Capítulo 3

Nora soñó con sangre.

Corría por el suelo de piedra, espesa y cálida, y manchaba sus pies descalzos mientras una figura se arrastraba hacia ella. Su padre. Su rostro estaba empapado en rojo, sus ojos llenos de un dolor que calaba hasta el alma.

—¡Corre, Nora! ¡Corre! —gritó con una voz ahogada, mientras su cuerpo era arrastrado hacia la sombra.

Ella intentó alcanzarlo, gritar su nombre, pero algo invisible la sujetaba, como raíces oscuras que brotaban del suelo y la ataban. Y justo cuando su padre desaparecía en la negrura...

Despertó.

El corazón le latía con fuerza. Un nudo le apretaba la garganta. Estaba sudando. Se incorporó de golpe, con la respiración entrecortada, los ojos desenfocados buscando alguna señal de que aquello no era real.

La habitación era la misma. Su cuerpo, aún débil. La luna brillaba en lo alto, lanzando sombras pálidas por la ventana.

Y allí, de pie junto al ventanal, estaba Leonardo.

Vestía una camisa suelta, blanca, remangada hasta los codos. Su silueta era apenas una sombra recortada contra la luz lunar. Había estado en silencio, observándola dormir, quizás durante horas.

—¿Otra pesadilla? —preguntó sin volverse, su voz baja, casi un susurro.

Nora se pasó una mano por el rostro, intentando calmarse.

—Sí… soñé con mi padre. —Su voz tembló un poco, pero no quiso mostrarse frágil.

Leonardo se giró entonces. Se acercó con pasos firmes, y sus ojos avellana buscaron los de ella. Se detuvo a un metro, como si respetara su espacio… o esperara su permiso.

—¿Estás mejor?

Nora asintió lentamente.

—Un poco —murmuró.

Él la observó en silencio durante unos segundos, como si midiera el momento exacto para decir lo que venía a continuación.

—Sobre lo que te pedí… —comenzó, con un tono más grave—. No quiero que haya malentendidos. Quiero que seas mi luna.

Las palabras cayeron como un balde de agua fría. El aire pareció espesarse. Nora sintió que su corazón se detenía por un segundo.

—¿Tu luna…? —repitió, incrédula, en un susurro.

Leonardo asintió, sin rodeos.

—Sí. Mi compañera. Ante el clan y la Luna.

Ella desvió la mirada, abrumada. El recuerdo de Alfonso la golpeó como una bofetada. Había sido su luna. Y había destruido todo lo que ella era.

—¿Por qué yo? —preguntó en voz baja—. No somos pareja destinada por la Diosa de la Luna. No hay vínculo entre nosotros.

—Aún no he sentido la conexión —admitió con honestidad—. Pero eso no importa. Los clanes son supersticiosos. Si un Alfa no encuentra a su luna, comienzan los rumores. Dicen que el clan está maldito, que el liderazgo es débil. Lo que necesito es una compañera… por contrato.

Nora alzó la mirada, confusa.

—¿Un contrato?

—Una unión formal, política, estratégica. Sin amor… sin promesas eternas. Solo presencia. Fuerza. Alguien a mi lado para calmar las dudas de los míos.

Ella sintió cómo algo dentro de sí se tensaba.

—Pero… no tengo lobo. No soy una de ustedes. ¿Tu clan me aceptará?

Leonardo se inclinó ligeramente hacia ella. Sus ojos brillaron con intensidad.

—Eso no es asunto tuyo. —Su voz se volvió más seria— Yo me encargo del clan. Tú solo debes aceptar.

—¿Y si no lo hago?

Leonardo la miró fijamente, y una sombra cruzó su rostro. No era una amenaza, era una advertencia sincera.

—Entonces no puedo prometer que Roy, mi lobo, te mantendrá a salvo. Ya te olfateó. Ya te reconoció. Y si no eres mía… él podría verte como una amenaza.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Nora. No por miedo, sino por la intensidad con la que él hablaba. Por la sinceridad de sus palabras. Por lo peligroso que era… y por lo mucho que, en ese instante, deseaba sobrevivir.

