Nora soñó con sangre.Corría descalza sobre un suelo frío de piedra, húmedo y pegajoso. La sangre manchaba sus pies, espesa y cálida, mientras una figura se arrastraba hacia ella, tambaleándose, como arrastrada por la desesperación. Era su padre. Su rostro estaba cubierto de rojo, sus ojos brillaban con un dolor tan profundo que parecía atravesar hasta el alma.—¡Corre, Nora! ¡Corre! —gritó con una voz rota, ahogada, mientras su cuerpo era llevado hacia las sombras.Ella quiso alcanzarlo, gritar su nombre, detener la oscuridad que lo engullía. Pero algo invisible la mantenía fija, como raíces negras que brotaban del suelo para atraparla. Intentó liberarse, luchó contra esa fuerza silenciosa, pero era inútil. Y justo cuando la figura de su padre desaparecía en la negrura más absoluta, despertó.El corazón le latía con fuerza, como un tambor atronador en el pecho. Un nudo apretaba su garganta. El sudor le perlaba la frente y empapaba su cabello. Se incorporó de golpe, con la respiración
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