Mundo ficciónIniciar sesiónApenas habían transcurrido seis horas desde que Liam O’Connell pronunció la palabra fatal: Acepto. El sol de la mañana se filtraba apenas por las cortinas de la biblioteca, donde la Sra. Harrington, inmaculada y terrible, lo esperaba. Sobre la caoba pulida reposaba un grueso documento con un sello lacrado: El contrato.
—Siéntese, O’Connell. Esto no es un simple intercambio de votos. Es un trato de negocios —dijo la Sra. Harrington, deslizando el documento hacia él. Sus ojos evaluaban a Liam como si fuera un caballo en el mercado.
Liam tomó el asiento con la espalda recta. Su dignidad era su única armadura.
—Soy consciente. Solo quiero entender los términos. Mi palabra vale mi vida, Lady Harrington.
—Su palabra vale exactamente quinientos dólares iniciales, más la renta para su padre —corrigió ella con frialdad—. Pero sí, las cláusulas son precisas.
—He leído lo suficiente de leyes. ¿El divorcio es inmediato al nacimiento?
—El divorcio se tramita después de que el niño cumpla seis meses y la sociedad se haya acostumbrado a su existencia. Es un formalismo. Pero el punto crucial es este: jamás tendrá derechos sobre el niño. Legalmente, usted es el padre, pero emocionalmente, usted es una sombra.
—Seré una sombra con dinero suficiente para pagar la vida de mi padre. Lo entiendo —respondió Liam, una amarga aceptación en su tono. El precio de la vida de su padre era su propia alma.
—Bien. Ahora, la novia... no será tan cooperativa —afirmó.
La Sra. Harrington se retiró, dejando a Liam a solas con el contrato. Momentos después, la puerta se abrió de golpe. Eleanor entró, envuelta en un furioso torbellino de seda maltratada. Había una fisura de auténtico dolor bajo la capa de su habitual desprecio.
—No vas a hacer esto —Eleanor se detuvo a tres pies de él, el fuego en sus ojos era más brillante que cualquier joya que hubiera usado.
Liam no se levantó. Su calma era un insulto.
—Ya está hecho, señorita Harrington. Su madre y yo hemos llegado a un acuerdo.
—¡Un acuerdo! Lo que tienes es el alma de un oportunista. ¿Cuánto? ¿Cuánto te ha costado la decencia? ¿Unos pocos dólares para esa mísera choza donde vives?
—Me ha costado mi libertad, señorita. Y le ha costado su escándalo. No somos tan diferentes: ambos vendemos algo valioso por necesidad. —Liam dejó que el golpe resonara en el silencio.
Eleanor rio, con una nota aguda y quebradiza.
—¿Compararnos? ¡Yo estoy en esto por la sangre de mi familia! ¡Por un apellido que tú ni siquiera sabrías pronunciar sin tartamudear! Tú estás aquí por avaricia. Por una miserable propina de chófer convertida en cheque.
—Estoy aquí por la vida de mi padre. Algo que las personas de su mundo nunca entenderían. Usted compra y tira. Yo lucho por cada respiración que da mi familia.
—¿Y mi hijo? ¿Piensas usar a mi hijo como moneda de cambio? ¿Vas a ser un fraude y un fantasma por esos miserables quinientos dólares?
—Seré el padre de un niño que, de otra forma, nacería en la vergüenza, ¿no es esa la verdad? Usted es la que ha puesto el precio a la decencia. Y créame, el precio de su secreto es mucho más alto que los quinientos dólares que me están pagando. Es su libertad. Es la mía. Y es la paz de mi padre.
Eleanor se mordió el labio, la réplica murió en su garganta. Había tanta verdad en el dolor de sus palabras.
—Mañana, ante el juez, te pondrás un anillo y jurarás ser mi esposo. Pero escúchame bien O’Connell, en privado, seguirás siendo el chófer. Me das asco.
—Me conformo con su desprecio. Solo recuerde esto: no fui yo quien arruinó su vida. Solo soy el hombre lo suficientemente pobre como para repararla. En todas usted sale ganando, señorita.
La Sra. Harrington regresó, impecable, con un mayordomo que portaba una pluma de oro.
—Basta de melodrama. Firma, Eleanor. Tu tiempo para las pataletas ha terminado.
Eleanor, con el rostro pálido y los ojos inyectados de rabia impotente, tomó la pluma. Su mano tembló sobre el pergamino, sintiendo el peso de la tinta como el de una cadena.
—Madre, él no ama a nadie en esta sala. Solo le interesa el dinero.
—El amor es un lujo para los cuentos de hadas, Eleanor. El matrimonio es un negocio. Y este hombre es la garantía perfecta.
Eleanor garabateó su firma reticente, con el nombre Harrington manchado de rabia.
Liam tomó la pluma a su turno. Observó el nombre de Eleanor al lado del espacio en blanco para el suyo. Liam O’Connell, estaba a punto de convertirse en el prisionero de la Sra. Harrington.
—Tanto poder, señora, y sin embargo, su apellido depende de un hombre que usted desprecia —dijo con un sosiego perturbador Liam, mirando a la matriarca antes de firmar.
—El desprecio es el precio que pago por el decoro, O’Connell. Pero ahora, todos ganamos, tiene lo que quería o necesitaba. Y yo tengo mi secreto a salvo.
Liam firmó. La tinta se secó. El contrato con el chofer estaba sellado.
—Ahora, mi primer acto como su yerno —dijo Liam, levantándose y mirando a Lady Harrington, luego a Eleanor—, es pedir permiso para ir a pagar los medicamentos de mi padre. Espero que entienda que, ahora que soy parte de la familia, mi tiempo tiene un valor diferente.
Eleanor solo pudo mirar su espalda, sintiendo que no solo se casaría con un extraño, sino que había liberado un fantasma que ahora se negaba a ser una sombra.







