Un matrimonio forzado, una ex difunta que dejó demasiados secretos y una familia marcada por la sangre y la traición. Entre pasiones prohibidas, conspiraciones y venganzas, Valeria descubrirá que amar a Alejandro Montenegro puede ser tan peligroso como odiarlo… Entre todo esto Valeria y Alejandro deberán decidir si son aliados o enemigos...
Leer másLa noche era muy oscura, estaba sola en una habitación que originalmente era para dos, con aquella luz que apenas iluminaban esas paredes lujosas.
El silencio me envolvió mientras leía aquellas palabras que alguien había dejado para mí: 《Él nunca será tuyo》 Con lo que había pasado en ese evento que acababa de ocurrir solo unos minutos atrás y el eco de la farsa que acababa de firmar. Un escalofrío recorrió mi espalda. Dolor, rabia, tristeza… no sabía qué tenía, pero un nudo de emociones se mezclaban muy dentro de mí. Lo odiaba con lo más profundo de mi ser, pero… [Hace unos días] Desde niña, mi vida había sido tranquila y acomodada; no podía negarlo. Todos nos respetaban y nos repetían constantemente a mi hermano y a mi que éramos bendecidos por haber nacido en una familia honorable, pero últimamente ese honor se fue degradando poco a poco. Estaba tranquilamente en el centro con unas amigas cuando papá me llamó. —Ve rápido a la oficina —dijo con urgencia. Obedecí, me despedí de ellas y caminé apresuradamente hacia la oficina. Desde que llegué, algo me olía raro. En la entrada, dos guardaespaldas desconocidos me dejaron pasar. Al cruzar la puerta, todo tuvo sentido de repente. —Papá, ¿por qué está este tipo, Alejandro? —pregunté. —Llámalo con respeto —respondió él, sin levantar la voz. —¿Por qué debería respetarlo? Sabes bien que somos enemigos. —No importa lo que sean ahora. Eso ya no importa. —¿Cómo que no importa? —alzando la voz— ¡Papá, qué te pasa! —Te dije que no importa. Cállate y siéntate. —Pero, papá… Me senté de mala gana junto a Alejandro. Él me observó con esa fría mirada suya y esbozó la misma sonrisa que siempre: una sonrisa cargada de malicia, sin una pizca de felicidad. Efectivamente, mi padre tramaba algo. Había cerrado un trato con una familia poderosa, donde la condición era que me casara con su heredero: Alejandro Montenegro, de la familia más influyente de la ciudad. —Te vas a casar con Alejandro. Ya está decidido. —¿Y quién lo decidió? —Yo, porque soy tu padre. Copera es lo único que salvará a nuestra familia y nos devolverá lo que perdimos. Haz lo que te digo. —Madre, por favor… no quiero casarme con él —susurré, mirando a mamá. Ella me miró fríamente y dijo: —Haz lo que tu padre te diga. Ya estaba lo suficientemente grande para tomar decisiones, pero si no aceptaba, toda mi familia me odiaría por no salvarlos de la miseria. Me obligué a contener las lágrimas y dije: —Está bien. No era lo que quería, pero no tenía opción. Alejandro siempre me había caído mal. Desde que tengo memoria, siempre hemos sido enemigos. Sus ojos oscuros como la noche, su mirada arrogante… un completo idiota. Lo miré de reojo y él me devolvió la mirada con esa frialdad tan característica. «¿Por qué me mira así?» pensé. Le susurré: —¿Por qué te casas conmigo? ¿Acaso te gusto, idiota? Él me estudió de arriba abajo, se cruzó de brazos y dijo: —No eres mi tipo. Va… va… —¡VALENTINA! —Valentina —dijo, pronunciando mi nombre con burla. Lo único que pensé fue que era un idiota. ¿Cómo podría casarme con él? Miré a mis padres, pero sus caras estaban llenas de satisfacción. Iban a recuperar el prestigio perdido, así que no dije nada. El CEO de la familia Montenegro llegó. Mis padres le hicieron una reverencia, y yo solo observé cómo se acomodaba en la silla, evaluándonos con frialdad. «El papá de Alejandro, el jefe absoluto de los Montenegro… ¿por qué quiere que me case con su hijo?» me pregunté. Esperamos mientras los adultos llenaban papeles y discutían los detalles. —Vengan, firmen esto —dijo el CEO—. Le eché un vistazo rápido: «Un matrimonio meramente formal». «¿Así que es eso? Me voy a casar solo para complacer a mi familia… Qué gracioso», pensé con un hilo de tristeza. Firmé y me senté de nuevo junto a él, que no se había movido del sofá. —Alejandro, ven y firma —llamó el CEO—. —Voy —respondió. Al terminar, Alejandro apartó la mirada de su padre y me clavó los ojos. Su sonrisa arrogante apareció de nuevo. Se inclinó un poco hacia mí y susurró: —Nunca llegaré a amar a alguien como tú. Recuerda: es solo un trato. No eres nada, y no serás nada para mí. Este idiota! Que se cree...El salón estaba desbordando elegancia; los candelabros que me topé apenas entré eran realmente perfectos, las copas de cristal eran relucientes y los murmullos no eran agradables porque prefiero las cosas tranquilas, pero estaba bien. Y la vi al instante: la amante de Alejandro, confiada como siempre y con esa sonrisa que pretendía intimidar. Mi vestido sencillo pero impecable contrastaba con los destellos excesivos de Alejandro, que ya la observaba con cierta atención. Al verla acercarse, respiré hondo y dejé que la frialdad tomara el control; no podía dejar que me afectara otra vez. —Vaya... no esperaba verte aquí —dijo ella con un tono casual, aunque con un hilo muy evidente de burla. La observé un momento, con una sonrisa apenas perceptible y helada apenas curvando mis labios. —Siempre es interesante asistir a eventos donde hay... diferentes personas —repliqué con una calma y suavidad; el silencio que surgió fue delicioso. Ella parpadeó confundida y yo mantuve mi calma. Intent
