“Me acosté con un extraño… y su hijo podría destruir dos mundos.” Una noche de pasión con un desconocido cambió la vida de Luna Carter para siempre. Él era fuerte, peligroso y misterioso. Su aroma de bosque y humo la embrujó. Días después, Luna descubre que está embarazada. Lo que no sabía es que ese hombre no era humano: era un Alfa fugitivo, acusado de traicionar y asesinar a su propia manada. Ahora es perseguida por clanes que quieren robarle el bebé… un hijo profetizado para destruir o salvar a todas las razas sobrenaturales. ¿Está viva la bestia con la que pasó aquella noche? ¿Volverá para protegerla… o para acabar con ella?
Leer másLa lluvia golpeaba el viejo techo del bar con violencia, como si mil dedos invisibles intentaran arrancarlo. Raven Cartermiró la hora en su celular: 2:47 AM.
Era la última en irse. Otra vez.
—Estúpido turno nocturno… —murmuró mientras recogía los vasos sucios.
El lugar estaba vacío. O eso creía.
Hasta que el sonido de la puerta abriéndose la congeló de pies a cabeza.
Un hombre entró.
Alto. Peligrosamente atractivo. Vestido de negro de pies a cabeza. La camisa rasgada dejaba ver un torso marcado por cicatrices viejas y nuevas. Las gotas de lluvia resbalaban por su pelo oscuro, pegado a la frente. Y sus ojos…
Grises. Fríos como metal. Ardientes como fuego. Una combinación imposible.
Raven tragó saliva.
—Lo siento, ya cerré —intentó que su voz sonara firme, pero tembló—. No puedo servirte nada.
El extraño no respondió. Dio un paso. Otro. Y otro más. Sus botas pesadas resonaban sobre la madera vieja, acercándose lentamente a la barra.
—No vine por una copa —dijo con voz grave, profunda, como si su garganta arrastrara grava—. Vine… por ti.
El corazón de Raven dio un salto doloroso.
—¿Qué? —retrocedió un paso, buscando la caja registradora, cualquier cosa para defenderse—. ¿Quién eres?
El desconocido ladeó la cabeza, con una media sonrisa oscura en los labios.
—Eso no importa… aún.
Sus ojos brillaron un segundo. No de forma normal. Era un brillo plateado, sobrenatural. Y entonces lo vio: una vieja cicatriz con forma de media luna marcada en su cuello.
Una marca de manada.
Un Alfa.
Pero… imposible. Ningún lobo de manada andaría solo por esta zona neutral. Y menos uno como él.
El desconocido se detuvo a menos de un metro de ella. Podía olerlo ahora. Bosque húmedo. Humo. Cuero… y algo más. Salvaje. Instintivo. Peligroso.
Raven sintió su cuerpo tensarse. Miedo. Deseo. Instinto.
—¿Eres… un lobo? —susurró. Ni siquiera sabía por qué lo preguntaba. Lo sabía. Su alma lo gritaba.
Él sonrió. Una sonrisa sin humor. Triste. Oscura.
—Lo fui. Ahora… soy un fugitivo.
Su mano se apoyó en la barra, y Raven vio que sangraba. Heridas profundas surcaban su antebrazo. Garras de otro lobo.
De pronto, un gruñido bajo se escuchó desde el bosque, afuera del bar.
Raven giró la cabeza hacia la ventana. Dos sombras se movían entre los árboles. Rápidas. Grandes. Olfateando.
El hombre gruñó también, más bajo, con los colmillos asomando apenas.
—Me encontraron —murmuró—. Maldita sea…
Se acercó a ella de golpe, tomándola de la muñeca con fuerza.
—Si quieres vivir… ven conmigo. Ahora.
Raven intentó apartarse.
—¡Suéltame! ¿Quién eres? ¿Por qué me persiguen también a mí?
El extraño la atrajo bruscamente contra su pecho caliente y herido. Su aliento quemaba su mejilla cuando le susurró al oído:
—Porque huelo en ti algo que no debería estar ahí… algo antiguo… algo prohibido.
Ella contuvo la respiración. Su pulso se disparó.
—¿Qué cosa?
Sus labios rozaron su oído.
—Magia de sangre.
El cristal de la puerta estalló en mil pedazos.
Dos lobos enormes irrumpieron en el bar, sus ojos brillando de furia y hambre.
