En ese momento, Leah volvió a salir justo a tiempo para presenciar la escena: Kevin y Verónica besándose.
Se quedó inmóvil, helada, observando cómo su marido se apartaba de la otra mujer. Una mueca amarga cruzó su rostro; la evidencia era clara: llevaba los cuernos más grandes que un toro. Sin decir nada, se adentró otra vez en su área, mientras Verónica apenas podía sostenerle la mirada a Kevin.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó él, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie los hubiera visto.
—Kevin, estoy enamorada de ti. Por eso lo hice —confesó Verónica, con la mejilla encendida de rojo.
—No es el momento, ni el lugar, para hablar de eso —su voz sonó dura. El hombre había sido tomado por sorpresa; jamás habría esperado semejante acto de ella.
—¿Me vas a apartar de tu lado? —preguntó Verónica con ansiedad.
—Hablaremos en la mansión. Ahora ve a trabajar, para eso me pediste que te trajera —Kevin recuperó su habitual frialdad. Dirigió una mirada hacia el lugar donde Leah hab