Mundo ficciónIniciar sesiónAmalia creía tener el control de su vida, pero todo se desmorona cuando su padre, un ejecutivo muy importante, cae en coma. Decidida a obtener justicia con sus propias manos, Amalia se infiltra en un club nocturno peligroso como bailarina exótica. Su único objetivo es seducir y destruir al mafioso, frío y despiadado, quien considera el único responsable. Pero este plan se complica al instante, la química entre ellos es un fuego que se expande, y cada encuentro los arrastra a el deseo que pronto romperá las barreras de su odio. Cuando la pasión se vuelve más fuerte, Amalia debe decidir si su corazón puede sobrevivir para hacer venganza. Pero lo que ninguno de los dos sabe es que están siendo manipulados por un tercero, un enemigo oculto que está a punto de hacerles pagar un precio mucho más alto que el amor.
Leer más~ Amalia ~
— ¿Estás loca? — Solté una risa. — ¿Trabajas en un club nocturno ahora? — Sí, Amalia. Me encanta el peligro de ese lugar, van muchas personas peligrosas. — Apareció una sonrisa maliciosa en su rostro. Me encontraba charlando con mi amiga Mei mientras nos tomábamos un café en la ciudad de New York. Iba a protestar en cuanto sentí algo vibrar en mi cartera, alguien estaba llamándome, así que saqué mi teléfono. Hice una expresión de confusión al ver un número desconocido en la pantalla, contesté. — ¿Señorita Amalia Barnes? Hablamos desde el hospital. — Me alarmé. — Sí, si soy yo. ¿Qué sucede? — Necesitamos que venga urgentemente, su padre acaba de ser traído de emergencia. Oír las palabras "hospital" y "tu padre" juntas hizo que por un momento todo a mí alrededor se paralizara, lo único que escuchaba ahora eran zumbidos. La cara mi amiga que había escuchado la conversación, tenía ahora una clara expresión de preocupación. — ¿Qué? Mi... ¿Mi papá? — Calma, Amalia. — Intentó tranquilizarme. Sentía un remolino a mi alrededor que me atrapaba lentamente, la persona que más amo... Corre. Todo lo que salió de mi cabeza fue "Corre" dejé a Mei para correr hasta donde había estacionado mi auto, el camino no era largo, pero se sentía interminable. Llegué a mi auto y entré desesperadamente, intentando respirar profundo. Miles de escenarios pasando por mi mente. Prendí mi auto y arranqué a una velocidad alta hasta el hospital, mientras mi angustia crecía. Cerré con fuerza la puerta de mi auto, mis manos temblaban y mi frente sudaba, podía escuchar como los latidos acelerados de mi corazón se sincronizaban con el sonido de mis tacones al caminar. No sabía porqué, no sabía cómo. Pero mi padre estaba dentro del hospital en el que yo estaba a punto de entrar, sin saber cómo terminó ahí. Al entrar sentí el aire pesado y el olor metálico característico de los hospitales, caminé hasta la recepción. — ¿Apellido? — Preguntó la señora encargada de recepción. — Barnes. Movió un poco sus lentes observando mi rostro, notando mi impaciencia y mi angustia. — ¿Eres la hija del ejecutivo? — Sí... Si lo soy, dígame cómo está mi padre. — Tu padre está en la habitación 23. — Dijo con indiferencia. — Llegó hace unos minutos y se veía grabe, firma aquí. Firmé como representante de mi padre donde ella me indicó. Sin tiempo de agradecer me dirigí a la sala que me indicó, caminando rápidamente por los pasillos, observando todas las salas. Sala 23. Mi mano se posó en el pomo de la puerta, sintiendo el frío del metal. Abrí lentamente la puerta oyendo como rechinaba un poco por la lentitud que estaba usando, al observar el interior lo primero que noté fué a mi padre, al parecer inconsciente, acostado en la única camilla de la sala. — Papá... — Mi voz se quebró. Mi vista se nubló por las lágrimas, no pude contenerme al verlo en ese estado. Cerré la puerta, dando pasos largos llegué hasta donde estaba y me incliné un poco para quedar a su altura. — Oye, papá... Abre los ojos, ya estoy aquí... — Le hablé como si me escuchara. Tomé su mano, la cubrí intentando calentarla con mis propias manos. Su piel estaba áspera, fría, y el agudo sonido constante del monitor cardíaco era el único sonido que confirmaba que seguía vivo. — No me dejes... — Las lágrimas deslizaban fácilmente por mis mejillas. — Dijiste que no lo harías, dijiste que estarías siempre para mí... Mi madre murió hace unos años y él me prometió no dejarme tan jóven, sé que no es su decisión, pero no puedo perderlo a él. Escuché de nuevo como la puerta rechinaba lentamente. — ¿Amalia Barnes? — Una voz masculina resonó en la habitación. Levanté mi vista para ver a un hombre vestido con un uniforme blanco de enfermero, podía ser caracterizado fácilmente por su ondulado cabello rubio y sus ojos verdes que