Mundo ficciónIniciar sesiónLa primera mañana de matrimonio comenzó con un ajuste de cuentas tácito. Liam, recién duchado, vestía su uniforme de chófer. Eleanor bajó a la cocina, esperando el movimiento habitual de los sirvientes, pero lo encontró preparando su café en la estufa de gas.
—¿Qué haces en la cocina? —preguntó Eleanor con voz aguda.
—Es la mañana. Es mi trabajo, mi lugar es acá abajo, señorita —dijo Liam, sin mirarla, concentrado en tostar el pan.
—¡Que desfachatez! Si llega alguna visita te verá de chofer. ¿Y las apariencias que dice mi madre que debemos guardar?
—Yo solo sigo órdenes. Su madre estableció mi horario. Esposo de noche, chofer de día. El uniforme es la prueba. ¿No lo ve?
—No tiene sentido…
Liam le extendió una taza humeante. Eleanor dudó un segundo en tocarla.
—No pongas tus manos… —espetó, retirando la taza de un tirón.
—Tranquila. No tiene veneno, señora O’Connell. Solo está hecho con mis manos de sirviente —Liam le sonrió con frialdad. El aire se hizo espeso con la inversión de roles.
—No me mires así. La noche no te da derechos sobre el día.
—Y el día no borra el contrato, querida Eleanor. Esta noche, o cuando sea necesario, volveremos a ser un matrimonio.
Eleanor sintió un escalofrío. El chofer y el esposo eran la misma persona, y eso la desestabilizaba.
—Te veré a las dos. Es el almuerzo de bienvenida de las Montgomery. Y no me hagas avergonzarme. Usa la ropa adecuada. Fitzwilliam se encargará.
—Nunca lo haría. Yo soy el profesional aquí —respondió socarrón.
Liam salió a buscar las llaves del auto. Eleanor se quedó sola, bebiendo el café que él había preparado. Estaba, extrañamente, perfecto. Era un buen chofer, pero ¿quién era ese hombre realmente?
De inmediato cruzó el umbral una figura apresurada. Era Fitzwilliam.
—Lady Eleanor, ¿Qué la trae por aquí? —preguntó con sorpresa el mayordomo. Ella dejó la taza sobre el mesón.
—Tengo un esposo sirviente, Fitzwilliam. ¿Qué crees que hago?
***
En el evento social, la fachada de Eleanor y Liam era impecable. Él, imponente en un traje prestado; ella, radiante y gélida a su lado. Se movían como un engranaje fino, sus diálogos ensayados resonaban con la falsedad de la élite.
—Eleanor está radiante. El matrimonio te sienta bien, querida —comentó Lady Montgomery.
—Liam me da una estabilidad que no sabía que necesitaba —respondió Eleanor, apretando la mano de Liam con una fuerza de amenaza.
—Y Eleanor es mi ancla —añadió Liam, devolviendo la presión con un leve y cruel apretón que la hizo jadear internamente—. Lo mejor que me ha pasado —tomó un sorbo de la copa de champán, mezclándose perfectamente.
Mientras sonreían para la foto social, un hombre de negocios de mediana edad, Mr. Vance, quien había sido invitado por las señoras, se acercó a Liam. Su expresión pasó de cordialidad a sorpresa.
—¿Aidan? ¡No lo puedo creer! —exclamó Vance, ignorando a Eleanor.
Liam se puso rígido, su sonrisa se borró.
—Me temo que me confunde, señor. Me llamo Liam O’Connell, esposo de Eleanor Harrington.
—¿Confundirte? ¡Imposible! Eres el maldito Aidan Murphy de las pistas de Dublín. El Corredor que desapareció tras el fiasco de las apuestas del Derby... ¿Qué haces aquí vestido así?
Eleanor miró a Liam, su pulso acelerándose. Su esposo, el chófer, era un corredor de apuestas irlandés. Un mundo mucho más peligroso y de baja reputación que el de los chóferes.
—Disculpe, Mr. Vance —Liam se interpuso. Su voz ahora era fuerte como el acero, no la de un sirviente—. Me temo que sigue confundiéndome, caballero. Mi esposa puede sentirse ignorada.
