La verdad, era muy poco lo que Karan sabía. Un auto salía en los días que había vigilado, siempre a la misma hora de la mañana; de resto los horarios eran erráticos y nunca repetían. Debía tratarse de alguien de la servidumbre, puesto que los vampiros solo eran activos durante la noche. Así que decidieron que ese auto sería el blanco a interceptar.
Karan deseaba rescatar cuanto antes a Amaya porque sabía que cada minuto que pasaba era un minuto en la vida de su amiga que se perdía. Con el apoyo de Adriana, recuperó la esperanza de tenerla nuevamente a su lado.
Ambos estuvieron de acuerdo en que lo mejor era diseñar el plan de rescate lo antes posible. Así que, al día siguiente, Karan y Adriana aguardaban en una Kawasaki de alto cilindraje a cierta distancia de la fortaleza vampírica. Al salir el auto, lo siguieron hasta que este llegó a la zona de comercios exclusivos de la ciudad.
El vehículo se estacionó y una joven delicada salió del mismo. Llevaba una lista en la mano al entrar en una agencia de festejos de lujo. Adriana se acercó hasta la vitrina disimulando que miraba lo que allí se encontraba expuesto.
Concentrándose, llevó el dedo índice y medio a la sien para utilizar su telepatía y saber lo que adentro hablaban. Pudo escuchar lo que la muchacha le decía al de la agencia. Le señalaba una fecha, y le decía que sería un evento importante. Quería solo lo mejor, pero sin empleados, su jefe tenía suficientes sirvientes y se encargarían de atender el festejo.
Adriana regresó presurosa con Karan y le contó lo que logró averiguar.
—¿Una fiesta?, quizás podamos colarnos allí. Regresa y trata de que te revele quienes serán los invitados.
Adriana asintió y con paso decidido volvió a entrar en la agencia.
La sirviente de los vampiros, que ya estaba siendo atendida por el dependiente, se volteó; dudando debido a la aparición súbita de la cazadora, hizo silencio. El empleado, un tanto enojado por la interrupción, le pidió a la cazadora aguardar su turno en la salita de espera, sin embargo, ella no le hizo caso. Le lanzó una intensa mirada y el dependiente calló, tornándose sus ojos vacíos. La sirviente se desconcertó ante la repentina actitud del empleado. Adriana le lanzó la misma mirada a ella, ante la cual la chica quedó en silencio absoluto. La cazadora la observó complacida y empezó a interrogarla.
—¿Quiénes serán los invitados?
—Vendrán los líderes de los clanes de mi señor Ryu y también estarán algunos mortales.
—¿Mortales?, ¿Qué mortales están invitados?
—Los socios del príncipe. La fiesta es para celebrar la firma de algunos acuerdos comerciales con vampiros y empresarios humanos.
Adriana se sorprendió por la revelación. ¿Cómo era posible que ese vampiro estuviese haciendo acuerdos comerciales con empresarios humanos? Y peor aún, ¿por qué La Orden no tenía conocimiento de algo así? ¿O sí lo tenía, pero simplemente no pensaban intervenir?
Todavía confundida por la revelación, Adriana hizo otra pregunta:
—¿Tienes las tarjetas de invitación de los humanos? —La muchacha asintió.
—Dame unas. Una pregunta más. ¿Hay una mortal en la casa de tu señor? —La muchacha volvió a asentir.
—¿Qué harán con ella?
—No lo sé.
Adriana reflexionó un momento. Cuando volvió a hablar lo hizo con decisión.
—Olvida esta conversación y que me diste las invitaciones.
La cazadora volvió a mirar a sus víctimas para quitarles la hipnosis. Luego, aparentando naturalidad, dijo:
—Lo siento, me equivoqué de establecimiento.
Una vez con Karan, le contó lo averiguado. La fiesta sería en tres días y había un problema: La Orden aún no autorizaba una misión de rescate. Si querían liberarla, debían ponerse en marcha de inmediato y trazar un plan. Actuarían de su cuenta, sin apoyo y a riesgo de recibir un castigo por parte del Concejo, pero no podían abandonar a su compañera. Esa fiesta representaba una oportunidad única para recuperarla.
Lo ideal era que solo unos pocos estuvieran enterados de esa misión, así, si fallaban, serían menores las bajas y también el riesgo de ser descubiertos por sus jefes.
Adriana sabía a lo que se expondrían. El príncipe Ryu era poderoso y en esa fiesta, de seguro, habría otros tan fuertes como él, sin embargo, ella estaría allí. No por Amaya, porque, aunque la estimaba, la muchacha siempre se mostraba fría e indiferente, incapaz de hacer lazos de amistad fuertes, concentrada solo en su entrenamiento y en su deber. Lo hacía por Karan. A pesar de que sabía que él no la amaba, de que su devoción era para Amaya, eso no impidió que se enamorara de él hasta el punto de arriesgar su vida de ser necesario.
Karan maquinaba un plan para poder entrar sin llamar mucho la atención. El hecho de que también hubiera mortales allí no dejaba de preocuparle. El príncipe debía intuir que tratarían de rescatar a Amaya y tal vez la tenía como carnada para tenderle una trampa a La Orden. Si era así, los estarían esperando, sería una misión suicida, sin embargo, tenía que intentarlo, no podía simplemente no hacer nada.