Antes de que pudiera gritar, el extraño la tomó por la cintura y la lanzó sobre su hombro como si no pesara nada.
—¡Sujétate! —gruñó—. No quiero perderte todavía.
Subió las escaleras traseras de dos en dos, con ella sobre su cuerpo. Los gruñidos salvajes crecían abajo: crujir de madera, mesas rotas, colmillos chocando.
Entró en la habitación del piso superior, la dejó de pie y cerró la puerta con fuerza. Apoyó la espalda contra ella, respirando hondo.
—Dime tu nombre —ordenó.
Ella jadeaba.
—Raven… Carter.
Él asintió con una mueca oscura.
—Sabía que eras tú. La hija perdida de las brujas de sangre.
Raven dio un paso atrás.
—¡Estás loco! ¡Yo no soy bruja!
El Alfa la miró con intensidad.
—No. Aún no. Pero tu sangre es especial. Por eso los cazadores me siguen. Por eso te encontraron.
La respiración de Raven se detuvo.
—¿Por qué… tú?
El hombre la miró con fuego en los ojos.
—Porque anoche maté al Alfa de la Manada Gris para salvarte. Y ahora… todos quieren matarme por romper el pacto de sangre.
Ella tembló. Su mente no podía procesarlo.
—¿Por qué me salvaste? No me conoces…
Él sonrió, oscuro.
—Te conocí en un sueño, Raven Carter. Hace años. Cuando la profecía habló de ti.
La puerta tembló bajo un golpe brutal. Garras. Gruñidos.
—Tengo que esconderte —dijo él, apretando la mandíbula—. Pero antes…
Se acercó de nuevo, tan rápido que Raven no pudo moverse. Su cuerpo ardía con el suyo. Su aroma la envolvía como una droga.
—Te marco. O ellos te olerán para siempre.
Sus labios rozaron su cuello, donde la vena latía desbocada.
—¿Quieres vivir? —susurró contra su piel.
Raven cerró los ojos, su cuerpo temblando, atrapada entre el miedo… y un deseo oscuro, nuevo.
—Sí…
Entonces sus colmillos rozaron su carne…
Y el mundo se volvió fuego.
El amanecer se filtró apenas entre las ramas del bosque. Raven despertó antes de que el campamento de las brujas cobrara vida. No había soñado esta vez. No con el Alfa Sombrío, ni con visiones de futuros rotos. Solo un silencio oscuro que aún le pesaba en los huesos.Darius dormía a su lado, su respiración profunda marcando un ritmo que la anclaba a la realidad. Raven se incorporó y tomó la esfera negra. Ya no vibraba. Pero seguía caliente. Seguía viva.Salió de la tienda sin hacer ruido. Afuera, la niebla era espesa y húmeda. Pero las brujas ya estaban despiertas.Ilyra la esperaba junto a un fuego bajo, donde hervía una poción de color ocre.—Hoy trabajas con nosotras —dijo sin preámbulos—. Si vas a cargar el Ritus Mortis Ultima, necesitas entender de dónde nace la magia. Y a qué precio.Raven asintió, aún temblando por dentro. Pasó la mañana recogiendo líquenes que solo crecían en troncos caídos bajo la luna. Las brujas la guiaban con paciencia, aunque una de ellas, Nerya, la repre
POV: RavenLa madrugada aún no había nacido, pero Raven ya estaba despierta.Sentada frente a las cenizas frías del fuego, con la esfera negra entre las manos, sentía cómo el silencio se pegaba a la piel como un sudor antiguo. No era solo la noche. No era solo la espera. Era algo más profundo. Algo que nacía dentro de ella y que no podía controlar.Había soñado.Pero no con el Alfa Oscuro.No con Darius.Esta vez… soñó como otra persona.La visión aún ardía detrás de sus ojos cerrados.Una mujer de cabello blanco como la luna, que reía mientras corría por un claro envuelto en flores negras. Una voz masculina llamándola, fuerte y cálida. Un hijo que no llegó a respirar. Un grito. Sangre. Y el eco de una promesa rota.—Eliah… —susurró Raven, sin saber de dónde salió ese nombre.La esfera negra palpitó en sus manos. Como si respondiera.Darius aún dormía cerca, envuelto en la manta, su respiración profunda y constante. Ella se acercó, arrodillándose junto a él. Necesitaba verlo. Asegurar
POV: El Alfa OscuroEl Vacío no olvida.El Vacío no perdona.Pero el Vacío… recuerda.Allí, donde el tiempo no corre y el mundo ha dejado de respirar, él camina solo. Las sombras se apartan a su paso, como si aún lo temieran, aunque fue él quien les dio forma.El Alfa Sombrío no tiene nombre en las leyendas. Lo llaman demonio, lo llaman dios, lo llaman el fin.Pero una vez, tuvo un nombre.Y un alma.Y un corazón que latía por amor.Sus pasos lo llevaron a la ribera de la memoria, donde la oscuridad se deshacía en figuras de niebla. Allí, la vio. Ella. Su luna. Su destino.Eliah.Su voz era un susurro dentro de él, incluso ahora.“Vuelve a mí…”Pero el tiempo no tiene reversa. Solo repetición. Solo eco.Extendió la mano, tocando la imagen borrosa de su mate. Su cabello blanco como el hielo danzaba con un viento que ya no soplaba. Su risa aún vivía en los rincones del Vacío, como pétalos secos de una flor que nadie cuidó.Había amado.Con la misma intensidad con la que ahora dominaba.
