CAPITULO 7: Otra realidad

La cazadora permanecía día y noche recluida en la habitación que el príncipe vampiro dispuso para ella. La sensación de que vivía una ilusión era cada vez más constante, su mente se negaba a aceptar que se trataba de su nueva realidad. Era prisionera de un vampiro. A veces despertaba y creía que todavía soñaba. Las pesadillas la envolvían, se paseaban delante de ella con largos colmillos.

Estar allí sin saber cuál sería su destino la enloquecía. ¿Por qué no la mataban de una vez? ¿O la torturaban? Tal vez la incertidumbre era una forma más elaborada de tortura. Cerró los ojos en un esfuerzo porque el sueño viniera por ella y escapar así de la ansiedad.  

Pero el sueño también la castigaba. En su lugar, la realidad tocó a la puerta. Amaya se dio vuelta en la cama. De espaldas al visitante, cerró los ojos con fuerza.

—Buenas noches, señorita.

No le contestó a la mucama, no se volteó a mirarla.

—Debe comer, señorita. No lo ha hecho desde que llegó.

Escuchó a la mujer suspirar.

—El señor la espera en el comedor.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de la cazadora. No quería comer, quería morir.

—Quizás deba ver la situación desde otra perspectiva, señorita. 

Las palabras de la mucama la sorprendieron.

 ¿Otra perspectiva?

Después de todo, ella era una guerrera. ¿Tan fácil se daba por vencida? Siempre supo que morir era su destino. 

Pero aún no moría. 

Y de hacerlo, lo haría luchando, no tumbada en una cama con las lágrimas bañándole el rostro como si fuese una frágil víctima. 

—Iré en un momento. 

************

Cuando Amaya llegó al comedor, Ryu la esperaba sentado a la cabecera de la larga mesa de caoba, bebiendo de una fina copa de cristal, lo que sin duda era sangre. 

El vampiro sonrió y se levantó para recibirla.

—¡Qué bueno que hayas decidido acompañarme! —expresó él con voz suave, rodando la silla para que ella se sentara—. Estaba realmente preocupado. Me han dicho que en estos tres días no has querido comer. 

La cazadora lo escuchó desconcertada. ¿Se preocupaba por ella o solo era una mentira para que confiara? 

Fingió indiferencia y paseó la vista por las fuentes de cristal tallado que contenían suculentos platillos. Un opulento banquete de aromas y aspecto delicioso. Ensalada capresa, estofado de cordero, puré de patatas, una pasta que parecía algún tipo de paté, frutas, postres, cremas.

La actitud complaciente del príncipe la confundía. ¿Qué deseaba en realidad?

  —No quisiera que murieras de inanición, querida —dijo el vampiro sentándose a la mesa después de ella.

—Morir es morir, no importa qué tipo de muerte sea.

Ryu enarcó las cejas.

—Tenemos delante exquisita comida y bebida. ¿Por qué hablar de cosas fúnebres en lugar de disfrutar? —dijo mientras la doncella colocaba delante de él su plato: un grueso filete de carne casi cruda cubierto de especias que, al cortarlo, dejó escurrir un jugo rojizo—. Lo que menos deseo es que mueras. Al menos no todavía. Tampoco quiero que sientas que estás en una cárcel, ya fuiste antes prisionera de esa organización.

—Nunca fui una prisionera en La Orden. Es mi hogar —respondió Amaya, sus ojos se fijaron con algo de asco en la comida poco cocida del príncipe.  

—Claro. —Ryu esbozó una sonrisa indulgente que a ella le pareció hipócrita. 

—¿Por qué lo dices así? —interrogó la chica llevándose un bocado de ensalada a la boca 

—¿Así cómo? 

—¡Como si no creyeras en realidad que La Orden es mi hogar! —Los ojos de ella refulgían molestos mientras hablaba—.  ¿Qué puedes saber tú lo que es un hogar, si no eres más que una bestia dominada por sus instintos?  

Ryu la miró y una sonrisa sarcástica adornó las atractivas facciones. 

—Conozco de hogar mucho más que tú, querida —dijo él con un tono de voz suave, pero cínico—. ¿Recuerdas que soy inmortal? He vivido muchas vidas y conocido infinidad de hogares y puedo asegurarte que La Orden no es uno de ellos. Piensas que lo es porque no conoces nada más —concluyó antes de llevarse otro trozo de jugoso bistec a la boca. 

