Kevin se quedó aturdido por las palabras de Leah.
Jamás imaginó que una mujer se atreviera a responderle… y menos ella. Nadie se enfrentaba a Kevin Hill, pero Leah Presley acababa de hacerlo, y con sus propias frases lo había atacado.
—Vas a encargarte de limpiar esta área, mi oficina, la sala de juntas y las otras dos oficinas que no están en uso. Después, consideraré darte otras tareas. Nadie debe saber que eres mi esposa, ¿queda claro? Nadie conoce la cláusula que me dio el liderazgo absoluto de la empresa, y nadie tiene por qué saber que me casé contigo. Aquí eres una más del montón. Eres personal de limpieza, y este puesto es tu castigo. ¿Entendido? —repitió Leah, palabra por palabra, imitando su tono.
Kevin sintió hervir la sangre. Quería matarla por tener el descaro de devolverle sus propias palabras.
—Eso es dentro de la empresa —respondió él con frialdad—, pero tú y yo sabemos que eres mi esposa. Y no me gusta que otro hombre se acerque a lo que me pertenece.
—No soy un objet