Mundo ficciónIniciar sesiónHace dos años ella conoció un hombre. Uno que después de una noche de copas y pasión, desapareció para siempre. Desde entonces y durante todo un año, Saija vivió del recuerdo y una promesa, dejándose arrastrar por la decepción y dejando atrás el pasado. Actualmente, el reino de Talsha está bajo guerra y con el objetivo de defender a su pueblo, Saija se viste hierro y sangre la mayor parte del tiempo. Pero un día, llega la ayuda por la que tanto han rogado, proviene desde Varkran y bajo el mando de un hombre que ella conoce muy bien: Lucian Darach; quien se proclama como su prometido y además, el hombre al que una vez sin saberlo, le entregó su cuerpo y corazón. Pero Saija ya no es la misma y no sabe si cualquier cosa que exista entre ellos durará lo suficiente. Por ahora, se conforma con cumplir con su deber. Con el deber de una princesa.
Leer másLa primera vez que lo vio fue en una fiesta, en el "Baile Anual de Mortalvis", donde todos querían asistir y unos pocos eran invitados.
Esa era la gran fiesta, donde príncipes, duques y marqueses, incluso los mejores comerciantes, reunían a sus herederos con el fin de asegurar beneficiosas alianzas dentro del continente. Esa noche en particular era como cualquier otra, solo que esta vez llevaban máscaras. Su cabello permanecía recogido en un moño alto, con un par de rizos rebeldes cayendo a los lados, y su vestido era de terciopelo rojo, a juego con un par de tacones negros de punta fina y gran altura. Se veía hermosa y radiante, sintiendo el cansancio en sus huesos después de un largo viaje. Así que se había aplastado en un rincón, tomado al menos tres copas de champán y aguantado tres bailes en lo que iba de velada. —Alegra esa cara, estás en una fiesta. —Si no me lo dices no me doy cuenta, querida —sonrió rodando los ojos, mirando al grupo que apenas entraba por la puerta principal—. Esto es tan deprimente. La mayoría de la gente solo viene a ligar y otros terminan casados por esa misma razón. Daviana rio a su lado, el vestido celeste abrazaba perfectamente su cuerpo delgado. —Si no fuera así, nadie vendría. —Que Esmer no te escuche —Saija levantó la copa a un conocido y miró a Daviana de soslayo—. O las dos estaremos muertas para mañana. —Soy tu chaperona, nada más. —Pues déjaselo en claro al marqués Du Mac —sonrió con un toque de malicia mezclada con molestia—. No ha dejado de mirarte en toda la noche. Daviana negó, sacudiendo los hombros. —Ese es su problema, no el mío. Pero Saija la conocía mejor que eso: Daviana era una descarada empedernida y eso no lo cambiaría ni todo el amor que le tenía a Esmer. —Buena suerte —susurró ella alejándose, meneando la muñeca en alto con una sonrisa en los labios. Saija miró la propia, dorada y con forma de serpiente, una que se enroscaba en su muñeca y tenía como ojos un par de esmeraldas. ¿Tendría suerte esta vez? No es que estuviera desesperada por encontrar algo real entre tanta falsedad y opulencia, pero comenzaba a ser desagradable conformarse con algo tan vacío como "un momento" cada año. Ella negó ante el pensamiento y con una nueva copa entre los dedos, se alejó hacia la otra esquina. —Aquí estás. El peso en su mano, la voz en su oído y la presentación tras su espalda la hicieron detener de inmediato. Saija giró lentamente, como si temiera darle forma a esa voz. Era cálida, baja y potente, capaz de erizar su piel de pies a cabeza. —Hola —susurró el desconocido tras una máscara negra recortada que cubría todo su rostro. Saija pestañeó lentamente, perdida en la altura que la obligaba a levantar la vista, en la piel dorada del cuello o en los músculos que se distinguían incluso debajo del traje verde musgo con ribetes plateados. —Hola —susurró de vuelta, y ella no necesitaba ver más allá de la máscara para saber que el hombre estaba riendo. De su muñeca colgaba el mismo brazalete—. Tardaste un poco, ¿no crees? —Creo que es el momento perfecto para sacarte a bailar —dijo, y a estas alturas no había soltado su mano—. ¿Me concedes este baile, compañera? Saija apretó los labios, consciente de que él tampoco podía ver su rostro y que no delataría todo lo que estaba sintiendo en este momento. —Claro, será un placer —susurró con una sonrisa. Ella no tuvo ni un segundo para prepararse, el hombre la llevó a la pista de baile y la hizo rodar entre sus brazos como si ella perteneciera entre ellos, revolviendo una curiosidad y un distante deseo que poco a poco se volvían más profundos. —Es una pena que los nombres estén prohibidos —susurró él en su oído. La música había cambiado y ahora era tan íntima como sus cuerpos pegados en medio de la pista—. Me encantaría saber el tuyo. —¿Cautivado, compañero? —Llámame tonto, pero después de tanto