La aldea despertaba con una serenidad distinta aquella mañana. El bullicio habitual seguía presente: los niños corriendo, las voces de las mujeres negociando en el mercado, el sonido metálico de espadas en el área de entrenamiento. Sin embargo, para Nora, todo parecía teñido de un matiz diferente. Había dormido mejor que de costumbre. Ignorando por completo el encuentro que tubo con Eva.
Se recogió el cabello con un lazo sencillo, tratando de ordenar sus pensamientos junto con los mechones rebeldes. Cuando abrió la puerta de la habitación, encontró allí a Leonardo, de pie, esperándola con la misma firmeza tranquila que siempre lo caracterizaba.
—Buenos días, Nora —saludó Leonardo, con un gesto leve que parecía esconder una intención distinta.
—Buenos días —respondió ella, sorprendida de verlo tan temprano.
Él la observó por un instante, como si estuviera calculando cada palabra antes de hablar. Luego, un destello inusual apareció en sus ojos.
—Hoy no entrenaremos de inmediato —anunció