CAPITULO 2: Rabia

Tiago advirtió la falta de Amaya después de haber recorrido varios metros, La chica no los seguía como había prometido. Retrocedieron, pero al llegar al lugar solo encontraron su espada llena de sangre en un charco de lluvia. Ella no estaba. 

Karan se sintió desfallecer, de pronto las piernas no podían soportar su peso. Cayó de rodillas con los puños apretados sobre el asfalto mojado. 

Tiago comenzó a correr sin rumbo fijo tratando de encontrarla. No sabía qué hacer, no podía dejar que se la llevaran. Los vampiros no tomaban prisioneros, él lo sabía. Aun así, no quería creer que la vida de su amiga estuviera perdida. Impotente, se volvió hacia Karan quien se había puesto de pie y mostraba una mirada llena de odio. 

—¡Vámonos! —exclamó con rabia—, tenemos que informar a la Orden. 

—¡Pero no podemos dejarla! —sollozó Tiago. Miraba la carretera como un niño desamparado, amasaba los cabellos oscuros con sus manos en un gesto afligido.

—No podemos hacer nada ahora, debemos idear un plan para rescatarla. Si Amaya sigue viva la encontraremos. La Orden no se permitirá perderla. 

 Karan deseaba desesperadamente que sus propias palabras fueran ciertas. Alejar de su mente el horrible presentimiento de que ya nada podría hacerse por su amiga. Un nudo en la garganta le dificultaba respirar. Él era el líder de la División Élite, tenía que haberla protegido, ¿cómo dejó que eso sucediera? Tomó la espada de la joven del asfalto, se dio la vuelta y subió a la motocicleta de alto cilindraje, aguardando a que Tiago hiciera lo mismo. El más joven parecía indeciso, no quería irse, hasta que por fin con ojos derrotados caminó hacia su amigo y subió a la otra motocicleta a su lado.

Para Karan, ante la velocidad que llevaba, el viento frío y las gotas de lluvia que golpeaban su cara eran iguales a mil pequeñas dagas que le cortaban la piel, castigándolo. Él y Amaya habían estado juntos desde niños. No recordaba un solo momento sin ella y ahora se había ido. 

El líder de la División Élite volvió el rostro hacia la motocicleta que lo seguía y vio a Tiago tras de sí. Estaba seguro de que bajo el casco el chico se deshacía en lágrimas y por alguna razón, eso lo enfureció. Aumentó la velocidad para ahogar en el rugido del viento el lamento de su propio espíritu.

Después de varias millas de recorrido por la autopista, se detuvieron frente a la gran puerta de hierro de la muralla que protegía La Orden, la organización a la cual pertenecían. El guardia nocturno abrió el fortificado portón al ver las motocicletas. Karan lo saludó en silencio, rodeó el edificio y dejó el vehículo en el garaje. 

No quería ver a Tiago, el dolor del chico era como un recordatorio de su propia incompetencia. Salió del estacionamiento con paso rápido hacia el interior del edificio, los pasillos apenas alumbrados por los pocos focos encendidos a esa hora. La mayoría dormía excepto algunos compañeros de tercera orden que realizaban el patrullaje de rutina.  Siguió caminando hasta detenerse frente a la oficina donde el general Fabio estaría aguardando el reporte de la misión. 

Tocó la sólida puerta de roble y una voz grave del otro lado lo invitó a pasar. 

El general era un hombre en el quinto decenio de la vida, de aspecto recio y ojos negros, que conservaban siempre una expresión severa. Toda su vida la había dedicado a la caza de la plaga vampírica y según se decía, perdió a su amada esposa y a su pequeña hija durante su juventud a manos de los seres a los que cazaba.   

Cuando Karan entró, el general leía sentado frente al gran escritorio de madera algunos documentos. A través de los amplios ventanales a su espalda podía verse la lluvia que continuaba cayendo. 

Karan posó en él los ojos azules abatidos. El general supo entonces que la misión no había ido bien. 

El líder del clan vampírico de la zona oeste se había dedicado a matar indiscriminadamente sin respetar los antiguos tratados que obligaban a los vampiros a solo cazar “olvidados”. El general les dio, semanas antes a Karan y a su grupo, la orden de detenerlo. Planificaron hacerlo antes de que el vampiro se alimentara, cuando aún estaba débil. Lo estuvieron vigilando por días y sabían que generalmente gustaba de cazar solo. Era una misión relativamente sencilla y decidieron llevarla a cabo esa noche cuando el vampiro volviera a cazar.

Karan le relató a su superior, que lo miraba consternado, lo sucedido. El líder vampírico, a diferencia de lo que esperaban, no estaba solo. Lo acompañaban al menos una decena entre guardaespaldas vampiros y humanos, lo cual les complicó la situación. Amaya logró matar al objetivo, pero los súbditos enfurecidos se les vinieron encima. Su voz se quebró cuando explicó como Amaya, intentando darles tiempo para escapar, se expuso y finalmente fue capturada. 

El general escuchó todo en silencio. 

—¿Un desafortunado cambio de planes para nosotros en las costumbres del vampiro? ¿O un traidor? —reflexionó el general, las manos enlazadas bajo su cuadrado mentón. Además, hemos perdido a Amaya. Los vampiros no toman prisioneros. 

—Pero ella pertenece a la División Élite, si la reconocen quizás no la maten e intenten hacer un trato, ¿no lo cree? —dijo el joven con voz esperanzada.  

El general se levantó y se acercó al muchacho que temblaba levemente. Colocó las grandes manos en los hombros del joven. 

 —Amaya es muy valiosa, sin embargo, no creo que un trato sea conveniente ahora. Más bien debemos averiguar cómo lograron los vampiros saber de esta misión.  Si tu compañera está viva deberá tratar de arreglárselas sola. Además, ahora que ustedes lograron asesinar a Octavio, no queda más gobierno que el príncipe Ryu. Si está viva debe ser su prisionera y el príncipe ha de estar furioso por el asesinato de su hermano. Rescatarla sería bastante complicado, por no decir imposible.

Karan se sintió todavía más abatido que cuando llegó a la oficina del general. El príncipe Ryu, uno de los tres príncipes vampiros, era más bien un ser anónimo, del que poco conocían, jamás lo habían enfrentado, ya que desconocían sus debilidades. A Karan no le importaba lo de la filtración de la información, su única preocupación era rescatar a Amaya. Una fría determinación se apoderó de él. Aunque nadie quisiera ayudarlo, él no la abandonaría nunca. 

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