Aquellas palabras todavía resonaban en mi cabeza, punzantes, imposibles de olvidar.—Él ama a otra mujer.—Prepararon un banquete para los dos y él ni siquiera vino —se burlaron—.—Es evidente con quién está ahora mismo.Me lo repetía una y otra vez, torturándome mientras avanzaba hacia el comedor. Cada paso parecía más pesado que el anterior; mi corazón latía desbocado y mis manos temblorosas no me dejaban concentrarme, aunque intentaba ocultarlas. La mansión se extendía ante mí como un laberinto interminable, silencioso y cargado de secretos.Al llegar al comedor, la escena no había cambiado: platos de porcelana relucían bajo aquel hermoso candelabro, mientras mis padres mantenían aquella conversación con los Montenegro, ajenos a la humillación que estaba pasando en aquel momento.Intenté concentrarme en la comida, pero cada bocado sabía a nada. La voz de mi madre sonaba distante al preguntarme si todo estaba bien; sabía que, si le respo
Luego de sentir tal humillación, mi mente simplemente bloqueó todo. Mi disociación no permitía que me lastimara; para mí es un superpoder.La humillación y el dolor de lo que dijo Alejandro me clavaron fuerte; no por lo que dijo, sino porque ya nunca tendría una noche de bodas como siempre la soñé. Pero no le di importancia.Esos sentimientos se mezclaron en mi interior hasta formar una esfera; una esfera que solo podía pensar en hacer sufrir a Alejandro. Tal vez era una meta infantil, pero las ganas me carcomían por dentro. No podía dejar de pensar en el momento exacto en el que borraría esa expresión fría de su rostro y la transformaría en alguien que me suplicara.Demasiado bueno para llegar a ser verdad.¿Cómo se suponía que le cambiaría esa expresión de su rostro? Imposible.Me quedé dormida mientras sobrepensaba todo. Desperté a la mañana siguiente y un grupo de sirvientas me vistió con un traje elegante; el hotel me envió el desayu
Luego de esto miré a Alejandro. Él no me estaba poniendo atención. Ni siquiera fingía hacerlo. Su mirada estaba clavada en otro punto, fija, intensa… como si el mundo se hubiera reducido a lo que estaba observando. Seguí la dirección de sus ojos y creí descubrir la respuesta: una silueta rubia, al fondo de la ceremonia. No lograba distinguir su rostro; la muchacha no se había girado hacia nosotros. No podía asegurar si era a ella a quien Alejandro miraba con tanta insistencia, pero mi instinto lo gritaba. Apreté su mano. Quise obligarlo a volver a mí. Él me observó por un instante, y con un gesto frío, casi mecánico, asintió cuando le indiqué que fuéramos a comer. Mientras tanto, la mancha de vino en mi vestido comenzó a desvanecerse poco a poco, como si nunca hubiera estado ahí. Pero yo lo sabía: la marca seguía presente, roja, brillante, persistente. Y yo me sentía igual: extraña, avergonzada… aunque un mínimo alivio me recorría al ver que nadie más parecía notarlo. Ale
Luego de escuchar esas palabras, lo ignoré y volví la vista hacia los invitados. Era un ambiente nada familiar; nadie parecía realmente feliz, y no era de extrañarse: yo no era por asi decirlo un buen partido. Hace mucho ya no nos respetaban.《¿Por qué Alejandro se casaba conmigo? ¿Simplemente quería burlarse de mí?》 Tras la ceremonia inicial, en la que firmamos los acuerdos matrimoniales, pasamos a la boda.Cuando todo estuvo listo, caminé hacia él y me coloqué justo frente a su imponente figura. Alejandro era más alto que yo, elegante y tan frío como siempre. Yo era unos siete centímetros más baja, pero igualmente alta y con presencia; radiante y bella, o al menos eso decían todos.Dijeron los votos: —¿Prometen amarse y respetarse siempre, hasta que la muerte los separe? —preguntó la voz solemne. —Sí —respondió Alejandro. Observé lo falso de su respuesta y me dio cierta gracia, porque yo también estaba lista para responder de la misma manera.《Sin sentir nada》 —Y usted, señor
Las últimas palabras de Alejandro hicieron que mi sangre hirviera. No respondí, aunque por dentro ardía. Conozco su carácter, igual de insoportable que el mío, así que tampoco me sorprendió. Lo miré con una sonrisa arrogante y susurré: —¿Quién, en su sano juicio, se enamoraría de ti? Usa un poco la cabeza que tienes, idiota.Aparté la vista, esperando que me ignorara como siempre. Pero, cuando volví a mirarlo, lo único que encontré fueron sus ojos negros, fríos y vacíos.Rodé los ojos, crucé los brazos y giré la cara hacia otro lado, mientras Alejandro —el heredero de la familia Montenegro— se levantaba del sofá con una elegancia calculada. Caminó hacia donde su padre lo esperaba para firmar aquellos papeles que no significaban nada para él… Ni tampoco para mí. Lo observé mientras estampaba su firma sin mostrar emoción alguna. Y no sé por qué, pero en lo más profundo de mí algo me molestaba de esa indiferencia.Cuando terminó, salió de la sala sin siquiera mirarme. Lo siguieron
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