tiempo asistiendo a estos bailes, aprendes a apreciar una conexión verdadera —sus mejillas se tocaron y Saija dio otra vuelta entre sus brazos—. Una como esta. El pecho de Saija se apretó en la próxima respiración, en la palma que le acariciaba la espalda sobre el vestido y la apretaba con la melodía. Sus rostros volvían a estar de frente, con los labios deseando estar más cerca y los corazones golpeando con fuerza al compás del momento. —Yo... Él negó, callando cualquier duda, besando su mejilla tan suave como una mariposa a una flor. —Todo estará bien —Saija suspiró con esa voz viajando por todo su cuerpo—. ¿Sientes eso? Cariño, nunca volverás a vivir algo así. —¿Quién eres? —Por hoy, puedo ser quien quieras. Después de eso, no hablaron mucho. Los pasillos se volvieron borrosos y lo único en lo que podía pensar era en llegar al dormitorio lo antes posible. Quizás el champán tuvo algo que ver, pero después de ser besada hasta el cansancio y quitarse cualquier estado de embriaguez, Saija tuvo que reconocer cuánto quería a ese hombre en su cama. —Oh, más despacio —un búcaro cayó al suelo y la risa de ambos inundó la habitación. Saija golpeó su pecho—. Oye, nos vamos a meter en problemas. —Ahora mismo, cualquier cosa que no seas tú, me importa poco. El vestido cayó, el traje desapareció y conservaron las máscaras. Saija no sabía si era la adrenalina que le ponía el misterio, pero tener el cuerpo de ese hombre sobre ella, besando, tocando y adorando cada centímetro de su piel, la estaba matando. Y él fue todo lo que podría desear. Besó sus labios, chupó su piel y lamió su necesidad, escondido en lo profundo de su intimidad, dispuesto a beber todos sus deseos. Saija se encontró a sí misma expuesta, deseosa y dispuesta a más, arqueando la espalda, gimiendo sus deseos y rogando por más. —¿Todo bien, compañera? —Mejor que nunca —jadeó en un beso abrasador. Él entró en ella: suave, profundo y agradable, tocando todos los lugares correctos mientras jugaba con sus pechos y besaba su cuello. Entrando una y otra vez, subiendo las manos por encima de su cabeza y presionándola contra la cama. Saija vivía el momento. Ambos estaban sudados, siendo dos extraños conectados por un brazalete y el deseo de tenerse mutuamente esa noche. Saija se sintió extrañamente viva entre los brazos de aquel hombre, deseando secretamente que no hubiera un final. —Estaré aquí cuando despiertes —susurró él. Pero a la mañana siguiente, con los rayos del sol a través de la cortina y la algarabía de un nuevo día, ella despertó sola entre las sábanas. —Duele —gimió mientras daba vueltas en el lecho. Su cabeza era un desastre y necesitaba tomar agua. Sin embargo, no fue eso lo que despertó sus sentidos, sino algo más íntimo. En la esquina de la cama colgaba un papel y en este, escrito con perfecta caligrafía, la frase: "Nos volveremos a ver, compañera" K.D. Saija frunció el ceño, primero confundida y después sorprendida por los recuerdos mientras hacían el amor. Las sensaciones y la voz deseosa. Y con ello, una soledad inesperada que invadió sus huesos. —Se fue —susurró, con las lágrimas punzando en las esquinas de sus ojos. Y ni siquiera sabía por qué, ellos solo habían tenido un momento, un toque mutuo y un deseo fugaz perdido en el amanecer. Pero eso no hizo que doliera menos. Saija se dejó caer en la cama, encontrando que la máscara recortada también permanecía a su lado. Y ahora eso era todo. Se había quedado con una promesa, una máscara y mil sentimientos en lo profundo de su ser.Una semana después:Talsha, Sur del Continente.—Maldito Darach.—¿Todo bien?Saija negó con fuerza, moviendo la cabeza de un lado al otro como un resorte. Apretando los papeles entre los dedos hasta que se convirtió en un gesto doloroso y la molestia burbujeo en sus entrañas. Sus ojos bailaron sobre el documento oficial una y otra vez. En las cláusulas y cuños que aprobaban tal cosa.Ella estaba en muchos problemas.—Lucian hizo este contrato inexpugnable por cualquier entidad mayor o menor en todo el maldito Continente —soltó con rapidez y apenas respirando, dejando caer el contrato matrimonial en el buró con un suspiro profundo.—Deberías considerar ir a la guerra.—¿Y morir todos? No gracias —recostándose al espaldar, Saija miró alrededor con cansancio—. Valgo más viva que muerta. Incluso desde lejos podré ayudar a Aaila, pero en una tumba solo me escucharán los dioses. No puedo hacerle eso.Daviana asintió, lento y metódico, apretando los labios desde su asiento. Ella había creci
