La vida de Leah Presley podría considerarse normal, pero el día en que sus padres le habían informado de que la querían enviar a Francia su vida cambió radicalmente, no solo por el hecho de que no quería salir del país, sino que le habían concertado un matrimonio con Kevin Hill. Un hombre ambicioso marcado por el dolor y la pérdida de su esposa Dulce Hill, Kevin tenía la entereza y la religión de conquistar territorio Brasileño en negocios, algo muy difícil de lograr por el mercado, unirse a Leah Presley le daba salida directa, pero aquel matrimonio no será fácil como ambos involucrados pensaron y el pasado golpeara las puertas hasta el punto de derrumbar los cimientos construidos.
Leer más- ¡Detente! - Leah Presley estaba con lágrimas en los ojos, mientras una mujer la estaba empapando con el agua de una manguera, los empleados de la Casa Hill solo observaban y niegan con la cabeza ante los abusos que sufre Leah en esa casa y nadie la defiende o mejor dicho nadie tiene permitido defenderla. Hacer aquello era como firmar la sentencia de muerte.
- Eso te pasa por entrar en la habitación de mi hermana - Verónica Navarro estaba riendo como una demente mientras dejaba que el agua entre en contacto absoluto con Leah. - Yo no he entrado allí - Leah trató de decir algo más, pero el chorro de agua golpeó con fuerza su pequeño rostro con maldad. - Tú sabes que le diré a Kevin y bien que no va a dejarte ir fácilmente — Verónica sonríe con maldad. Era evidente que Verónica estaba disfrutando aquel suceso. - ¿Por qué haces esto? - Leah ya empezaba a temblar por el frío que estaba sintiendo. - Porque no debiste casarte con él, nunca vas a ocupar el lugar de mi hermana eso me corresponde a mi. Yo debí ser la esposa de Kevin Hill, no una cualquiera como tú. - ¿Estás enamorada de Kevin? - Pregunta Leah, Verónica se acercó a Leah y la tomó fuertemente de la barbilla. - Si, siempre estuve enamorada de Kevin, siempre estuve dispuesta para él, pero nunca me había mirado y llegaste tú, llegaste y me arrebataste el sueño por el que he luchado durante tanto tiempo. - Debiste decírselo - Leah trató de hablar más, pero el frío ya no se lo permitió. - Cuando se lo iba a decir ya apareciste como su esposa, todo fue por tu culpa, eres una maldita Leah, tú eres la razón de mi infelicidad. - Eso no es mi culpa — Leah trata de defenderse. - Claro que lo es, todo es por ti - Ruge Verónica, empujando a Leah que cayó en el suelo, ya que el empujón fue inesperado. - ¿Qué está ocurriendo aquí? - Una profunda y poderosa voz que irradiaba la superioridad en todo su esplendor se había escuchado, Leah pudo ver la imponente figura de su marido, el rubio de ojos azules más elegante, hermoso, Kevin Hill fácilmente podría presentarse como Rey del Universo y ganaría incluso un ciego podría sentirlo y calificarlo como el más hermoso. - Tu esposa nuevamente entró en la habitación de mi hermana - Verónica prácticamente estaba llorando, los ojos azules de Kevin podían traspasar el cuerpo de Leah al escuchar la acusación de Verónica. - ¿Hiciste eso? - Kevin destila crueldad y desprecio hacia su pequeña esposa que estaba sentada en el suelo y en charco provocada por el agua derramada. - Yo no hice eso - Leah quería defenderse colocándose de pié. - Eso es mentira, yo la he visto y se probó el vestido negro de Dulce aquel que le habías regalado en el aniversario de bodas. - Eso es mentira, yo nunca haría eso - Leah estaba a punto de volver a caerse por el frío. - Sube a tu habitación Leah, ajustaré cuentas contigo en un momento - Leah no dudo en subir a la habitación dejando a Kevin y Verónica a solas. Las piernas de Leah se sentían débiles, mientras subía por las escaleras hasta llegar a su habitación, se había puesto a llorar, la mujer sabe que no había entrado en aquella habitación, nunca entró en la habitación de la Primera esposa de Kevin, Dulce Hill, el gran amor del hombre con el cual ahora estaba casada, Dulce había muerto en un accidente de tránsito, Leah niega con la cabeza puesto que, respeta mucho la memoria de aquella mujer, pero tal parece que Verónica Navarro no entendía aquello y mucho menos le importaba más que sus propios planes de destruirla y acusarla ante su esposo. Leah se había sobresaltado cuando la puerta de su habitación es abierta y con más razón al ver a Kevin parado allí, el hombre cerró la puerta sus ojos azules eran dagas filosas capaz de herir profundamente. - Así que estas desobedeciendo mis ordenes - Kevin se veía aterrador, era un príncipe encantador y siniestro. - No he desobedecido ninguna orden - Ella agacho su cabeza, pero Kevin se mantuvo en silencio. - No lo vuelvas a hacer, porque la próxima vez no tendré consideraciones contigo esa habitación es sagrada y nadie tiene permitido entrar en ella, mucho menos tu, que no estás calificada para hacerlo eres una simple esposa de papel - Su voz irradiaba mucha frialdad y su mirada el desprecio, de inmediato Leah se había sentido pequeña ante su esposo. - Lo tengo claro, pero... - No quiero escuchar tu voz - Kevin se mostró aún más molesto - No trates de defenderte cuando cometiste el error, cuando te casaste conmigo sabías perfectamente las reglas, no debías de ilusionarte con un matrimonio falso y además, debías de respetar esta casa, porque es la casa de la mujer que amo aquí he vivido con mi esposa con la mujer que mi corazón había escogido, tu solamente tienes permitido entrar en esta habitación lógicamente porque duermes aquí, además de la cocina, el comedor y el Patio que está hacia atrás, más ya no tenías permitido ¿pero qué hiciste? Te atreviste a poner un pie en la habitación que era de ella y si no fuera poco te pusiste un vestido de ella, eso es algo que yo no voy a tolerar jamás contigo o con cualquier otra persona, así que es mejor que te eduques y conozcas cual es tu lugar en esta casa, porque déjame recordarte que no eres nadie, hasta un mueble es más importante que tu. Las palabras de su esposo la empujaron en un profundo laberinto desconocido y tenebroso, había escuchado que si Kevin Hill llegaba a enfurecerse, podría acabar con cualquiera. - Si es posible no te cruces en mi camino, no quiero ni imaginar que estas respirando en el mismo lugar que yo, y la próxima vez que te atrevas a entrar y tocar algo de la habitación de Dulce, te juro que vas a arrepentirte - Kevin destila crueldad en todo su esplendor. - Lo entiendo - Leah había tratado saliva ¿Cómo podría defenderse? ¿Cómo diría que ella no había entrado en aquella habitación cuando no hay manera de demostrar aquello?. - Tal parece que no entiendes nada, porque fue lo primero que te había dicho y no me estás obedeciendo, te estoy dando una última advertencia una última oportunidad, si haces una cosa más indebida incluso podría matarte - Leah trato de alejarse, pero Kevin se lo impidió - Déjame volver a recordarte algo, solo estamos casados por una obligación de cláusulas empresariales, te desprecio porque sé que estás tratando de ocupar el lugar de mi esposa, pero déjame decirte que aquello nunca va a ocurrir, en mi vida nada más importa Dulce, tú eres una simple mujer que quiere aprovecharse de muchas cosas y una de ellas es el matrimonio, se que como cualquier otra mujer querrás engatusarme utilizando tu cuerpo, pero me da asco incluso pensar en ti, esto te lo digo para que conozcas tu lugar, te quiero lejos de esa habitación, Leah.—¿Cuál es la razón de este comportamiento tuyo? —preguntó Kevin, acercándose hasta quedar a su espalda—. ¿Qué problema tienes con Verónica? ¿Por qué insistes en hacerme enojar? Leah lo escuchaba, sintiéndolo demasiado cerca, pero no se atrevía a darse la vuelta. El despacho seguía en penumbra; solo un hilo de luz se filtraba entre las cortinas. —No estoy haciendo nada —susurró—. Solo me defendía. —¿Defenderte? —Kevin soltó una risa breve y amarga. Leah giró para enfrentarlo. —Tú no entiendes. Es tu amante. Claro que la defiendes, porque te gusta verla humillarme. —¡Cállate, Leah! —su voz retumbó en el despacho. —¿Cuál es el propósito de esta boda? ¿Por qué yo? Podrías tener a cualquiera, no necesitabas casarte conmigo. Si hubieras seguido con Verónica, todo sería más fácil. —Es un acuerdo empresarial, nada más —respondió él con frialdad—. No tienes derecho a… —Entonces quiero vivir en otro lugar. No quiero seguir aquí. Este matrimonio fue una obligación, Kevin. Ni tú querías
—Kevin, no es necesario que hagas esto, la entiendo…—Leah, ven aquí —interrumpió él con rudeza.La voz grave de Kevin cortó las palabras de Verónica, que frunció los labios, ofendida por haber sido ignorada.—Leah, no me hagas repetirlo. Ven aquí.—¿Qué quieres? No quiero ser un mal tercio entre los reyes.—¿Te he dado permiso para hablar? —El tono de Kevin se volvió más tenso; su paciencia estaba a punto de agotarse, y Leah no ayudaba en lo absoluto.—No, pero somos libres de expresar lo que queremos —replicó ella, girándose hacia él. Sus ojos azules centelleaban de ira.—Kevin, deja esto por la paz —intervino Verónica, tratando de apaciguar las aguas. Pero él ni la miró. Su atención seguía fija en Leah, y esa mirada bastaba para intimidar.—Ven a la mesa, Leah. Ahora. —Su voz sonó peligrosa.—No quiero desayunar, y mucho menos con ustedes.Verónica apenas contenía la rabia. Le hervía la sangre ver cómo Leah desafiaba a Kevin y cómo él, lejos de ignorarla, le prestaba atención.—Te
