Ciertamente no fue fácil.
Planeamos aquello por varios días, y Dalia tenía razón: muchas mujeres habían sufrido el maltrato de sus esposos. El refugio de Esperanza que ella había formado le había forjado grandes alianzas. Mujeres en cargos poderosos que habían logrado salir adelante gracias a su ayuda nos proporcionaron todo lo que necesitábamos para aquello.
En un hospital cercano, cubriendo mi rostro con mi propio cabello, extrajeron muestras de mi sangre. Una enfermera, que había sido abusada por su esposo, dijo:
—Con esto será suficiente —después de haber extraído dos enormes frascos—. Asegúrate de que llames aquí a la ambulancia. Entonces yo falsificaré los documentos.
Le dijo la enfermera a Dalia.
Y entonces llegó el momento de ejecutar la desaparición.
Corrimos hacia un acantilado desde donde podía verse la ciudad. Dalia había difundido la información de que estaríamos ahí, y justo como lo sospechábamos, los hombres de los McCarthy estaban tan al pendiente de mí que cualquier v