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Escapando del príncipe de los vampiros
Escapando del príncipe de los vampiros
Por: Sakura Sumereiro
CAPITULO 1: En la guarida del vampiro

Los ojos de Amaya se abrieron lentamente, la cabeza le dolía y sentía algo tibio escurrir por su frente. Trató de moverse, pero se dio cuenta de que sus manos permanecían encadenadas a la pared. No había mucha luz, sin embargo, pudo notar que estaba en una especie de celda, de paredes y piso de concreto, sin nada más que ella en aquella habitación. ¿Dónde estaba?, sentía la boca seca y el cuerpo adolorido. Intentó soltarse de las cadenas, pero fue inútil. 

De pronto, la puerta de hierro se abrió, una figura siniestra entró. Se acercó como una serpiente, rápida y sigilosa. La tomó del mentón y subió su cabeza, la miraba con ojos ávidos. Cuando olfateó su piel, ella tuvo la impresión de haberse convertido en un ratón a punto de ser devorado. Le pareció que el repugnante ser hacía un esfuerzo por separarse de ella y no comérsela ahí mismo. Sin duda era un vampiro seducido por el olor de la sangre que brotaba de su frente. 

—Has despertado —dijo arrastrando las sílabas. Y sin más, salió de la celda.  

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Se sentía como la cena de alguien. Tenía que salir de allí, pero atada como estaba y sin su espada, no tenía muchas opciones para liberarse. 

 No sabía cuánto tiempo había pasado cuando la puerta volvió a abrirse. Esta vez un hombre ataviado con un elegante traje negro y camisa blanca sin corbata, entró. Su cabello negro y liso era reluciente y también largo. Lo llevaba suelto y caía sobre los hombros del saco. La piel muy blanca, con un brillo sobrenatural, delataba su esencia. El rostro de altos pómulos y ojos ligeramente rasgados le otorgaban un aire oriental. La boca de labios finos se entreabrió con un gesto de sorpresa al verla. Aquella expresión duró solo un momento, luego fue reemplazada por una sonrisa maliciosa al acercarse a ella. 

—Hola belleza, asesina de vampiros —le dijo con una sonrisa burlona y mirada penetrante.  

Amaya se sintió desarmada ante el aura sobrenatural de aquel ser que parecía robar la luz de cuanto lo rodeaba. Su boca se secó aún más. No podía apartar la vista de esos extraños ojos violetas que la miraban como si quisieran descubrir hasta el último de sus secretos. 

El vampiro se acercó lentamente y posó los dedos largos en su mejilla. Un escalofrío recorrió su rostro ante el tacto de los dedos gélidos.  Amaya sacó fuerza de donde no tenía y habló tratando de sonar la más indiferente posible. 

—¡No me llames belleza! —Y apartó su cara de las manos frías del vampiro. 

Él enarcó las cejas con sorpresa, luego rio divertido por el gesto de su prisionera. 

—La bella cazadora que mató a mi hermano Octavio. ¿Qué haré contigo? 

—¡Mátame, no dudes en hacerlo porque si me das la oportunidad, yo no vacilaré en matarte a ti! —dijo la muchacha mirándolo desafiante, la voz impregnada de rencor.  

El vampiro, aunque sorprendido, volvió a reír.

—Veamos, creo que no estás en posición de amenazarme, dulzura. Te tengo a mi disposición para hacer contigo lo que me plazca y lo que quiero es vengar la muerte de mi hermano. 

Deslizó uno de los dedos por la sangre que cubría su frente y luego lo saboreó con deleite. Un temblor recorrió el cuerpo de la joven ante el repugnante acto.

Entonces el vampiro hizo algo que ella no esperaba: Caminó hasta la pared oeste y abrió las cadenas que la ataban. Su cuerpo cayó pesadamente en el suelo de frío concreto. 

Sin otorgarle siquiera una mirada luego de liberarla, el vampiro giró para marcharse quedando de espaldas a ella. Entonces, Amaya creyó tener una oportunidad y se le abalanzó encima. Antes de que pudiera siquiera tocarlo, con un rápido movimiento de su mano, una imponente fuerza la elevó en el aire para luego estrellarla contra la pared. La cazadora se deslizó hasta el suelo y se quedó allí, adolorida.

—No vuelvas a hacerlo —siseó en un susurro mientras se inclinaba sobre ella—, no deseo matarte… aún. No me hagas cambiar de opinión. 

  Con otro movimiento de su mano, la misma fuerza invisible la levantó y la atrajo ante él. Amaya miró el rostro pálido, tan cerca que podía notar con toda claridad las vetas azules en sus iris violetas. Aunque no lo quería, empezó a temblar. El terror se apoderó de su ser al darse cuenta de que no podía moverse. Incapaz de escapar o defenderse, si él lo deseaba, su vida terminaría en ese preciso momento.

El vampiro la miró y ladeó la cabeza, curioso.

—¿Tienes miedo? —le preguntó en una media sonrisa —¡Debes tenerlo!

Y ante la sorpresa de ella, él la besó.

 Apenas fue un suave roce de labios, pero la cazadora se llenó del más absoluto pavor. 

El vampiro se separó de ella y la soltó dejándola caer al suelo. Quería levantarse, deseaba darle pelea, demostrarle lo valiente que era, pero por primera vez en su vida de cazadora, el miedo la inmovilizó. 

Cuando se dio cuenta, él ya se había marchado.

Amaya se hizo un ovillo en el suelo de concreto. Comenzó a temblar violentamente cuando las lágrimas, sin ningún pudor, rodaron por sus mejillas. 

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