—¿Cuál es la razón de este comportamiento tuyo? —preguntó Kevin, acercándose hasta quedar a su espalda—. ¿Qué problema tienes con Verónica? ¿Por qué insistes en hacerme enojar?
Leah lo escuchaba, sintiéndolo demasiado cerca, pero no se atrevía a darse la vuelta. El despacho seguía en penumbra; solo un hilo de luz se filtraba entre las cortinas.
—No estoy haciendo nada —susurró—. Solo me defendía.
—¿Defenderte? —Kevin soltó una risa breve y amarga.
Leah giró para enfrentarlo.
—Tú no entiendes. Es tu amante. Claro que la defiendes, porque te gusta verla humillarme.
—¡Cállate, Leah! —su voz retumbó en el despacho.
—¿Cuál es el propósito de esta boda? ¿Por qué yo? Podrías tener a cualquiera, no necesitabas casarte conmigo. Si hubieras seguido con Verónica, todo sería más fácil.
—Es un acuerdo empresarial, nada más —respondió él con frialdad—. No tienes derecho a…
—Entonces quiero vivir en otro lugar. No quiero seguir aquí. Este matrimonio fue una obligación, Kevin. Ni tú querías