Mundo de ficçãoIniciar sessãoDivorciada, traicionada y embarazada, Lara decide que huir de la ciudad es su mejor opción. Pero el destino no se quedará de brazos cruzados y jugará sus mejores cartas para llevarla de regreso a la vida de su ex esposo, Marco, quien la ha traicionado con la hermana de Lara.
Ler maisLara
Tres días intensos con vómitos y náuseas al despertarme por la mañana. La mucama me había recomendado ir al doctor al notar la frecuencia con la que yo corría al baño, pero no quise hacerle caso. Tuve unos días libre de malestar, pero un agotamiento inusual me atrapaba durante el día. A la semana, los vómitos regresaron y decidí que era tiempo de llamar al doctor.
Entré a mi cita médica. El doctor me realizó exámenes de sangre, entre otros. Me quedé en el pasillo, esperando los resultados que pedí con urgencia. Había algo diferente en mí. Podía sentirlo dentro.
Mi pierna se movía nerviosamente, mientras luchaba por no comerme las uñas. La puerta del consultorio se abrió y el doctor Sanders salió con los resultados en la mano y me pidió que entrara. A juzgar por su expresión, algo andaba mal.
—Tome asiento, por favor —señaló.
Le hice caso, aferrándome a la cuerda de mi bolso.
—¿Doctor? ¿Está todo en orden?
Hizo silencio. Lo recorrí con la mirada, mientras el corazón golpeaba duramente contra mi pecho.
—¿Doctor? —volví a preguntar.
Se sentó frente a mí.
—Señorita Wells, ¿le gustaría recibir esta noticia junto a su esposo?
—Mi esposo no está en la ciudad.
Marco salió hace más de una semana a un viaje de trabajo. En unas horas su avión aterrizaría en la ciudad, pero no tenía tiempo ni paciencia para esperar a que él llegara.
—Lo que sea que sea, dígamelo a mí, por favor.
—Está usted embaraza de gemelos, señorita.
La noticia fue como una cachetada. Un balde de agua fría.
Mi mundo se detuvo por completo y dejé de respirar.
¿Qué? ¿Embarazada? No... eso era imposible. No podía estar embarazada. No ahora. No estaba en nuestros planes ni estábamos atravesando el mejor momento como matrimonio porque Marco viajaba mucho.
Parpadeé un par de veces, esperando que no fuera real.
—Disculpe, ¿qué dijo, doctor Sanders?
—Tiene un mes de embarazo, Lara. Los vómitos y el cansancio que ha sentido tienen relación con el embarazo. Eso explica los síntomas.
—Pero no puede ser posible porque yo tomo pastillas anticonceptivas, doctor.
—¿Ha olvidado tomar alguna?
—Dos de hecho, pero creí haberlo resuelto tomando dos al mismo tiempo. Fue lo que mi ginecóloga me recomendó.
—Las pastillas no son efectivas en su totalidad, y oyendo su caso... tiene lógica. Probablemente el embarazo ocurrió cuando usted olvidó las pastillas.
Me temblaban las piernas. Parte de mí, sentía un atisbo de alegría.
Ser madre siempre fue un plan que tuve en mente, pero no así... no ahora. No cuando llevábamos casi un mes distanciados por su trabajo.
Marco es dueño de una reconocida empresa de tecnología. Heredó el puesto luego de la muerte de su padre hace dos años. Siempre estuvo ocupado con el trabajo, pero desde hace un mes apenas pisaba la casa.
No sabía cómo iba a tomárselo él. Los dos teníamos la responsabilidad sobre esto, pero temía su reacción. Marco no estaba listo para ser padre. Él mismo lo decía.
El doctor me entregó los papeles. Leí el resultado, deseando que fuese una equivocación.
—Hay más que tiene que saber, Lara.
Levanté la vista de los papeles.
—¿Hay más?
—Es sobre su salud: los análisis muestran que usted tiene una anemia severa que hay que tratar. Encontramos anomalías en sus glóbulos blancos que pueden ser provocadas por cáncer.
Solté los papeles de golpe.
—¿Cáncer?
—Haremos más estudios la próxima semana para obtener resultados más específicos, ¿de acuerdo? Mientras tanto, regrese a casa y procure alimentarse sano y correctamente. Le recomiendo descansar para no complicar el embarazo ni su salud.