—No quiero sonar insensible, pero debo partir a Varkran esta noche y necesito irme con la certeza de que todo ha quedado claro entre nosotros. La voz de Lucian era extrañamente cálida, baja y dulce. Le recordaba a esa noche del baile y eso sólo podía significar una cosa. Él estaba listo para ganar. Él no le estaba dando una maldita opción al respecto. Así que Saija se movió por la habitación y se sirvió su propia copa de vino, bebiendo todo el contenido de una vez y respirando a través de la sensación desagradable en su garganta. —Yo tampoco quiero sonar insensible —susurró, sirviéndose otra copa—. Pero tú y yo ya no tenemos nada de qué hablar. Lucian la observó atentamente, como si Saija estuviera hablando cualquier cosa extraña y él no pudiera entenderla. Eso la hizo sonreír. —No me iré contigo —tomó asiento frente a Lucian y cruzó las piernas—. No dejaré Talsha. —¿De qué estás hablando? —El rostro de Lucian se volvió una máscara apenas emotiva—. Saija. —Romperé el tr
‹—¿Crees que seré una buena reina?»—Creo que serás la mejor de todas —susurró la reina Kesia abrazando a una Saija de apenas quince años.—¿Y si no lo hago bien? Quiero que tú y papá estén orgullosos de mí.—Cariño, no hay forma de tu padre y yo podamos sentir cualquier cosa que no sea orgullo por ti —Kesia sonrió mirando a Saija a los ojos—. No importa qué, nosotros confiamos en ti, Ija. Sé que saldrás adelante.—Gracias, mamá.—No importa lo difícil o inesperado que sea el futuro, sé que podrás con todo lo que venga›Y Saija hubiera preferido no tener que hacerlo, que su madre estuviera aquí con ella en estos momentos. Sin embargo, la vida había decidido lo contrario y ahora, debía despedirla e iluminar su camino al descanso eterno con los ancestros.La puertas de la habitación cedieron bajo el peso de un nuevo visitante y ella no alzó la vista de inmediato, sólo habían contadas personas que podrían entrar en a sus aposentos en este momento y ninguna podía ser mal recibida.—¿Estás
El estruendo de la guerra había sido sustituido por el silencio húmedo y ensordecedor de su habitación. Saija apenas podía recordar haber llegado. Habían ganado. Lo habían hecho. Los bárbaros se habían retirado con su flota destrozada, sus tropas diezmadas y Talsha era libre, al menos por ahora. Se apoyó contra la puerta, dejando caer la espada. El ruido metálico no la hizo inmutarse. Sus movimientos eran lentos, robóticos. Su armadura, golpeada y manchada con la sangre seca de otros, cayó al suelo en un montón. El traje de cuero que llevaba debajo, rasgado y sudado, siguió el mismo camino. Solo conservó el brazalete de serpiente. El símbolo de su casa. Saija caminó desnuda hasta la tina de cobre, donde el agua caliente ya humeaba por el esfuerzo de Babi. Se dejó caer en el agua con un gemido de puro alivio. El dolor físico era un alivio bienvenido; era real y superficial, a diferencia del peso que sentía en el alma. El agua caliente le picó las heridas, pero ella no se mov
El sol de media tarde refulgía en las armaduras del campo de entrenamiento. Lucian, sudado y exultante, se sentía poderoso. Desarmando al Capitán Toris con una exhibición de fuerza que no dejaba dudas sobre la habilidad bélica de Varkran. Su mirada, por décima vez en el último cuarto de hora, se elevó a las gradas de piedra. Saija estaba sentada sola, con una copa de vino en la mano. Vestía ropa de batalla sencilla, pero su porte era regio. Ella no aplaudía ni se inmutaba. Solo bebía con deliberada calma, como si él no fuera digno de su atención. Lucian apretó la empuñadura de su espada, sintiendo la rabia y la frustración arder en su pecho. Fue entonces cuando un hombre alto, de piel oscura y rizos atados, se acercó a ella. El hombre se sentó a su lado con una familiaridad que le pareció una ofensa, y Saija rió como una niña encantada. Era un sonido alto, claro y despreocupado. Era la risa que Lucian había anhelado por dos años y no había conseguido. Su mandíbula se tensó. No p
Una bofetada: eso fue todo lo que obtuvo Lucian de ella. Una bofetada, una mirada enojada y Saija entrando al castillo, destilando pura rabia. Saija podía oírlo gritar su nombre y algunos de los presentes debían estar muy confundidos al respecto, pero ella no podía importarle menos. Después de dos años, el hombre que había robado su corazón mientras conquistaba su cuerpo volvía a estar frente a ella. Y era un Darach. Ella se había acostado con un Darach. —Saija. —No me sigas. Ella no estaba lista, por todos los dioses. —¿Podrías dejar de actuar como una niña y escucharme? —preguntó Lucian, y ella se detuvo en medio del pasillo—. Oye, sé que estás molesta. No sé si por mi apellido o la demora, pero no puedes hacerme esto. Incluso tu padre aceptó mi ayuda. Saija tragó en seco, girando lentamente hacia Lucian. —¿Cómo una niña? —Su voz era puro hastío—. ¡¿Cómo una niña?! Saija avanzó hacia Lucian como si fuera todo lo que necesitara para sentirse mejor. Y él sonrió, t
Último capítulo