CINCO

—¿Qué haces aquí, Morgan? —La voz de Kevin resonó en el aire tenso de la oficina. Aquel área estaba casi vacía, solo quedaban tres empleados: Verónica, el asistente personal, Leah y Mariell.

—Soy el socio encargado de la integración entre tu empresa y Smith & Asociados —respondió Henry con serenidad.

—No cabe duda de que esa empresa está dirigida por idiotas —espetó Kevin con un dejo de ironía.

Leah sabía bien quién era Henry Morgan, heredero de una de las familias más poderosas del país. En su adolescencia lo había idealizado como el hombre perfecto, aunque él jamás supo de su existencia. Henry fue enviado a Inglaterra siendo joven, y esa era la primera vez, después de tantos años, que Leah lo veía de cerca. Muy cerca. Pero el hombre que tenía frente a ella no era el muchacho de sus recuerdos: era un demonio de mirada implacable. Así era Kevin Hill.

—Señor Hill, ha llegado la hora de la reunión —anunció Arturo.

—Dile a la de limpieza que traiga café —ordenó Verónica al ver el uniforme de Leah, aprovechando la oportunidad para humillarla.

Todos se dirigieron a la sala de juntas. Kevin, en más de una ocasión, sintió el impulso de romperle la cara a Henry, pero se contuvo. Verónica, ahora secretaria de Kevin, había pedido ese puesto solo para estar cerca de Leah y continuar con sus provocaciones.

Cuando la puerta de la sala se abrió, fue Mariell quien entró con la bandeja de café. Verónica apretó los puños, pero esperó. En cuanto Kevin y Henry cerraron el trato, fingió torpeza y dejó caer una taza al suelo.

—Cuánto lo siento, traeré algo para limpiar —dijo con voz fingidamente apenada.

—No pasa nada. El personal de limpieza se encargará —respondió Kevin, presionando el botón del intercomunicador.

Mariell comprendió la señal y envió a Leah. Verónica sonrió, complacida al verla entrar con el uniforme. Pero lo que ninguno esperaba era la reacción de Henry. En cuanto la vio, su curiosidad se encendió. Aquella mujer tenía porte, elegancia… incluso con un simple uniforme, parecía de la realeza.

—Permiso —murmuró Leah.

La voz suave de la joven hizo que Henry levantara la vista. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, algo se encendió entre ellos. Leah, sin embargo, mantuvo la compostura y continuó su labor. Kevin lo notó todo. No era estúpido, y supo al instante que Henry se había interesado por su esposa.

—Morgan, la reunión ha terminado. Puedes largarte de mi empresa —dijo Kevin con una sonrisa helada.

—Claro —respondió Henry con una mueca divertida.

Verónica no tuvo oportunidad de humillar a Leah: la joven ya había terminado su tarea y se marchó. Kevin, concentrado en el intercambio de miradas con Henry, no lo notó.

Apenas Henry salió del edificio, aceleró el paso. Tenía una misión: alcanzar a Leah.

—Espera un momento —la llamó.

Leah se detuvo, pero no levantó la cabeza. No quería ser el blanco de más burlas.

—Levanta la cabeza —ordenó Henry. Ella obedeció, y sus miradas se encontraron. El recuerdo adolescente cobró vida, pero no tenía tanto revuerdo, había dudas, pero aquella mirada era familiar y lejana a la vez.

—¿Coral? —susurró él. Leah asintió, sorprendida.

—Tengo una mejor oferta para ti. Quiero que seas mi asistente.

Leah abrió los ojos, incrédula. ¿Acaso él sabía quién era realmente?

—Oh… no podría aceptar por el momento, pero lo tendré en cuenta —respondió con cautela.

—No encajas con ese uniforme —dijo Henry, acercándose más. La respiración de Leah se aceleró, y un tenue rubor cubrió sus mejillas. Pero antes de que pudiera responder, el sonido de unos pasos rompió el instante.

—No sabía que ahora te interesaba el personal de limpieza —la voz gélida de Kevin los alcanzó.

Henry no se apartó.

—Lo que haga fuera de tus oficinas no es asunto tuyo.

—Suéltala, Morgan —gruñó Kevin, dando un paso hacia ellos.

—No pienso hacerlo —replicó Henry, desafiándolo con la mirada.

Kevin esbozó una sonrisa, una de esas que desarmaban cualquier defensa. Leah, aturdida por la intensidad de su esposo, comprendió al instante que debía alejarse.

—Si me disculpan, tengo trabajo —dijo rápidamente, apartándose.

Henry no la retuvo, y ella desapareció tras el pasillo.

—Lárgate de mi empresa y no regreses si no es por asuntos estrictamente empresariales —advirtió Kevin, la furia contenida en cada palabra.

—Ten por seguro que por otra razón no volvería. Sigues siendo el mismo infeliz de siempre —replicó Henry, con una sonrisa diabólica.

—Las puertas están abiertas. Desaparece de una vez —sentenció Kevin, respirando con rabia contenida.

Henry se marchó sin mirar atrás. Kevin lo siguió con la mirada hasta que estuvo fuera de su vista. Apenas dio unos pasos, Verónica se cruzó en su camino.

—¡Kevin! —lo llamó en voz baja. Él se detuvo y la observó con frialdad.

—¿Qué ocurrirá con ella? —preguntó Verónica, fingiendo preocupación—. Me enteré de que volvió a abrir la habitación de Dulce… destruyó el vestido que tanto amaba, el regalo de aniversario.

Kevin apretó la mandíbula. Verónica vio el nervio saltar en su cuello y sonrió, satisfecha. Sabía que podía usar esa información para acorralar aún más a Leah.

—Los asuntos de mi matrimonio los manejo yo, Verónica.

—Solo intento cuidar la memoria de mi hermana. Es injusto que otra mujer se haga llamar tu esposa y…

—Leah es mi esposa. No hay nada que cuidar. Dulce es solo un recuerdo, una reliquia.

Las palabras lo dejaron helado incluso a él. Pero Verónica no se rindió.

—Llevo años enamorada de ti. Creo que merecía una oportunidad —susurró, con lágrimas brillando en los ojos.

Y sin esperar respuesta, se lanzó hacia él, uniendo su boca a la de Kevin.

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