Soy una cazadora de vampiros y desde pequeña fui entrenada para acabar con esa plaga. Los odio profundamente, pero todo cambió cuando lo conocí a él, al príncipe de todos ellos. En un mundo donde el vampirismo es conocido solo por los líderes mundiales y se debe a una mutación genética, Amaya es una cazadora perteneciente al rango élite de La Orden. Su vida la ha dedicado a entrenar y a sentir un profundo odio y desprecio por los vampiros, quienes asesinaron a su familia. Todo cambia cuando una misión falla y ella es tomada como prisionera por Ryu, el príncipe de los vampiros. Amaya descubrirá que la oscuridad habita en el corazón de todos y no solo en el de los vampiros.
Leer másLos ojos de Amaya se abrieron lentamente, la cabeza le dolía y sentía algo tibio escurrir por su frente. Trató de moverse, pero se dio cuenta de que sus manos permanecían encadenadas a la pared. No había mucha luz, sin embargo, pudo notar que estaba en una especie de celda, de paredes y piso de concreto, sin nada más que ella en aquella habitación. ¿Dónde estaba?, sentía la boca seca y el cuerpo adolorido. Intentó soltarse de las cadenas, pero fue inútil.
De pronto, la puerta de hierro se abrió, una figura siniestra entró. Se acercó como una serpiente, rápida y sigilosa. La tomó del mentón y subió su cabeza, la miraba con ojos ávidos. Cuando olfateó su piel, ella tuvo la impresión de haberse convertido en un ratón a punto de ser devorado. Le pareció que el repugnante ser hacía un esfuerzo por separarse de ella y no comérsela ahí mismo. Sin duda era un vampiro seducido por el olor de la sangre que brotaba de su frente.
—Has despertado —dijo arrastrando las sílabas. Y sin más, salió de la celda.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Se sentía como la cena de alguien. Tenía que salir de allí, pero atada como estaba y sin su espada, no tenía muchas opciones para liberarse.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando la puerta volvió a abrirse. Esta vez un hombre ataviado con un elegante traje negro y camisa blanca sin corbata, entró. Su cabello negro y liso era reluciente y también largo. Lo llevaba suelto y caía sobre los hombros del saco. La piel muy blanca, con un brillo sobrenatural, delataba su esencia. El rostro de altos pómulos y ojos ligeramente rasgados le otorgaban un aire oriental. La boca de labios finos se entreabrió con un gesto de sorpresa al verla. Aquella expresión duró solo un momento, luego fue reemplazada por una sonrisa maliciosa al acercarse a ella.
—Hola belleza, asesina de vampiros —le dijo con una sonrisa burlona y mirada penetrante.
Amaya se sintió desarmada ante el aura sobrenatural de aquel ser que parecía robar la luz de cuanto lo rodeaba. Su boca se secó aún más. No podía apartar la vista de esos extraños ojos violetas que la miraban como si quisieran descubrir hasta el último de sus secretos.
El vampiro se acercó lentamente y posó los dedos largos en su mejilla. Un escalofrío recorrió su rostro ante el tacto de los dedos gélidos. Amaya sacó fuerza de donde no tenía y habló tratando de sonar la más indiferente posible.
—¡No me llames belleza! —Y apartó su cara de las manos frías del vampiro.
Él enarcó las cejas con sorpresa, luego rio divertido por el gesto de su prisionera.
—La bella cazadora que mató a mi hermano Octavio. ¿Qué haré contigo?
—¡Mátame, no dudes en hacerlo porque si me das la oportunidad, yo no vacilaré en matarte a ti! —dijo la muchacha mirándolo desafiante, la voz impregnada de rencor.
El vampiro, aunque sorprendido, volvió a reír.
—Veamos, creo que no estás en posición de amenazarme, dulzura. Te tengo a mi disposición para hacer contigo lo que me plazca y lo que quiero es vengar la muerte de mi hermano.
Deslizó uno de los dedos por la sangre que cubría su frente y luego lo saboreó con deleite. Un temblor recorrió el cuerpo de la joven ante el repugnante acto.