Lo sabía. Sabía que había algo mal conmigo. Y los bebés... ¿Gemelos? ¿Cómo puede ser?
—¿Está seguro de que estoy embarazada? —pregunté antes de cruzar la puerta, con las lágrimas a punto de salirse de mis ojos.
Asintió.
—Muy seguro, señorita Wells.
Salí de la habitación, completamente descolocada. Entré siendo una persona y salí siendo otra completamente diferente.
En el exterior del hospital, mi chofer me esperaba para llevarme a casa, pero no estaba lista para ello. Marco casi estaba en casa y no quería enfrentarlo. Me detuve en una cafetería, pensando por qué Marco aún no me había escrito que bajó del avión. No era normal en él que no se comunicara.
Presentía una pelea. El día nublado anunciaba una guerra en el cielo, pero también en mi casa.
Noté que era tarde. Las seis de la tarde. Tenía que regresar.
Me subí al auto y el chofer condujo a casa. No pude evitar derramar unas lágrimas de camino. Dos bebés y un posible cáncer. Era demasiado para mí.
El auto de Marco estaba estacionado fuera de la mansión. Él ya estaba en casa. Sentí una mezcla de alivio y miedo.
—¿Se encuentra bien, señorita Lara? —me preguntó mi chofer.
Lo vi mirándome por el espejo retrovisor.
—Sí —mentí. Pero si el chofer se dio cuenta, estaba segura de que Marco también lo haría.
¿Debía darle la noticia ahora? ¿Y si esperaba a procesarlo por mi cuenta antes de abrir la boca?
La maraña de pensamientos me atravesó el pecho. Subí los escalones hasta la entrada y abrí la puerta. Él no estaba en la sala. Oí su voz apagada proviniendo de su oficina. Caminé hasta allí para verlo. Lo encontré con el teléfono en la oreja, pero al verme me echó una mirada distante.
—Te llamaré más tarde. —Colgó la llamada.
Sonreí al verlo.
—Llegaste... hola —caminé hasta él, donde Marco me esperaba.
Se veía tan guapo como siempre: alto, de cuerpo atlético, cabello oscuro desordenado, mandíbula fuerte y ojos grises como acero. Su energía tan peligrosa y sensual. Pero había algo diferente dentro de su mirada. Algo que me incomodaba.
Me extrañó que Marco o viniera a abrazarme él mismo como las veces anteriores. Estábamos distanciados y podía notarse. El ambiente se tornó frío.
Lo abracé, pero Marco penas me tocó. Busqué su mirada.
—¿Qué pasa, Marco? ¿Sigues molesto por la discusión de anoche?
Su mano bajó hacia una carpeta sobre el escritorio.
—Hay que hablar, Lara —sentenció, dándome la carpeta.
—¿Qué es esto? —abrí, mirándola extrañada.
Las palabras que leí me dejaron estupefacta: acuerdo mutuo de divorcio.
Lara El sonido de la puerta me obligó a levantarme del sofá. Caminé hasta ella, casi arrastrando los pies. Eran las 9 a.m. y apenas me desperté hace media hora. Mi hermana me dejó quedarme con ella un tiempo hasta que Enzo regresara a la ciudad. Me encontraba sola. Daniela se fue a trabajar. Abrí la puerta, sin esperar lo que me encontraría detrás de ella. Mi respiración se detuvo y mis labios se entreabrieron por la sorpresa. El mundo dejó de girar a mi alrededor. Automáticamente me sentí en la boca del lobo. Era Marco, de pie frente a mí. —¿Qué haces tú aquí? —Mi voz sonó autoritaria. —No estabas en la dirección que me enviaron. Una vecina de tu apartamento me dijo que te encontraría aquí. Entrecerré los ojos con desconfianza. —¿A qué viniste? ¿Cómo me encontraste? —No fue muy difícil. —¿Enviaste a alguien a que me investigue? —No me sorprendía. Marco tenía ese poder, pues todo lo resolvía con dinero. —¿Puedo pasar? —No —lo detuve y cerré la p
Lara Mi mundo se detuvo en seco cuando mis ojos se reencontraron con los de Marco después de meses. Meses en silencio y lejos del peligro que él significa para mí. Pero me vio, y al verme, también los vio a ellos. Nuestros hijos. —¿De quién es ese bebé? —preguntó, sin darse cuenta de que las fechas no cuadraban. Mi vientre era enorme. No era uno, son dos. —Enzo —mis labios se movieron con el fin de protegerme. Marco apretó los puños a los costados de su cuerpo y tomó de la mano a Irina. Caminó hacia mí y la mirada fue tan intensa que pensé que me quebraría, pero no demostré debilidad. Me hice fuerte estos meses sin él. No fue fácil el divorcio, pero traté de recomponerme porque tenía que ser fuerte por mis hijos. Estuve sola por tres meses, hasta que Enzo y yo nos encontramos por casualidad en las calles del centro de Connecticut. Me vio embarazada, hizo las típicas preguntas. Enzo se distanció de Marco porque su hermano lo atacaba todo el tiempo, fiel a sus creencias.