sorprendían. — Sí, soy yo. ¿Qué le pasó a mi padre? ¿Por qué está así? — Una sobredosis. — ¿Sobredosis? — Pregunté confundida. — Tu padre ingirió drogas muy fuertes, eso le causó una sobredosis. Solté su mano y me levanté firme, quedando frente a frente con el doctor. — ¿Drogas? Era imposible, mi padre era el ejecutivo más pulcro de New York. Él jamás probó drogas, conozco muy bien a mi padre, es un hombre tranquilo sin vicios. — Pero ese es el caso, señorita Amalia. Hemos identificado la droga como la famosa droga loto negro. — Sacó unos guantes de su bolsillo. — Su padre ha quedado en coma gracias a la sobredosis por ingerirlas. — M****a... Alguien... Alguien le dió esa droga, doctor. Le juro que el... — Me interrumpió. — Tu padre es un ejecutivo conocido en la ciudad, es posible que alguien haya atentado contra su vida. — Dijo mientras se colocaba cuidadosamente los guantes. — Pero como está en coma, no podemos saber realmente el porqué. — Yo estoy segura, Doctor. Hay que decirle a la policía que alguien atentó contra... — Me interrumpió. — ¿Policía? — Sonrió. Él sacó una inyección y precedió a inyectar el suero que iba a ponerle a mi padre. — Mi padre está en coma por un intento de asesinato, y usted ¿Quiere que no le diga a la policía? — Señorita Amalia. ¿Conoce la droga que su padre ingirió? Loto negro ¿No le suena? — La he escuchado, pero ¿Que pasa con esa droga? Al terminar de preparar el suero, se quitó los guantes. Sacó su teléfono para al parecer buscar algo, lo volteó y extendió su mano. — Parecen caramelos, pero son una droga. Famosa por su aspecto de caramelo con un envoltorio negro único. — Alejó el teléfono. No entiendo como esas drogas llegaron hasta mi padre, como su hija estoy muy segura de que él jamás se ha drogado, pero ¿Quién podría haber hecho esto? ¿Atentar contra la vida de mi padre? — Pero no entiendo ¿Por qué no puedo decirle a la policía? — No debería decirle esto, pero usted es la única familia de este paciente. — Acomodó cabello. — Está droga la fabrican pocos en esta ciudad, los más peligrosos. Su tranquilidad me inquietaba. — Nono... No me puedo quedar de brazos cruzados, ¿Si ellos vuelven a terminar con la vida de mi padre? — Son los Moretti, si toma cargos, la policía la culpará a usted, es imposible. Me sentía tan inútil al no saber nada de este tema, mi mente estaba nublada justo ahora, era imposible pensar bien. — Entendido, gracias, Doctor. El doctor despidió, caminando hasta la puerta y saliendo de la habitación. — ¿Quién pudo hacerte esto? Ya un poco más calmada, comencé a reflexionar sobre lo anterior que había mencionado el doctor, mi padre ha tenido contactos peligrosos por si algún momento necesita seguridad. ¿Fué traicionado? ¿Fué silenciado? ¿Hizo algo que no sé? El Doctor tenía razón, la policía no hará nada... Estaba sola y la única forma de encontrar al culpable era entrar en el mismo mundo, drogas, mafiosos... Una idea peligrosa y perfecta, llegó a mi cabeza. Tomé mi cartera para abrirla y sacar mi teléfono, marqué inmediatamente para hacer una llamada. — ¡Amalia! ¿Todo está... — Interrumpí a mi amiga. — Necesito que me consigas ya mismo trabajo en el club nocturno que me contaste. Sin decir otra una cosa más colgué, bajé lentamente mi teléfono. Voy a encontrarte y créeme, buscaré en cada rincón de la ciudad, hijo de puta.~ Amalia ~ El silencio de la habitación en la clínica privada de L'Ombra era tan tenso que podía sentirlo vibrar en mis oídos. El pitido de los monitores era la única música que acompañaba mis días y mis noches. Habían pasado setenta y dos horas desde que el despacho de Dante se convirtió en un matadero, y setenta y dos horas desde que vi a Marco Moretti ser arrastrado hacia la oscuridad de la justicia que él mismo había evadido durante décadas. Dante estaba allí, pálido sobre las sábanas blancas, con el pecho vendado y el hombro inmovilizado. Parecía tan frágil que me costaba recordar al hombre que había movido los hilos de toda una ciudad. Sus ojos estaban cerrados, pero sus manos se movían inquietas sobre la sábana, como si incluso en sueños estuviera librando una batalla. — Deberías descansar, Amalia. — La voz de Eleanor me sacó de mi trance. Se acercó a mí con una bandeja de café y me puso una mano en el hombro. Eleanor también llevaba las marcas de la guerra, un vendaje
