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Capitulo 4- La primera noche

Luego de esto miré a Alejandro.

Él no me estaba poniendo atención. Ni siquiera fingía hacerlo. Su mirada estaba clavada en otro punto, fija, intensa… como si el mundo se hubiera reducido a lo que estaba observando. Seguí la dirección de sus ojos y creí descubrir la respuesta: una silueta rubia, al fondo de la ceremonia.

No lograba distinguir su rostro; la muchacha no se había girado hacia nosotros. No podía asegurar si era a ella a quien Alejandro miraba con tanta insistencia, pero mi instinto lo gritaba.

Apreté su mano. Quise obligarlo a volver a mí.

Él me observó por un instante, y con un gesto frío, casi mecánico, asintió cuando le indiqué que fuéramos a comer.

Mientras tanto, la mancha de vino en mi vestido comenzó a desvanecerse poco a poco, como si nunca hubiera estado ahí. Pero yo lo sabía: la marca seguía presente, roja, brillante, persistente. Y yo me sentía igual: extraña, avergonzada… aunque un mínimo alivio me recorría al ver que nadie más parecía notarlo.

Alejandro, al fin, empezó a prestarme atención. Y, de repente, todos los demás desaparecieron. Nadie comentaba, nadie susurraba. El salón entero se sumió en un silencio ajeno, donde yo era invisible. Fingí normalidad y llevé cada bocado a mis labios con delicadeza, como si todo estuviera bajo control.

Pero no lo estaba.

Ahí estaba él, frente a mí, con esa expresión impenetrable. No miraba el vestido, ni la mancha, ni el desastre en el que me estaba convirtiendo. Solo me miraba como solo él sabía hacerlo: como si conociera lo que pensaba antes incluso de pensarlo.

La cena se extendía con una lentitud insoportable. Los susurros de los invitados eran un murmullo constante, como un rumor lejano que me perseguía. Yo solo quería que esa noche terminara.

Fue entonces cuando el padre de Alejandro, imponente, subió al escenario. Su voz retumbó en el salón:

—Queridos invitados, hoy me honra anunciar que mi hijo, Alejandro, ha unido su vida a la de Valeria. Una mujer noble, de buen corazón y de admirable belleza, que ahora es su legítima esposa. Desde este día, ella ocupa su lugar a su lado, y quiero que quede muy claro: ya no hay espacio para rumores ni ilusiones. Alejandro ya tiene esposa, y es Valeria. Así que quienes alguna vez pensaron en conquistarlo, pueden olvidarlo, porque hoy y siempre él le pertenece únicamente a ella.

Un silencio cargado se apoderó del salón.

¿En serio? —me pregunté, incrédula.

Este hombre me sorprendía. Era mucho más honesto que Alejandro, mucho más humano.

Volteé hacia mi “esposo”. Tenía el ceño apenas fruncido, un gesto tan pequeño que cualquiera lo pasaría por alto. Yo no.

Ya sé que no me quieres, pero al menos disimula, pensé, rodando los ojos. Me uní a los aplausos, forzando una sonrisa.

A mi alrededor, las voces empezaron a susurrar:

—Es oficial… Valeria es la esposa de Alejandro.

Mi corazón se aceleró. Lo decían con burla, con veneno. Y sin embargo, no me importó. Era mi cruz, no la de ellos.

Cuando la ceremonia terminó, todos se marcharon a sus casas. Nosotros, después de despedirnos de nuestros padres, subimos al auto.

El trayecto fue un silencio incómodo. La ciudad se oscurecía a nuestro alrededor, y cada kilómetro me arrancaba de mi vida anterior, de mi seguridad, de todo lo que había sido yo.

Llegamos al hotel más lujoso de la ciudad. Ese que solo se mencionaba en revistas y conversaciones exclusivas. Era tan perfecto que parecía artificial: mármol, luces, elegancia en cada rincón. Pero para mí, todo resultaba vacío.

Alejandro habló en recepción, pidió lo necesario, y yo lo esperé en silencio. Subimos en ascensor hasta nuestra habitación. Con cada piso que ascendíamos, mi tensión crecía. El corazón me latía con violencia. No podía mirarlo. Sabía que a él todo esto le era indiferente.

¿De verdad va a pasar…? ¿voy a hacer algo con el la noche de bodas?

Lo dudaba. No pensaba entregarme a alguienque no me amara.

La puerta se abrió. Él me invitó a pasar primero. La habitación era un escenario preparado para una ilusión: pétalos en la alfombra, luces suaves, un silencio expectante.

Lo miré, buscando alguna reacción. Pero lo único que encontré fue rechazo. Sus ojos me atravesaron con desprecio.

Y entonces habló, con una frialdad que me heló la sangre:

—¿Esperas realmente que yo me acueste con alguien como tú? De mí no esperes nada, princesa. Tú y yo no somos nada, y nunca lo seremos. Ni siquiera entiendo por qué estoy casado contigo. Lo único bueno que tienes es tu cara, y sí, muchos la desearían. Pero yo no soy ellos.

La sonrisa cruel que acompañó sus palabras no alcanzó sus labios.

Yo, que siempre había sabido ocultar mis sentimientos, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no romperme. Mi estómago se hundió, un nudo se me formó en la garganta, y la certeza de que me derrumbaría me rozó.

Pero no lo hice. No por él.

Tenía razón en algo: yo no quería que me tocara. Yo solo había querido amar y ser amada. Y ese sueño, roto frente a mis ojos, me dolía demasiado.

Me limité a mirarlo con frialdad fingida. Él se apartó, cruzó hacia la otra habitación y cerró la puerta con un golpe seco. Me dejó sola en medio del lujo que, de pronto, era irrelevante.

Las sombras me rodeaban. Y juraría que se reían de mí.

Entonces, un movimiento bajo la puerta me sacó de mis pensamientos. Me acerqué y recogí una nota.

Me senté en la cama, la abrí con manos temblorosas y leí:

《Él nunca será tuyo》

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Tristeza, dolor, humillación, rabia. Todo me invadió al mismo tiempo.

¿Encima alguien quería discutir conmigo por un hombre que ni siquiera me veía?

Algo se rompió dentro de mí. O tal vez algo despertó.

Y solo una palabra cruzó mi mente:

《Venganza》

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