Durante cinco años, Alana fue la amante secreta de su jefe. Pensó que el amor lo justificaría todo... hasta que él la arrojó a la vergüenza pública para vengarse de un pasado que no era suyo. Humillada, embarazada y marcada por el odio, Alana descubre que solo hay una salida: desaparecer… o convertirse en el monstruo que ellos temen. Pero lo que Nicolás no sabe, es que su venganza sembró vida… y ahora, esa vida puede destruir su legado... Lástima que ahora esté arrepentido.
Leer másJamás imaginé que el hombre al que amé con cada rincón de mi alma sería el mismo que me destruiría frente a todos. Pero allí estaba, en medio del salón más lujoso de la ciudad, besando a otra… como si yo nunca hubiera existido.
Apreté los puños. El vestido que tanto me había costado comprar, ese que me hacía sentir por fin como una mujer deseada, ahora me pesaba como una armadura rota.
—Felicitaciones por tu compromiso, jefe —dijo ella en voz alta, clara, sin titubear—. Me pregunto si tu prometida sabe que me besaste ayer… exactamente como ahora la besas a ella.
El silencio fue inmediato. Un silencio violento. Sentí cómo todas las miradas se clavaban en mí como agujas. Algunos dejaron de masticar. Otros bajaron las copas con torpeza. Y él… él simplemente me miró.
Nicolás.
Mi Nicolás. O lo que quedaba de él.No dijo nada. Ni una palabra. Sólo apretó la cintura de ella —la hija del ministro, la intocable Alexandra— y dio un paso atrás, Como si yo fuera una enfermedad, como si nunca me hubiera susurrado "te necesito" en la oscuridad de su despacho. Abrí la boca para decir algo, pero Alexandra no lo permitió.
—¡Cállate, maldita! —gritó Alexandra, con voz de serpiente herida.
Vi la copa volar hacia mí un segundo antes de que el vino me cubriera el rostro. Sentí el líquido arder en mi piel. No por la temperatura, sino por la humillación. Corría por mi mejilla como si intentara borrar mi existencia y manchó mi vestido de vino tinto amargo, como sangre. Mi madre, al otro lado del comedor, presenciaba mi humillación.
Pero no me moví. No lloré. No grité. Solo lo miré.
Quería que me mirara también. Que al menos parpadeara. No lo hizo.Los tacones de Alexandra se acercaron, y entonces, la bofetada.
Me giró la cara con violencia. Sabía que me había cortado el labio porque sentí el sabor a hierro de mi sangre, y sin embargo, lo único que pude hacer fue reír.Sí. Reí.
Una risa rota. Hueca. ¿Era eso lo que querían? ¿Una loca arruinada? Pues bien, aquí la tenían.—Cinco años, Nicolás —dije, sin dejar de mirarlo—. ¿Hubo aunque sea un segundo… uno solo… que fuera real?
Me sostuvo la mirada. Era como si mi dolor no le afectara en absoluto. Y entonces, alzó su copa. Bebió, y respondió:
—Nunca.
Mi mundo se quebró con esa palabra, y con ella, todo lo demás: Mi dignidad.Mi historia. Mi hijo…
Porque sí… llevaba vida dentro de mí, y nadie lo sabía.
Las voces alrededor se multiplicaron como cuchillos:
—Dicen que fue su amante. —¡La secretaria! —Pobre ilusa. —La usaron como carne.Y entonces, la madre de él, esa bruja refinada vestida de terciopelo, dio la estocada final:
—Señores, bienvenidos al ritual de purificación de los McCarthy.
— Solo era una muñeca de carne —La voz de Nicolai llegó nítida — Este juego era para que aprendiera... lo que es anhelar lo inalcanzable — aunque parecía que sus palabras no eran solo para mi.
Antes de que pudiera reaccionar, alguien aplastó mi bolso con un tacón. Sentí el crujido del celular y de algo más: mi voluntad.
