Nunca creí que el silencio pudiera doler tanto.
Desde aquella mañana en que las fotos se hicieron virales, todo a mi alrededor se volvió un campo minado.
No importaba cuántas veces explicara que el hombre de las imágenes no era más que un socio de la fundación; nadie quería escucharme.
Porque aquí a nadie le importa la verdad. Solo quieren tener un tema del cual hablar y criticar. Al final, eso es lo único que saben hacer bien.
Alejandro no dijo nada.
Ni una sola palabra.
Solo me miró con esos ojos oscuros, cargados de una furia contenida que no sabía si era por mí o por su orgullo roto.
Desde entonces, se convirtió en un extraño con el que compartía mis días.
Hasta que cierta noche, algo cambió.
Era la gala benéfica en el Hotel Miramar, organizada por la propia familia Montenegro.
No quería ir, pero ya no podía seguir huyendo.
Me vestí: un vestido negro, labios rojos y la frente en alto.
Cuando entré, el salón rebosaba de luces, copas de vino y risas falsas. Apenas crucé