Vance retrocedió, visiblemente perturbado.
—Esto es... inesperado. Disculpe, señora — el hombre se alejó pensativo, no le quitaba la mirada de encima a Liam.
Liam guio a Eleanor lejos de la escena, sujetándola firmemente del codo.
—Suéltame. ¿Quién diablos es él? ¿Corredor de Dublín? ¿Apuestas? ¿Qué es todo esto?
—No es nada. Es obvio que está confundiéndome. Compórtate —levantó la mirada como si nada estuviese pasando.
—¡No! El contrato. El apellido O’Connell. No era solo por el dinero. ¿Quién eres en realidad?
—Eleanor, ¿Qué crees que estás haciendo? Soy Liam, el maravilloso chofer de tu majestuosa mansión. No busques respuestas a la casualidad, querida —contestó impasible. Eleanor ardía de rabia.
Liam se detuvo cerca de una fuente, su rostro a centímetros del de ella.
—Lo descubriré…—le espetó ella.
—No tengas cuidado, querida…
***
Esa noche, Eleanor irrumpió en la habitación de Liam, sin llamar. Él estaba de pie junto al único escritorio de la habitación examinando una nota escrita a mano que había sacado de un libro de su maleta. Al verla, la guardó rápidamente en el bolsillo interior de su traje.
—¿Quién eres? —Ella no gritó, lo preguntó con la frialdad de una fiscal.
—Soy Liam O’Connell. Su esposo —respondió con el sosiego que lo caracterizaba —¿Necesita algo, Eleanor? Tal vez que el chofer le encienda un cigarrillo. Le recuerdo que su madre sugirió decoro…
—No, no me hables en ese tono… esa frase “el corredor de Dublín, el hombre que perdió o ganó demasiado dinero en las pistas”. Ahora que lo noto, esos ojos calculadores no son los de un chófer, Liam o ¿Cómo debo llamarte?
Liam la enfrentó con su expresión impasible. La tensión llenó el espacio.
—Mi pasado no es de su incumbencia…
—¡Todo en tu vida es de mi incumbencia, idiota! —gritó histérica —ahora que tengo que fingir llevar tu apellido. ¿Fue esa la razón por la que te vendiste? ¿Deudas de juego tan grandes que solo un Harrington podría saldarlas?
—El contrato matrimonial me dio el dinero para salvar la vida de mi padre. Nada más. Es la única verdad que necesita conocer. Por lo demás no debe preocuparse.
—¿No debo preocuparme? No me mientas. ¿Por qué el señor Vance te reconoció como un igual, no como un sirviente?
Liam la miró fijamente. Su silencio fue un arma.
—¿Qué está buscando? Crea lo que quiera. Me conformo con saber que Lady Harrington compró mi silencio; pero escúcheme bien… mi verdadera razón para aceptar no es algo que se discuta en este matrimonio de papel. Así que le agradezco, salga de mi habitación.
—¡Igualado! No estás a mi altura. Debes decírmelo…—le exigió.
—El contrato le da derecho a un nombre y una fachada para su embarazo. Yo me llevo mi libertad financiera para mi padre. Fin de la historia —dijo Liam, dando un paso hacia ella, recuperando el control — su problema ahora es otro. Usted está embarazada de un hombre que no la ama y está casada con un hombre que la desprecia.
—Te odio. Eres un parásito que se ha aferrado a mi dolor.
—Soy su marido y el supuesto padre su hijo. Y le aseguro, Eleanor, que mantendré su secreto más celosamente que usted.
Liam se acercó a la puerta. Su rostro a centímetros del de ella. Eleanor no se movió, quedó demasiado impactada por la frialdad de su determinación.
—Somos dos prisioneros, Eleanor. Pero ahora, debemos aprender a sobrevivir juntos para no morir por separado.
—¿Y quién de los dos cederá primero?
—El que olvide su posición, señorita. Y yo nunca olvido la mía —concluyó Liam.
La intriga se había transformado en una amenaza sutil.