—No es cierto, mis hermanos están allí. Crecimos juntos, hemos luchado juntos y daríamos la vida con gusto por el otro, así, como debe ser una familia —declaró orgullosa, la cazadora. 

—Bueno, en una familia nadie debería estar para dar la vida por el otro, empezando por allí. Hablas de que son hermanos, supongo que te refieres a los que no han intentado rescatarte, ¿verdad? La Orden no es lo que crees. Dime, eres huérfana, ¿no es cierto?

Amaya lo miró con odio. Él tergiversaba las cosas para manipularla.

—Lo soy gracias a que tu especie asesinó a toda mi familia, por eso juré dedicar mi vida a librar a la humanidad de ustedes, malditas sanguijuelas, y no descansaré hasta   lograrlo. 

—¡Cuánta pasión, mi hermosa flor oscura! Pero te aseguro que las cosas no ocurrieron tal como te dijeron. —Ryu dejó de lado los cubiertos, colocó los codos en la mesa, entrelazó los dedos y apoyó la barbilla en ellos. Mirándola a los ojos le preguntó—: ¿Acaso eres la única huérfana allí? No. ¿Eso no te parece sospechoso? Qué casualidad que todos esos jóvenes cazadores con habilidades suprahumanas sean huérfanos. Muy conveniente, ¿no lo crees? 

—¿Qué tratas de insinuar, vampiro? 

—No insinúo nada, “cazadora”. Solo te digo que hay más ahí donde tú ves honestidad, fraternidad e integridad. Ustedes, los humanos son peores que los vampiros. Al menos nosotros no ocultamos que disfrutamos lo que hacemos, pero los humanos hacen daño y luego se esconden tras una falsa máscara de bondad. Dices que son tus hermanos, pero para tus jefes no eres más que un soldado prescindible, tal como dijiste: unos morirán por otros. En realidad, no les importas. 

—¡Cállate! ¡No tienes derecho a decir nada de eso! No conoces cómo vivimos, ni nuestros ideales. ¿Crees que me preocupa morir? ¿Qué sufriré si no me rescatan? Te equivocas. Todos estamos dispuestos a morir en esta lucha. Sabemos a lo que nos exponemos y entiendo perfectamente si no vienen por mí. —Amaya lo miraba con odio, ya no tenía apetito. 

—Dispuesta a morir, a sufrir, a ser herida y lastimada, cuando en lugar de eso, tu belleza podría ser inmortalizada. 

El odio que le tenía creció al entender lo que insinuaba.

—¿A qué precio? ¿Entregar mi alma y vivir eternamente tomando las vidas de otros? ¡Prefiero el sufrimiento eterno!

Ryu bebió de su copa mientras escuchaba las apasionadas palabras de la cazadora, luego esbozó una pequeña sonrisa antes de continuar con voz suave y melódica. 

—Tu candor es admirable. ¡Tanta sinceridad en tus palabras! Sería una pena que sufrieras eternamente. Quisiera demostrarte que no somos tan malos como crees. No somos los únicos depredadores en la naturaleza, ¿sabes? Los leones cazan venados para vivir, los humanos matan reses. Ahora mismo tú comes los pedazos de un inocente corderito, ¿por qué entonces solo nosotros merecemos ser condenados? 

—Las reses y los corderos no tienen alma. No conseguirás que justifique lo que hacen. 

—¡Ah, el alma! ¿Qué es en realidad el alma? —Ryu se levantó de la mesa y caminó hasta ella—. No quisiera aburrirte hablando de filosofía, solo te pido que trates de ver más allá. La Orden no es lo que parece. ¿Te gustaría dar un paseo conmigo? 

Amaya frunció el ceño. 

—¿Un paseo? 

—Caminar por el jardín interior. Estás molesta y no quiero que te indigestes. —La sarcástica sonrisa acompañó sus palabras. 

—Pídeselo a tu hermana —dijo Amaya levantándose de la mesa para irse—, seguro le encantará. 

Antes de que la cazadora hubiera dado un paso para alejarse, Ryu se movió a la velocidad de un parpadeo y al instante tenía frente a ella los intensos ojos violetas que parecían querer devorarla. 

—Por favor. 

Amaya tragó. No se opuso cuando él tomó su mano y caminó con ella fuera del comedor. Debió negarse y, sin embargo, fue como si de pronto hubiera perdido la capacidad de hablar.  

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