Entonces el vampiro hizo algo que ella no esperaba: Caminó hasta la pared oeste y abrió las cadenas que la ataban. Su cuerpo cayó pesadamente en el suelo de frío concreto.
Sin otorgarle siquiera una mirada luego de liberarla, el vampiro giró para marcharse quedando de espaldas a ella. Entonces, Amaya creyó tener una oportunidad y se le abalanzó encima. Antes de que pudiera siquiera tocarlo, con un rápido movimiento de su mano, una imponente fuerza la elevó en el aire para luego estrellarla contra la pared. La cazadora se deslizó hasta el suelo y se quedó allí, adolorida.
—No vuelvas a hacerlo —siseó en un susurro mientras se inclinaba sobre ella—, no deseo matarte… aún. No me hagas cambiar de opinión.
Con otro movimiento de su mano, la misma fuerza invisible la levantó y la atrajo ante él. Amaya miró el rostro pálido, tan cerca que podía notar con toda claridad las vetas azules en sus iris violetas. Aunque no lo quería, empezó a temblar. El terror se apoderó de su ser al darse cuenta de que no podía moverse. Incapaz de escapar o defenderse, si él lo deseaba, su vida terminaría en ese preciso momento.
El vampiro la miró y ladeó la cabeza, curioso.
—¿Tienes miedo? —le preguntó en una media sonrisa —¡Debes tenerlo!
Y ante la sorpresa de ella, él la besó.
Apenas fue un suave roce de labios, pero la cazadora se llenó del más absoluto pavor.
El vampiro se separó de ella y la soltó dejándola caer al suelo. Quería levantarse, deseaba darle pelea, demostrarle lo valiente que era, pero por primera vez en su vida de cazadora, el miedo la inmovilizó.
Cuando se dio cuenta, él ya se había marchado.
Amaya se hizo un ovillo en el suelo de concreto. Comenzó a temblar violentamente cuando las lágrimas, sin ningún pudor, rodaron por sus mejillas.
—¡Tris! —exclamó aliviado Arnold al verla aparecer entre los pinos.Max volteó también y se dirigió apresurado hasta ella.—¿Te perdiste? Estábamos preocupados.Hatsú tragó y evitó mirar directamente a alguno de ellos.—Sí, lo siento mucho.—¿Ya te sientes mejor? —le preguntó Arnold, tratando de encontrar sus ojos.—¿Cómo? —preguntó ella, asustada. Temía que hubiese visto algo.—Me dijiste que te sentías mal, que te dolía la barriga y saliste corriendo.—Ah, sí. Ya estoy mejor.Arnold volteó a ver a Max.—Si quieres puedo llevarla a tu casa.—¡Eso sería genial!—respondió Max que todavía no quería volver a casa, sino encontrarse con Estela, a quien dejó en el bulevar para buscar a Hatsú cuando Arnold fue a pedir ayuda.—De acuerdo, nos iremos entonces —y añadió mirándola—: ¿te parece bien?La chica asintió aún con el corazón latiendo con rapidez.—¡Estás muy pálida! —le dijo Max mirándola con preocupación— Cuando llegues, dile a mamá que te prepare un té, eso siempre me hace sentir mej
Mientras salía del boscaje, Hatsú evocó el aura solitaria de su infancia, esa que, por más que trataba, no podía alejar y que la recubría como una segunda piel.Sus recuerdos la transportaron a aquella casa blanca en Granada, un barrio de clase media alta en Pries, la capital de Aiskia, rodeada de arbustos con blancas florecitas pequeñas, dulcemente perfumadas. Volvió a sentir el aroma que la sedujo de niña, cuando jugaba en el jardín trasero por las mañanas, antes de que el sol calentara demasiado en épocas de verano abrasador. A sus ojos acudió también el recuerdo brumoso de rejas, sistemas de alarmas y enormes cazadores armados custodiando su casa.Pero lo que prevalecía en su memoria de aquel tiempo, era el recuerdo de la ventana de su cuarto y la vida que se desenvolvía en el exterior, al otro lado de esas rejas. En aquella época tenía el hábito de observar a los niños jugar sobre bicicletas y patines; compartía con ellos detrás de su ventana sin que lo supieran, sus risas escand