Ella cerró los ojos por un momento.

Pensó en su padre, en la sangre, en la traición. Pensó en Alfonso, en su sonrisa falsa, en la forma en que la destrozó. Y pensó en lo que había jurado: vivir. Y vengarse.

Al abrir los ojos, había decisión en su mirada.

—Está bien —dijo con firmeza—. Acepto.

Leonardo la observó durante varios segundos. No sonrió, no celebró. Solo asintió. Como si ya lo supiera. Como si todo, desde el momento en que la encontró en el bosque, hubiera sido inevitable.

Esa misma tarde, Leonardo reunió al clan.

El claro sagrado estaba rodeado de antorchas encendidas que ardían con llamas anaranjadas, como lenguas de fuego que murmuraban viejos pactos. Las piedras del círculo brillaban bajo el sol poniente, y la tensión era palpable en el aire.

Nora caminó al lado de Leonardo, sus pasos eran lentos pero firmes, como si cada uno pesara más que el anterior. Llevaba un vestido largo color humo, que parecía bailar con la brisa. Su cabello suelto caía como una cascada oscura sobre su espalda, enmarcando su rostro pálido y sus ojos delicados.

Apenas se sentó en el asiento especial junto al Alfa, los murmullos comenzaron a levantarse como una tormenta en la distancia.

—¿Es ella? —¿La humana sin lobo? —¿Cómo puede una sin marca ser la luna del Alfa?

Nora los sintió a todos. Cada susurro, cada mirada inquisitiva, cada juicio no dicho. Su piel ardía bajo los ojos de la multitud, pero su postura permaneció recta. No se permitiría flaquear.

Leonardo dio un paso al frente, su voz resonó con una autoridad que aplastó las dudas en el ambiente:

—Hoy presento ante ustedes a Nora. Ella es mi luna. Mi compañera. Su luna.

Los murmullos se convirtieron en un estruendo contenido. Incredulidad, desconcierto, incluso miedo. ¿Qué significaba eso para el clan? ¿Qué había visto el Alfa en ella?

—No toleraré cuestionamientos —añadió Leonardo, su tono se volvió afilado como una daga— No necesitan comprender mis motivos. Solo respetarlos. Quien desafíe su lugar a mi lado... me desafía a mí.

El silencio fue inmediato.

Pero mientras los demás bajaban la cabeza, acatando la decisión del Alfa, Nora sintió una mirada clavarse en su espalda como una daga.

Giró discretamente.

Entre la multitud, una joven de cabello cobrizo y labios rojos la observaba con los ojos entrecerrados. Sus brazos cruzados, su postura rígida. No necesitaba palabras. La hostilidad era palpable.

Nora trago saliva, mientras le lanzaba una encantadora sonrisa. Dejo de observarla, para después fijar su vista en Leonardo, quien le lanzaba una sonrisa de satisfacción. Mientras todo el clan festejaba tener una luna.

Nora tragó saliva y, con calma, le ofreció una sonrisa encantadora. La mirada hostil que la había estado perforando se desvió con desdén, pero no sin antes lanzarle un último destello de advertencia. Nora sostuvo la compostura, incluso cuando su corazón golpeaba con fuerza dentro del pecho.

Desvió la mirada hacia Leonardo, quien la observaba con una sonrisa de satisfacción dibujada en los labios. Había orgullo en sus ojos, como si acabara de reclamar lo que le pertenecía por derecho.

A su alrededor, el clan festejaba. Los vítores resonaban, pero los aplausos… esos sonaban huecos, forzados, cargados de un desdén apenas disimulado.

Y aún así, Nora alzó el mentón. Porque sabía que, para sobrevivir en una jauría, a veces bastaba con parecer más fiera de lo que se es.

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