~ Amalia ~ El ambiente en el despacho de L’Ombra era irrespirable. El aire estaba saturado de pólvora, el olor metálico de la sangre y el aroma del tabaco caro que Marco Moretti fumaba con una calma que me revolvía el estómago. Estábamos rodeados, los hombres de Marco, mercenarios de la vieja guardia con ojos de tiburón, nos apuntaban con rifles automáticos. Dante estaba a mi lado, respirando con dificultad, su camisa blanca ahora era casi completamente roja, pero mantenía su arma firme, apuntando directamente al corazón de su padre. Marco se levantó de la silla de cuero, esa silla que Dante había usado con tanta rectitud, y caminó alrededor del escritorio con la elegancia de un depredador que sabe que su presa no tiene escapatoria. — Mírate, Dante. — Dijo Marco, su voz era un susurro lleno de veneno. — Herido por la misma mujer que intentabas proteger ¿No ves la ironía? Te has vuelto débil, blando, el apellido Moretti no se construyó con piedad, se construyó con la sangre de aq
~ Amalia ~ Dante dormía a ratos, sacudido por la fiebre y el dolor, mientras yo permanecía sentada a su lado, vigilando cada uno de sus alientos. Acaricié su frente, retirando un mechón de pelo empapado en sudor. Dante abrió los ojos lentamente, sus pupilas estaban dilatadas, pero su mirada seguía teniendo esa intensidad que me desarmaba. — Estás despierto. — Susurré, tratando de sonreír— La fiebre ha bajado un poco. — Amalia... — Su voz era un roce áspero. — Tienes que irte, Marcus debería haber vuelto ya, si no lo ha hecho, es porque el cerco de mi padre se está cerrando, no quiero que estés aquí cuando la puerta caiga. — No voy a ninguna parte, Dante. Ya te lo dije, si Marco quiere llegar a ti, tendrá que pasar por encima de la mujer que casi te mata una vez, te aseguro que no soy un obstáculo fácil. Dante soltó una risa débil que terminó en un quejido. Intentó incorporarse, apoyándose en su brazo sano, y yo lo ayudé a recostarse contra las almohadas. — Eres terca. — Dijo
~ Amalia ~ Me quedé paralizada en el suelo frío del callejón, mirando la mano extendida de Dante. Estaba manchada de sangre, pero no era la sangre de sus enemigos, era la suya propia, reabierta por el esfuerzo de la pelea. Sus dedos temblaban ligeramente, pero su mirada seguía siendo esa mezcla de acero y fuego que me había perseguido desde el primer día. — ¿Dante? — Susurré, apenas encontrando mi voz. — Deberías estar en un hospital, deberías estar lejos de mí. — He pasado mi vida haciendo cosas que no debería, Amalia. — Respondió él, ayudándome a levantarme con un tirón firme pero cuidadoso. — No te salvé en el muelle para dejar que unos matones de tercera terminaran el trabajo de mi padre en un callejón mugriento. Me puse en pie, sintiendo el dolor en mi mandíbula por el golpe, pero no era nada comparado con la punzada en mi pecho al verlo así. Dante se tambaleó, apoyando su mano sana contra la pared de ladrillos. Su respiración era pesada, un silbido doloroso que delataba
~ Amalia ~ El estruendo de los disparos de los hombres de Marco Moretti se mezclaba con el zumbido ensordecedor en mis oídos. El mundo se había vuelto borroso, teñido del rojo de la sangre de Dante que empapaba mis manos y del blanco cegador de las luces de las furgonetas que se acercaban. Mi plan de justicia se había transformado en una masacre de la que yo era la única culpable. Dante estaba pálido, casi gris, apoyado contra la piedra fría. Sus ojos me seguían, pero ya no había amor ni protección en ellos, solo una decepción tan profunda que me quemaba más que cualquier bala. — ¡Vete, Amalia! — Rugió Dante, soltando una tos que le salpicó el pecho de sangre. — ¡Si te encuentran aquí, Marco te matará solo para borrar mi rastro! — ¡No te voy a dejar! — Grité, tratando de levantarlo, pero él me empujó con la poca fuerza que le quedaba, sus ojos echando chispas de una furia agonizante. — ¡Ya hiciste suficiente! — Me gritó, y el dolor en su voz no era solo por la herida.
Capítulo 30: El Veneno de la Verdad ~ Amalia ~ El viento en el antiguo observatorio de la bahía era frío, pero no tanto como la sangre que corría por mis venas. El lugar estaba desierto, una estructura de piedra y hierro que sobresalía sobre el mar embravecido. No había guardias, no estaba Marcus, no estaba Eleanor. Solo estábamos nosotros dos, rodeados por la oscuridad y el sonido de las olas rompiendo contra los acantilados.Mis pensamientos no me dejaban apreciar el sonido del mar. Dante se apoyó en la baranda de piedra, mirando hacia el horizonte. Parecía extrañamente en paz. Yo, en cambio, apretaba el teléfono en mi bolsillo, esperando el mensaje del tirador que confirmara que estaba en posición. — Es irónico. — Dijo Dante de repente, su voz apenas audible sobre el viento. — Pasé años odiando este lugar porque mi madre solía traerme aquí para hablarme de la libertad. Y ahora, es el único sitio donde siento que puedo respirar sin que alguien intente ponerme una soga al cu





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