Leah abrió los ojos lentamente.
Sus párpados pesaban como plomo y el cuerpo le ardía en fiebre.
—Mi señora… —susurró una voz cercana—. ¿Cómo se encuentra?
Era Ana, la ama de llaves, que la observaba con profunda preocupación.
—¿Ana? —murmuró Leah, intentando mantener los ojos abiertos, aunque la cabeza le pesaba demasiado.
—Sí, señora. Ha cogido una fuerte gripe. El señor ordenó que la cuidara, y lo he hecho lo mejor posible. Aunque… —bajó la voz—, la señora Verónica intentó entrar varias veces a su habitación. No se lo permití.
Leah suspiró.
—No debiste hacerlo. Si Kevin se entera, podrías tener problemas, Ana.
—¿Cómo podría dejar que siga sufriendo abusos por parte de esa mujer? —replicó la ama de llaves con firmeza.
—Es la cuñada de Kevin, siempre estará un paso por delante. No quiero que tengas problemas por mi culpa.
—Solo la ex cuñada —corrigió Ana con disgusto—. Por respeto a la señora Dulce, claro. Ella sí era un amor de persona. Pero su hermana… una víbora. Son tan diferentes