Amaya se dijo así misma que por la mañana dejaría la Fortaleza. No importaba que no supiera qué rumbo darle a su vida, no se quedaría al lado de Ryu, su voluntad era débil y no quería volver a caer con él. Cuando llegó al comedor, el príncipe de los vampiros se encontraba sentado a la cabecera, a su derecha, para desagrado de la cazadora, lo acompañaba Lía. Amaya tuvo el impulso de dar media vuelta, pero antes de que pudiera hacerlo, Ryu la llamó. Sin mirar a Lía, caminó hasta sentarse a la izquierda de él. Los platillos de olor y aspecto exquisito dispuestos sobre la elegante mesa no despertaron su hambre. —Así que has vuelto. —Lía le dedicó una mirada penetrante.—No me quedaré mucho tiempo —Amaya sintió la mirada de Ryu sobre ella. —Espero que cambies de opinión —dijo él, luego de beber de su copa. Amaya iba a contestar, pero antes de que pudiera hacerlo, uno de los guardias de Ryu entró en el comedor, después de disculparse dijo: —Señor… —¿Qué quieres? —preguntó Ryu, displ
Amaya abrió los ojos, lo primero que sintió fue el brazo fuerte de Ryu que cruzaba su pecho. Se giró y quedó frente a él, quien dormía a su lado, boca abajo. Admiró la pasividad de su rostro dormido. Observó la piel pálida y brillante, la cual tapizaba los músculos de una espalda poderosa. Con cuidado, quitó los mechones negros y brillantes de la cara y lo contempló. Suspiró con tristeza al pensar en lo que había hecho. Depositó un beso ligero en los labios delgados de Ryu, apartó el brazo y se levantó para darse un baño. Dejó que el agua tibia despertara su cuerpo a la realidad y se llevara los restos de sangre seca en sus heridas. Con su entrega había traicionado no solo sus ideales, sino también la memoria de su familia. El destino se burlaba de ella: la cazadora que perdió su familia a manos de vampiros, enamorada del príncipe de sus enemigos. Se odió por ello. Salió de la ducha y se miró en el espejo. Era la misma, pero tan distinta que le costaba reconocer a la mujer joven, de
El reloj de la mesita de noche dio las tres de la mañana cuando el profesor Vincent Black abrió los ojos y se encontró frente a él con una imagen irreal. Parpadeó varias veces antes de restregarse con fuerza los ojos, creyendo que todavía estaba dormido. Alargó la mano, tomó los lentes de montura de carey de la mesita y se los colocó para ver mejor lo que estaba en el umbral de su puerta. Una mujer de largo cabello que se extendía a su cintura, negro como el ónix y reluciente hasta dar reflejos plateados, estaba de pie frente a él. Llevaba una especie de túnica larga de encaje rojo transparente con hilos brillantes. Bajo esta se podía contemplar una exuberante figura esbelta, pero abundante de curvas. El profesor se incorporó en la cama. Abrió grandes los ojos y se los llenó de los pezones que se erguían y levantaban el encaje y del sexo medio oculto por las sombras que proyectaba el resto del cuerpo de esa presencia irreal. No sabía si gritar o extender la mano para saber si esa m
Lía estacionó frente al pequeño edificio en el que Made vivía. Bajó del auto y se encaminó a la entrada, luego de llamar por el intercomunicador, la puerta se abrió. No había ascensor, pero solo eran dos pisos, así que subió las escaleras poco a poco dando rienda suelta a sus pensamientos. Made le atraía poderosamente y no era habitual que un humano lograra eso. Ella no solía entablar relaciones con los humanos, a quienes consideraba seres inferiores. Sí, era cierto que se había involucrado con Dorian, a quien ella misma convirtió cuando este aún era humano, pero Dorian en su vida pasada no fue un humano ordinario. Sin embargo, Lía tenía una manera caprichosa de ser y si algo le gustaba, simplemente lo tomaba sin ponerse trabas, así que ¿por qué tendría que ser diferente con Madeleine? La bartender era hermosa, dulce y entretenida, un soplo de brisa fresca en su aburrido cementerio de siglos. La disfrutaría de la manera que le apeteciera y si llegara el momento en el que el deseo p
Último capítulo