Leah abrió los ojos lentamente.Sus párpados pesaban como plomo y el cuerpo le ardía en fiebre.—Mi señora… —susurró una voz cercana—. ¿Cómo se encuentra?Era Ana, la ama de llaves, que la observaba con profunda preocupación.—¿Ana? —murmuró Leah, intentando mantener los ojos abiertos, aunque la cabeza le pesaba demasiado.—Sí, señora. Ha cogido una fuerte gripe. El señor ordenó que la cuidara, y lo he hecho lo mejor posible. Aunque… —bajó la voz—, la señora Verónica intentó entrar varias veces a su habitación. No se lo permití.Leah suspiró.—No debiste hacerlo. Si Kevin se entera, podrías tener problemas, Ana.—¿Cómo podría dejar que siga sufriendo abusos por parte de esa mujer? —replicó la ama de llaves con firmeza.—Es la cuñada de Kevin, siempre estará un paso por delante. No quiero que tengas problemas por mi culpa.—Solo la ex cuñada —corrigió Ana con disgusto—. Por respeto a la señora Dulce, claro. Ella sí era un amor de persona. Pero su hermana… una víbora. Son tan diferentes
Kevin se quedó aturdido por las palabras de Leah.Jamás imaginó que una mujer se atreviera a responderle… y menos ella. Nadie se enfrentaba a Kevin Hill, pero Leah Presley acababa de hacerlo, y con sus propias frases lo había atacado.—Vas a encargarte de limpiar esta área, mi oficina, la sala de juntas y las otras dos oficinas que no están en uso. Después, consideraré darte otras tareas. Nadie debe saber que eres mi esposa, ¿queda claro? Nadie conoce la cláusula que me dio el liderazgo absoluto de la empresa, y nadie tiene por qué saber que me casé contigo. Aquí eres una más del montón. Eres personal de limpieza, y este puesto es tu castigo. ¿Entendido? —repitió Leah, palabra por palabra, imitando su tono.Kevin sintió hervir la sangre. Quería matarla por tener el descaro de devolverle sus propias palabras.—Eso es dentro de la empresa —respondió él con frialdad—, pero tú y yo sabemos que eres mi esposa. Y no me gusta que otro hombre se acerque a lo que me pertenece.—No soy un objet
En ese momento, Leah volvió a salir justo a tiempo para presenciar la escena: Kevin y Verónica besándose.Se quedó inmóvil, helada, observando cómo su marido se apartaba de la otra mujer. Una mueca amarga cruzó su rostro; la evidencia era clara: llevaba los cuernos más grandes que un toro. Sin decir nada, se adentró otra vez en su área, mientras Verónica apenas podía sostenerle la mirada a Kevin.—¿Por qué hiciste eso? —preguntó él, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie los hubiera visto.—Kevin, estoy enamorada de ti. Por eso lo hice —confesó Verónica, con la mejilla encendida de rojo.—No es el momento, ni el lugar, para hablar de eso —su voz sonó dura. El hombre había sido tomado por sorpresa; jamás habría esperado semejante acto de ella.—¿Me vas a apartar de tu lado? —preguntó Verónica con ansiedad.—Hablaremos en la mansión. Ahora ve a trabajar, para eso me pediste que te trajera —Kevin recuperó su habitual frialdad. Dirigió una mirada hacia el lugar donde Leah hab
—¿Qué haces aquí, Morgan? —La voz de Kevin resonó en el aire tenso de la oficina. Aquel área estaba casi vacía, solo quedaban tres empleados: Verónica, el asistente personal, Leah y Mariell.—Soy el socio encargado de la integración entre tu empresa y Smith & Asociados —respondió Henry con serenidad.—No cabe duda de que esa empresa está dirigida por idiotas —espetó Kevin con un dejo de ironía.Leah sabía bien quién era Henry Morgan, heredero de una de las familias más poderosas del país. En su adolescencia lo había idealizado como el hombre perfecto, aunque él jamás supo de su existencia. Henry fue enviado a Inglaterra siendo joven, y esa era la primera vez, después de tantos años, que Leah lo veía de cerca. Muy cerca. Pero el hombre que tenía frente a ella no era el muchacho de sus recuerdos: era un demonio de mirada implacable. Así era Kevin Hill.—Señor Hill, ha llegado la hora de la reunión —anunció Arturo.—Dile a la de limpieza que traiga café —ordenó Verónica al ver el uniform
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