Dos guardias me sujetaron por los brazos. Me arrastraron fuera del salón como si fuera una delincuente. La lluvia me recibió con un golpe de frío brutal. Mi vestido se empapó al instante. Las medias se desgarraron cuando tropecé en las piedras. Me raspé las rodillas. Pero no fue eso lo que me hizo gritar.
Fue el calor repentino entre mis piernas.
Sangre.Toqué mi vientre, como si pudiera protegerlo.
Mi bebé. Nuestro bebé.Y aún así, él… él no hizo nada.
No vino por mí. No gritó mi nombre. Ni siquiera preguntó.Antes de caer, escuché la voz de uno de los guardias:
—Hoy fue el día perfecto. El señor terminó su misión. Ya puede heredar la compañía completa.
Y entonces, el golpe final. Me arrojaron contra una fuente.
El agua estaba helada. El mármol me cortó los codos. Y vi cómo se teñía de rojo.los tacones de la madre de Nicolás resonaron mientras avanzó hacia mi.
—Si vuelves a aparecer, haré que desaparezcas de verdad —susurró su madre, abriendo su paraguas negro con esa sonrisa de víbora.
Cerré los ojos.
Y en el último instante antes de perder el conocimiento, vi sus manos… las mismas manos que me acariciaban el alma, tendidas hacia otra. Limpias. Frías. Como si nunca hubieran sido mías.Lo había perdido todo.
Isidora contuvo el aliento. Podía sentir, desde la distancia en la que estaba, cómo su corazón había comenzado a latir con muchísima fuerza. Apreté a mi bebé en mi pecho al ver la escena que tenía frente a mí. Isadora dio dos pasos al frente, despacio, como si incluso le costara caminar. Probablemente le costaba incluso respirar. Ni siquiera quise preguntar, pero nada más quedó obvio: no había visto al padre de Nicolás desde que había entrado en aquel estado. Llegó hasta donde él estaba, en la camilla, y sin pronunciar una sola palabra entrelazó sus dedos con los suyos.El hombre permaneció ahí, impasible, pues ya no estaba. Todos en esa habitación sabíamos que no estaba. Entonces fue la mismísima Isadora la que, después de un largo minuto de silencio, volteó a mirar con los ojos vidriosos a Nicolás y le hizo la pregunta que todos teníamos en la cabeza: — ¿Por qué? — le preguntó — . ¿Por qué lo han dejado estar así desde hace tanto tiempo, si él ya no está? Desde hace tanto tiemp
148Yo podía notar la inseguridad de Nicolás. Claramente no estaba seguro de hacer aquello, de llevar a Isadora a ver a su padre, pero ahorita se lo había pedido… ¿qué más podía hacer él al respecto? No teníamos opción, que hacerme aquí el favor. Tal vez sería algo que podría ser beneficioso, o tal vez no, pero quería hacerlo a pesar de las dudas que aquello le generó, porque yo podía verlo en sus ojos.Después de toda la conversación y el incómodo momento, nos tomamos un buen rato en recuperarnos antes de salir hacia el hospital. Pero había algo de todo aquello que me seguía generando una extraña incertidumbre, y era lo sucedido con Cristian. Yo creía en él y en su moral inquebrantable, pero Isadora tenía un buen punto: él había flaqueado en el momento en el que Valentín nos había enseñado las instalaciones subterráneas de la farmacéutica, donde tenían toda clase de experimentos horribles contra los humanos.Pero ¿y si la lealtad del guardaespaldas cambiaba constantemente?Tomé mi te