Marco Cinco meses después, sigo pensando en todo lo que ha cambiado. Han pasado siete meses desde que tuve la última noticia de Lara. La última vez que la vi fue cuando la rechacé. Recuerdo que sus piernas flaqueaban de dolor después del rechazo. Su espalda, su cabello largo y castaño, sus tacos chocando contra el suelo y el dulce aroma de su perfume fueron lo último que grabé en mi mente sobre ella. Cuando la vi marcharse, decidida y firme, sentí una punzada de dolor en el pecho. Un dolor que no creí que sentiría al dejarla cuando me enteré de que me engañó con mi hermano Enzo. Había tanto odio en mi interior cuando Irina me contó la verdad con pruebas. Tuve que tomar una decisión y separarme de Lara. Ella me traicionó. Confié en ella y me clavó un puñal por la espalda. ¿Con mi propio hermano? ¿Cómo pudo hacerme esto a mí? Apenas tuve contacto con Enzo. La única relación que mantuvimos fue hace tres meses cuando tuvimos que reunirnos virtualmente por un asunto de
Lara —¿Qué es esto, Marco? —le pregunté, mirándolo fijamente. Marco hizo silencio. Un silencio frío, doloroso y despedazante. —Contesta, Marco —pedí, dejando bruscamente la carpeta en el escritorio. Él rodeó el escritorio, alejándose de mí y enfrentándome cara a cara. Un escritorio era lo único que nos separaba, pero la distancia se sentía infinita. —Es una broma, ¿verdad? —No lo es —se apresuró a decir, sin bajar la mirada. Se veía aún más serio que al principio. Mi corazón se estrujó en mi pecho y las náuseas me atacaron. No por el embarazo. Por la situación. —¿Entonces me estás diciendo que te quieres divorciar de mí? —Sonreí, con la esperanza de que fuera una broma. —Es exactamente lo que estoy diciendo. Entreabrí la boca para decir algo, pero las palabras no brotaban de mi boca. Sin embargo, una mezcla de emociones arrolladoras me atravesaba el alma. Miré a mi esposo, al hombre que amaba, pero él no me miraba con ojos de amor. Ya no. ¿Qué había pasad
Lara Tres días intensos con vómitos y náuseas al despertarme por la mañana. La mucama me había recomendado ir al doctor al notar la frecuencia con la que yo corría al baño, pero no quise hacerle caso. Tuve unos días libre de malestar, pero un agotamiento inusual me atrapaba durante el día. A la semana, los vómitos regresaron y decidí que era tiempo de llamar al doctor. Entré a mi cita médica. El doctor me realizó exámenes de sangre, entre otros. Me quedé en el pasillo, esperando los resultados que pedí con urgencia. Había algo diferente en mí. Podía sentirlo dentro. Mi pierna se movía nerviosamente, mientras luchaba por no comerme las uñas. La puerta del consultorio se abrió y el doctor Sanders salió con los resultados en la mano y me pidió que entrara. A juzgar por su expresión, algo andaba mal. —Tome asiento, por favor —señaló. Le hice caso, aferrándome a la cuerda de mi bolso. —¿Doctor? ¿Está todo en orden? Hizo silencio. Lo recorrí con la mirada, mientras el c





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