Aquellas palabras todavía resonaban en mi cabeza, punzantes, imposibles de olvidar.
—Él ama a otra mujer.—Prepararon un banquete para los dos y él ni siquiera vino —se burlaron—.—Es evidente con quién está ahora mismo.Me lo repetía una y otra vez, torturándome mientras avanzaba hacia el comedor. Cada paso parecía más pesado que el anterior; mi corazón latía desbocado y mis manos temblorosas no me dejaban concentrarme, aunque intentaba ocultarlas. La mansión se extendía ante mí como un laberinto interminable, silencioso y cargado de secretos.Al llegar al comedor, la escena no había cambiado: platos de porcelana relucían bajo aquel hermoso candelabro, mientras mis padres mantenían aquella conversación con los Montenegro, ajenos a la humillación que estaba pasando en aquel momento.Intenté concentrarme en la comida, pero cada bocado sabía a nada. La voz de mi madre sonaba distante al preguntarme si todo estaba bien; sabía que, si le respo