Nora nació entre lobos, pero su alma nunca aulló. Marcada por una loba que jamás despertó, fue condenada a ser la vergüenza silenciosa de su manada: una Luna sin luz, sin propósito, sin poder. Solo su padre, el antiguo Alfa, la defendía... hasta que fue asesinado bajo circunstancias que nadie se atrevió a investigar. Ahora, unida por la fuerza a Alfonso —el nuevo líder que prometió protegerla— Nora sobrevive entre susurros y desprecio. Él la eligió, pero pareciera que nunca la amó. Y una madrugada, la verdad la alcanza con el filo de un cuchillo: deseos ajenos, secretos podridos y una confesión que lo cambia todo. La furia y el dolor despiertan algo en Nora. Algo dormido. Algo salvaje. Huye. Sangra. Renace. Y en una nueva manada, bajo la mirada intensa del Alfa Leonardo, encuentra algo que nunca tuvo: aceptación… y peligro. Porque Leonardo empieza a sentir. Y Nora, sin quererlo, lo enfrenta con lo que más teme: el amor. Pero el pasado nunca muere del todo. Y cuando la Luna vuelve a teñirse de rojo, las sombras reclamarán lo que aún no ha sido perdonado.
Leer másNora despertó con el murmullo de las hojas meciéndose tras la ventana. Por un instante, no supo dónde estaba. La luz tenue del amanecer se filtraba entre las cortinas, y el olor a hierbas medicinales impregnaba el aire. Intentó incorporarse, pero una punzada aguda le recorrió la sien.—Tranquila —dijo una voz cerca de ella.Giró la cabeza y lo vio. Leonardo, sentado en una silla junto a su cama, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada fija en ella. Su cabello desordenado y las sombras bajo sus ojos revelaban que no había dormido en toda la noche.—¿Qué... pasó? —murmuró.—Ganamos —respondió él con suavidad—. Gracias a ti.Ella parpadeó, confundida. Sus recuerdos eran una maraña de imágenes borrosas: el campo de batalla, los gritos, su habilidad activándose... y luego, nada.—Me desmayé, ¿verdad?Leonardo sonrió, cansado.—Otra vez.Nora soltó una pequeña risa, que se desvaneció al recordar el rostro de Eva acusándola.—¿Me creen?Leonardo frunció el ceño.—¿Que los traicion
Leonardo había partido temprano esa mañana para entrenar con los guerreros del clan. Nora lo observó desde la ventana de su habitación, viendo cómo se alejaba hacia el bosque con paso decidido, flanqueado por su guardia personal. Aún sentía el eco de su declaración del día anterior retumbando en cada rincón de la fortaleza: Ella es mi luna.Pero, aunque las palabras eran firmes, el ambiente estaba lejos de ser pacífico. Nora percibía, con esa sensibilidad que la había sostenido toda su vida, que algo grande se estaba gestando. Lo sentía en el aire: denso, cargado. Como el silencio que precede a una tormenta.Decidió salir a caminar por los pasillos de piedra. El vestido perla que usaba se deslizaba con suavidad sobre el suelo, y su cabello ondeaba con cada paso. Intentaba mantener la compostura, pero su mente no dejaba de repetirse que tenía que estar alerta. Había visto demasiados rostros falsos desde su llegada.Y no tardó en confirmarlo.—Qué elegante para alguien que no ha hecho n
Nora soñó con sangre.Corría por el suelo de piedra, espesa y cálida, y manchaba sus pies descalzos mientras una figura se arrastraba hacia ella. Su padre. Su rostro estaba empapado en rojo, sus ojos llenos de un dolor que calaba hasta el alma.—¡Corre, Nora! ¡Corre! —gritó con una voz ahogada, mientras su cuerpo era arrastrado hacia la sombra.Ella intentó alcanzarlo, gritar su nombre, pero algo invisible la sujetaba, como raíces oscuras que brotaban del suelo y la ataban. Y justo cuando su padre desaparecía en la negrura...Despertó.El corazón le latía con fuerza. Un nudo le apretaba la garganta. Estaba sudando. Se incorporó de golpe, con la respiración entrecortada, los ojos desenfocados buscando alguna señal de que aquello no era real.La habitación era la misma. Su cuerpo, aún débil. La luna brillaba en lo alto, lanzando sombras pálidas por la ventana.Y allí, de pie junto al ventanal, estaba Leonardo.Vestía una camisa suelta, blanca, remangada hasta los codos. Su silueta era a
Nora despertó sobresaltada.La luz que entraba por la ventana era suave, tamizada por cortinas blancas. El aire olía a hierbas curativas y a madera húmeda. Confundida, parpadeó varias veces hasta enfocar su entorno: no era su habitación, no era su hogar… y, sobre todo, no estaba en la casa de Alfonso.Estaba viva. Pero no sabía dónde.Intentó incorporarse, y entonces lo notó: sus piernas estaban vendadas con ungüentos que desprendían un olor a menta, eucalipto y algo más... algo que no reconocía. Ya no llevaba puesto su vestido verde oliva, desgarrado por la huida. En su lugar, llevaba un conjunto blanco de lino fino, suave al tacto, casi ceremonial.Aunque carecía de su loba interior, sus sentidos eran superiores, más agudizados que cualquier lobo. Percibieron los aromas del lugar. Cada esencia era nueva, extraña. Ese no era su clan.«Estoy en otro territorio», pensó con el corazón acelerado. Su instinto le pedía correr… pero su cuerpo aún dolía.Miró a su alrededor. La habitación er
Desde la misteriosa muerte de su padre, Vicent, el anterior Alfa del clan Luna Dorada, Nora se había sentido más sola que nunca. El dolor no se había marchado con el tiempo, solo había aprendido a disfrazarse en el silencio de los pasillos, en las sonrisas forzadas del clan y en las promesas vacías de su esposo. La ausencia de su padre no solo había dejado un vacío en la jerarquía de la manada, también había abierto una grieta en su interior que no lograba cerrar.Su único consuelo era Alfonso. Él se convirtió en Alfa tras la muerte de Vicent, y también en su esposo. No eran almas gemelas, y ambos lo sabían. Pero Alfonso le prometió que la cuidaría, que no estaría sola, que él la protegería cuando el mundo fuera cruel. Durante un tiempo, cumplió esa promesa. Durante un tiempo, ella se permitió creer en él.Pero los días felices se deshicieron como arena entre los dedos. Ahora, eran solo recuerdos lejanos, cubiertos de polvo y decepción. Nora ya no caminaba con la frente en alto. Las m
Último capítulo