La noche cayó como una sábana espesa sobre las Tierras Silvestres. El bosque, que durante el día susurraba con vida, ahora parecía contener la respiración. No se escuchaba el aleteo de un insecto, ni el crujido de una rama. Todo estaba en pausa. Silencio absoluto, como si el mundo supiera lo que estaba en juego.Solo el fuego del campamento rompía aquella quietud. Chisporroteaba con ritmo errático, lanzando sombras alargadas que danzaban sobre los rostros tensos de Raven y Darius. La llama parecía empeñada en seguir ardiendo a pesar del peso que flotaba en el aire, como si supiera que si se extinguía… todo cambiaría.Raven sostenía la esfera negra entre sus manos. Era pequeña, pero el peso que ejercía sobre ella era colosal, insoportable. Su superficie estaba cubierta de runas que palpitaban con un rojo apagado, como si una criatura viva respirara bajo su superficie.—No lo entiendo —murmuró, su voz cargada de agotamiento—. ¿Por qué yo? ¿Por qué este destino?Darius se acercó por detr
El bosque se abría en un claro extraño, donde la luz de la luna no entraba, pero las flores oscuras brillaban solas como brasas encendidas. El aire era espeso, dulce y peligroso. Las copas de los árboles se curvaban hacia dentro, formando un domo natural que latía con una magia antigua que se filtraba en la piel.Raven y Darius llegaron hasta el borde del círculo natural, sus cuerpos tensos, respirando el peso de lo que estaba por suceder. El viaje hasta allí había sido silencioso, como si el bosque supiera y no quisiera ser interrumpido.A medida que daban un paso más, el ambiente cambió. Las sombras parecían respirar. Raíces gruesas se movieron, cediéndoles paso, como si algo bajo la tierra reconociera a Raven.Entonces, las vieron.Siete mujeres cubiertas de capas negras surgieron de entre la niebla, colocadas en semírculo. Rostros ocultos, presencias pesadas como el destino. Solo una de ellas dio un paso al frente. Su rostro, de hueso blanco, tenía ojos sin pupilas, y su cabello p
El sendero desaparecía entre la maleza cuando las brujas lo abrieron con un susurro antiguo. La vegetación se apartó, revelando una extensión que no figuraba en ningún mapa: un claro circular oculto en el corazón del bosque, protegido por capas de hechizos y siglos de silencio. Allí, entre el musgo que brillaba con luz propia, se alzaban carpas de tela oscura con hilos de plata y luna, como si el cielo mismo las hubiera bordado.Raven se detuvo en seco.—Esto no es un campamento —susurró—. Es un santuario.Darius la tomó del brazo, sin bajar la guardia. Sus ojos grises recorrían cada rincón con desconfianza. La magia flotaba en el aire como un perfume dulce y pesado. No era peligrosa. No todavía. Pero era antigua, viva, caprichosa.Una mujer salió de una de las carpas. Era alta, delgada, con el cabello trenzado en espirales de ébano y hueso. Su rostro era joven, pero sus ojos hablaban de siglos. Llevaba una capa hecha de alas secas de murciélago.—Bienvenida, hija del eclipse —dijo co
Último capítulo