Embarazada por la venganza.

Embarazada por la venganza.ES

Romance
Última actualización: 2025-07-23
DiegoAlmary  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Durante cinco años, Alana fue la amante secreta de su jefe. Pensó que el amor lo justificaría todo... hasta que él la arrojó a la vergüenza pública para vengarse de un pasado que no era suyo. Humillada, embarazada y marcada por el odio, Alana descubre que solo hay una salida: desaparecer… o convertirse en el monstruo que ellos temen. Pero lo que Nicolás no sabe, es que su venganza sembró vida… y ahora, esa vida puede destruir su legado... Lástima que ahora esté arrepentido.

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Capítulo 1

Jamás imaginé que el hombre al que amé con cada rincón de mi alma sería el mismo que me destruiría frente a todos. Pero allí estaba, en medio del salón más lujoso de la ciudad, besando a otra… como si yo nunca hubiera existido.

Apreté los puños. El vestido que tanto me había costado comprar, ese que me hacía sentir por fin como una mujer deseada, ahora me pesaba como una armadura rota.

—Felicitaciones por tu compromiso, jefe —dijo ella en voz alta, clara, sin titubear—. Me pregunto si tu prometida sabe que me besaste ayer… exactamente como ahora la besas a ella.

El silencio fue inmediato. Un silencio violento. Sentí cómo todas las miradas se clavaban en mí como agujas. Algunos dejaron de masticar. Otros bajaron las copas con torpeza. Y él… él simplemente me miró.

Nicolás.

Mi Nicolás.

O lo que quedaba de él.

No dijo nada. Ni una palabra. Sólo apretó la cintura de ella —la hija del ministro, la intocable Alexandra— y dio un paso atrás, Como si yo fuera una enfermedad, como si nunca me hubiera susurrado "te necesito" en la oscuridad de su despacho. Abrí la boca para decir algo, pero Alexandra no lo permitió.

—¡Cállate, maldita! —gritó Alexandra, con voz de serpiente herida.

Vi la copa volar hacia mí un segundo antes de que el vino me cubriera el rostro. Sentí el líquido arder en mi piel. No por la temperatura, sino por la humillación. Corría por mi mejilla como si intentara borrar mi existencia y manchó mi vestido de vino tinto amargo, como sangre. Mi madre, al otro lado del comedor, presenciaba mi humillación.

Pero no me moví. No lloré. No grité. Solo lo miré.

Quería que me mirara también. Que al menos parpadeara. No lo hizo.

Los tacones de Alexandra se acercaron, y entonces, la bofetada.

Me giró la cara con violencia. Sabía que me había cortado el labio porque sentí el sabor a hierro de mi sangre, y sin embargo, lo único que pude hacer fue reír.

Sí. Reí.

Una risa rota. Hueca.

¿Era eso lo que querían? ¿Una loca arruinada? Pues bien, aquí la tenían.

—Cinco años, Nicolás —dije, sin dejar de mirarlo—. ¿Hubo aunque sea un segundo… uno solo… que fuera real?

Me sostuvo la mirada. Era como si mi dolor no le afectara en absoluto. Y entonces, alzó su copa. Bebió, y respondió:

—Nunca.

Mi mundo se quebró con esa palabra, y con ella, todo lo demás: Mi dignidad.Mi historia. Mi hijo…

Porque sí… llevaba vida dentro de mí, y nadie lo sabía.

Las voces alrededor se multiplicaron como cuchillos:

—Dicen que fue su amante.

—¡La secretaria!

—Pobre ilusa.

—La usaron como carne.

Y entonces, la madre de él, esa bruja refinada vestida de terciopelo, dio la estocada final:

—Señores, bienvenidos al ritual de purificación de los McCarthy.

— Solo era una muñeca de carne —La voz de Nicolai llegó nítida — Este juego era para que aprendiera... lo que es anhelar lo inalcanzable — aunque parecía que sus palabras no eran solo para mi.

Antes de que pudiera reaccionar, alguien aplastó mi bolso con un tacón. Sentí el crujido del celular y de algo más: mi voluntad.

Dos guardias me sujetaron por los brazos. Me arrastraron fuera del salón como si fuera una delincuente. La lluvia me recibió con un golpe de frío brutal. Mi vestido se empapó al instante. Las medias se desgarraron cuando tropecé en las piedras. Me raspé las rodillas. Pero no fue eso lo que me hizo gritar.

Fue el calor repentino entre mis piernas.

Sangre.

Toqué mi vientre, como si pudiera protegerlo.

Mi bebé.

Nuestro bebé.

Y aún así, él… él no hizo nada.

No vino por mí.

No gritó mi nombre.

Ni siquiera preguntó.

Antes de caer, escuché la voz de uno de los guardias:

—Hoy fue el día perfecto. El señor terminó su misión. Ya puede heredar la compañía completa.

Y entonces, el golpe final. Me arrojaron contra una fuente.

El agua estaba helada. El mármol me cortó los codos. Y vi cómo se teñía de rojo.

los tacones de la madre de Nicolás resonaron mientras avanzó hacia mi.

—Si vuelves a aparecer, haré que desaparezcas de verdad —susurró su madre, abriendo su paraguas negro con esa sonrisa de víbora.

Cerré los ojos.

Y en el último instante antes de perder el conocimiento, vi sus manos… las mismas manos que me acariciaban el alma, tendidas hacia otra.

Limpias.

Frías.

Como si nunca hubieran sido mías.

Lo había perdido todo. 

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