Dos días después del almuerzo con los Montgomery, la cabaña de Berkshire era un tormento de silencio y falsas sonrisas. Eleanor luchaba por ignorar la presencia de Liam, especialmente después de la noche en la cama.

Una tarde, mientras Liam estaba ayudando a Tía Agatha a revisar unas viejas cuentas, Eleanor se sentó junto al fuego, incapaz de concentrarse en su bordado. El recuerdo del Sr. Vance, el socio de su padre, regresó como un aguijón.

“El Corredor de Dublín…”

Esa frase no dejaba de resonar en su mente. ¿Un hombre que arriesga fortunas en las pistas? Ese no era el perfil de un chofer desesperado, sino de un adicto al riesgo. Eleanor se sintió justificada.

El dinero. La familia Harrington le había pagado a Liam una suma considerable para casarse y otra para el sanatorio. ¿Y si Liam había mentido? ¿Y, si el dinero para el tratamiento de su padre era solo una excusa para liquidar deudas de juego o financiar un vicio oculto?

—Es un parásito, —se dijo Eleanor. —Se aferró a mi fortun