Regresar a la cabaña no era una opción. Yo sabía que era demasiado peligroso. Los hombres que había enviado Nicolás para matarme seguramente regresarían ahí para buscarme, así que no teníamos más escapatoria.
Dalia conocía un lugar donde podíamos estar a salvo. A pesar de que mi embarazo era riesgoso y me dificultaba caminar bien por el bosque, cruzamos una gran extensión a pie, atravesando los árboles y bebiendo en las quebradas que discurrían por el bosque. Teníamos que encontrar la forma de escapar, de ponernos a salvo. Y luego, ya ver qué podíamos hacer, por dónde podríamos subir.
Llegamos a una extraña cueva.
—Aquí me escondía de mi esposo cuando me golpeaba —me dijo Dalia—. Estoy segura de que aquí no te encontrará nadie.
—Pero no puedo quedarme aquí para siempre —le dije.
—Lo sé, Alana. Sé que no puedes quedarte aquí para siempre, pero será mientras tanto. Mientras descubrimos quién realmente te quiere muerta.
—¡Yo sé quién me quiere muerta! —dije con rabia, gritando—. ¡Es Nicolás! ¡Él quiere verme muerta! Sabe que el hijo que llevo en el vientre puede ser una deshonra para su familia. Ellos siempre han vivido de la opinión pública, del escarnio social. Por eso aún no entiendo por qué hizo lo que me hizo. Por qué jugó conmigo tantos años. Necesito respuestas ¿Aún tienes tu teléfono, verdad?
La mujer sacó su teléfono del bolsillo y me lo dio.
—Pero recuerda que lo pueden rastrear —me advirtió. Has una corta llamada — Luego salió de la cueva para darme un poco de privacidad. Yo observé el lugar. ¿Acaso así sería mi vida de aquí en adelante? ¿Esconderme? ¿Huir? Claro que no. Tenía que terminar esto antes de que las cosas se pusieran peor. Porque tenía que darle un futuro a mi hijo.
Con el teléfono en la mano, marqué el número de mi madre. Esta vez hablaría con ella. Tenía que hacerlo. Al ser un número desconocido, tardó en contestar, pero entonces escuché su voz al otro lado.
—Soy Alana —le dije.
—¿Qué es lo que quieres? —me respondió con rabia—. ¿Acaso no te parece suficiente ya todo lo que has hecho? ¿No te parece que nos has desgraciado lo suficiente la vida?
—Yo… pero si yo no he hecho nada —le dije—. Yo lo único que hice fue enamorarme…
—¡El amor es una m****a! El amor es lo que nos trajo aquí. Por eso él te hizo lo que te hizo. ¡Por culpa de eso! Porque quería vengarse de mí.
No entendí las palabras de mi madre.
—¿A qué te refieres? —le pregunté—. ¿Qué quieres decir con eso?
Le supliqué que me lo explicara.
—Eres una tonta y una ingenua, Alana. ¿En serio pensaste que un hombre como Nicolás se fijaría en ti? No. Él lo hizo por venganza. Cuando yo era más joven, fui la amante de su padre.
Ante tal confesión, el teléfono casi cae de mi mano. Observé la pantalla con terror.
—¿Qué es lo que quieres decir? —acaso yo… ¿era la hija de esa relación fortuita? No quise asumirlo. Ni siquiera preguntar.
—¡Esto es por tu culpa! —me gritó. Pero yo no era capaz de comprender el porqué. Yo no había hecho nada. Solamente había confiado. Como una estúpida.
La llamada se cortó sin que yo pudiera decir o hacer nada más. No entendía qué había pasado. ¿Cómo mi madre pudo haber sido la amante de aquel hombre? Para mí, nada de eso tenía sentido.
Solamente había una persona que podía darme una respuesta…
El teléfono temblaba entre mis manos. Las yemas de mis dedos apenas respondían, pero marqué su número de memoria, como una maldición que me perseguía desde que lo conocí. Cuando respondió, no supe si cortar o suplicar. Pero ya era tarde.
—¿Alana? —La voz de Nicolai sonó ronca, cargada de hielo y algo más… ¿culpa? ¿Odio?
—¿Por qué lo hiciste? —Mi voz era apenas un susurro. Tenía el corazón hecho trizas, un vacío latiéndome en el vientre donde antes hubo dos vidas.
Hubo un silencio. Largo. Luego lo escuché reír sin alegría.
—Porque quería que supieras lo que se siente perderlo todo. Porque mientras tú sonreías con mi apellido en los labios, mi padre se moría en un hospital sin que pudiera despedirme. ¿Sabes quién firmó su sentencia? Tu madre. Ella testificó. Ella lo arruinó.
—Yo… no sabía…
—No necesitaba que supieras —interrumpió con frialdad—. Solo necesitaba verte destruida. Y créeme… lo logré.
Un nudo me ahogó. Las lágrimas caían, pero no podía colgar. No aún.
Entonces, otra voz tomó el teléfono.
—Qué dulce, la niña huérfana tratando de limpiar su apellido —la voz de la señora McCarthy era un látigo venenoso—. Escúchame bien, bastarda: no importa cuán lejos corras. Te vamos a encontrar. No vas a arruinar dos generaciones de legado por un error hormonal.
—Estoy embarazada… todavía —musité.
—Entonces, espero que no lo ames tanto. Porque cuando te atrape, lo verás morir… antes que tú.
La llamada se cortó. Me quedé sola, temblando, con el eco de sus amenazas devorándome desde adentro. Y supe, en ese momento, que para sobrevivir… tendría que convertirme en alguien más.
Dalia entró en ese momento, vio mi rostro destrozado y entonces me abrazó.
—Lo siento, mi niña… siento que tengas que pasar por todo esto. Pero no pude evitar escucharlo. Y tenemos que hacer algo al respecto.
—¿Qué es lo que vamos a hacer? —le pregunté—. Estoy perdida. No tengo nada. No tengo a nadie.
—No importa —dijo ella con seguridad—. Lo importante es quitarte de encima a aquella familia. Y yo tengo la solución. Sé cómo podemos hacerlo… pero necesitas estar dispuesta a pagar las consecuencias.
Yo la miré a los ojos. Pude ver la determinación en su voz.
—¿Qué es lo que estás proponiendo, Dalia?
La mujer se puso de pie y caminó hacia la entrada de la cueva, observando la parte exterior. Suspiró con resignación antes de voltearse a mirarme y decirme con total claridad y convicción:
—Ellos te quieren muerta. Y no van a detenerse hasta conseguirlo. Entonces, es lo que debemos darles. Vamos a fingir tu muerte. Y así… vamos a salvarte.