idiota, Isabella —murmuró Dimitrix para sí mismo, sintiendo una punzada que no era lástima, sino una extraña necesidad de reparación.

El divorcio aún no se había finalizado debido a una trampa legal impuesta por Alejandro: una cláusula de apelación que el exmarido había activado para seguir hostigándola. Dimitrix no lo iba a permitir.

Cerró el expediente de Alejandro con una decisión firme. No solo iba a ser un «esposo falso», sino también el ejecutor de la justicia.

Se puso en pie, con la mente trazando un plan agresivo y preciso. No bastaba con anular la apelación, había que destruir el entramado financiero de Alejandro usando la misma manipulación legal con la que él había actuado. Dimitrix tenía los recursos, los contactos y, ahora, la motivación.

Tomó el teléfono y, en lugar de llamar a su bufete habitual, marcó un número especializado en «limpiezas rápidas».

—Quiero que el divorcio de Isabella M. esté firmado y sellado por un juez antes del mediodía —ordenó Dimitrix con un tono inquebrantable. Después, quiero que le hagan llegar la información sobre la anulación de su matrimonio.

—Así será, señor Dimitrix —respondió la voz al otro lado, fría y eficiente.

La farsa del matrimonio con la abuela era solo la superficie. En el fondo, se trataba de un juego de poder que Dimitrix iba a jugar hasta el final. Y, por primera vez en mucho tiempo, su motivación no era puramente egoísta. Quería ver regresar ese fuego y esa ambición a los ojos de Isabella.

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