— Lo sé — le dije. Fui yo la que rompió el largo silencio que vino después de la sugerencia de que usáramos las redes y toda la información pública que había para jugar en contra de Oliver — . Pero tal vez después haya tiempo para pensar en esto, necesito procesar esto primero.Pero Isadora negó. — Claro que no, no hay tiempo para eso. ¿Crees que en este momento no es lo que está haciendo Oliver? En este momento debe estar planeando su siguiente jugada. ¿Dónde está el otro guardaespaldas, el que supuestamente le disparó? ¿Cómo era su nombre? — Cristian — fue Nicolás el que se volvió nuevamente hacia donde yo estaba. — No lo sé — dijo — . Que iba a hacer algo sin algo…Isadora sacó su teléfono. — ¿Ustedes creen que son los únicos que tienen influencias e información, verdad? Recuerden que yo soy Isadora, hija del antiguo líder de la Navaja Suiza. Hay contactos en el mercado negro que aún me son fieles a mí. Y desde el instante en el que supe que iba a regresar, comencé a buscar
Cuando pronunció aquellas palabras, sentí un nudo en mi estómago que casi me hace caer sentada nuevamente en la silla, pero me quedé de pie, prácticamente paralizada. Mi madre no dijo absolutamente nada; era como si ya lo supiera. — Por favor, quiero que te expliques — le dije; tenía la voz rota. — Todo era muy simple. Isadora era prácticamente difícil de encontrar, pero yo sabía cómo encontrarte a ti. Sabía muy bien dónde estabas, tus rutas, porque te tenía muy bien investigada. Y a través de ti yo quería llegar a Isadora, a través de ti yo quería encontrarla. Quería inmiscuirme poco a poco en tu familia y averiguar todo lo que pudiera. Buscar a las personas que ayudaron a involucrar a mi padre en lo que yo pensaba era una mentira, porque esto fue lo que mi abuelo me dijo. Yo era muy niño cuando todo salió a la luz, cuando lo perdí a él. Lo único que yo podía ver en mi mente era que, por culpa de Isadora, lo había perdido. Por culpa de sus mentiras. Porque eso fue lo que mi abuelo
Todos guardaron un largo silencio.Pero entonces yo me puse de pie. — No. Yo no — dije, tomando mi plato y dejándolo en la alacena con un poco de rabia — . Yo no conozco lo que pasó después. Así que quiero saberlo.Isadora ató su rojizo cabello en una cola alta. Parecía que comenzaba a sentirse bastante abrumada, pero no me importaba. Había tenido toda la vida para pensar en lo que diría, no me importaba si se sentía abrumada, yo necesitaba respuestas.Entonces, eso me miró. — Las cosas se pusieron terriblemente mal después de eso. Tuve que esconderme. Dalia conoce bien esa historia.Yo la conocía a medias, había leído su diario, el diario que ahora reposaba bajo tierra detrás de aquel hotel. — Fueron días oscuros, no te lo voy a negar — nos confirmó Dalia. Fue lo único que dijo la mujer, mientras se volvió nuevamente a observar las personas que pasaban a través de la ventana por la calle.Y Isadora continuó: — Yo me di cuenta de que la única forma en la que podría librarme de t
Todos nos quedamos en un absoluto silencio, mientras Izadora parecía rebuscar en sus memorias las cosas que quería contarle a Nicolás. Todos sabíamos que no sería nada bueno. Era un momento tenso, porque las cosas que la mujer estaba a punto de contar eran las mismas que habían iniciado esta batalla de venganzas que nos tenía a todos ahora sentados en la misma mesa, con el ambiente tan tenso que podría tomarse como un puñado de melaza.Después de darle un último trago a su vaso de agua, se puso de pie, caminó hacia donde estaba el fregadero y lo lavó con una lentitud aterradora. Todos nos miramos entre nosotros; era como si mi madre hubiera preferido esconder esas palabras dentro de su cabeza para no volver a repetirlas. Sabía que todo lo que yo le había traído eran muchísimos problemas, y entonces le costaba sacarlas nuevamente.Cuando llegó otra vez a la mesa, se aclaró la garganta: — Tu padre Alejandro no fue un mal hombre, nunca. Simplemente heredó las acciones que habían trascen
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