Isabela necesita mantener su beca y pagar la carrera de Arquitectura, así que acepta un trabajo como asistente personal de un CEO frío, controlador y atractivo. Lo que no espera es caer en la trampa de una noche que cambia su vida. Noah, marcado por un pasado que lo hizo jurar jamás tener hijos, despierta con más que remordimientos: miedo. Cuando Isabela descubre que está embarazada, decide continuar sola, aunque por dentro se desmorona. Él intentará reparar lo irreparable. Ella querrá demostrar que no necesita que nadie la salve. Entre contratos, ternura inesperada y deseo contenido, ambos aprenderán que a veces los errores perfectos son el comienzo de una historia que si vale la pena.
Leer másLa lluvia rebotaba contra los ventanales como moneditas impacientes. A esa hora, el piso cuarenta era un esqueleto de vidrio: monitores apagados, tazas frías, sillas empujadas a medias. El zumbido del neón llenaba el aire como una cuerda tensa.Semana 1Isabela despertó antes del amanecer. El departamento olía a pan tostado y a té, no a café. Puso la taza a su lado derecho, abrió el notebook y respiró hondo. En la pantalla apareció PLAN_ISA.xlsx.Hoja Presupuesto_Trimestre1: columnas limpias, anchas, con formato de moneda. Fecha | Concepto | Monto | Categoría | Método | Saldo. Hoja Fondo_Bebé: Fecha | Depósito | Acumulado. La exactitud de los números le calmó el pulso.Anotó lo obvio: arriendo, universidad, materiales. Añadió lo nuevo sin adornos: vitaminas, ecografía en hospital público, transporte al hospital. A la derecha, una casilla verde parpadeaba: "Regla 1: no Uber". Otra más: "Lonchera todos los días". Abrió el cajón y metió un sobre vacío con la etiqueta "fondo". Cerrar la b
La lluvia rebotaba contra los ventanales como si quisiera atravesarlos a cabezazos. A esa hora, el piso cuarenta era un esqueleto de vidrio: monitores apagados, tazas frías, sillas empujadas a medias. El zumbido del neón llenaba los huecos entre palabra y palabra.—Falta anexar el cuadro comparativo de plazos —dijo Noah, sin levantar la mirada del dossier.—Ya está en tu correo —respondió Isa—. Y en papel, porque confío más en eso que en tu servidor.Pasó la página. El índice golpeó dos veces el borde. Tic de cansancio. Por fuera, seguía siendo piedra. Isa, que ya le había contado los latidos temblorosos en la oscuridad, le veía la grieta: la vena del cuello marcada, ese respirar contenido que roza la ansiedad, el gesto de apretar los dientes para fingir que no duele.El archivo que faltaba estaba arriba del estante. Isa abrió la escalera metálica, subió dos peldaños, estiró el brazo. El cuerpo se inclinó apenas.Unas manos le sujetaron la cintura. Firmes. Cálidas.—Cuidado —la voz de
El café sabía amargo. Isabela lo bebió igual, de pie frente al lavaplato, una mano en la taza y la otra en el celular. La pantalla iluminaba su cara aún somnolienta mientras el puntito rojo del calendario titilaba como una alarma silenciosa.Ciclo: 32 días.Faltaban cinco. O sobraban cinco. Maldición.Cerró la app con más fuerza de la necesaria. “Estrés”, se dijo en voz alta, como si nombrarlo lo hiciera real. “Estrés, falta de sueño, café quemado, un jefe que respira control”. Todo menos lo obvio. Todavía no. No iba a darle ese poder a un retraso cualquiera.El mensaje de Sofía entró como un empujón suave:Sofi: ¿Vives? ¿Ya le mordiste la yugular al CEO o te domesticó?Isa: Vivo. Y nadie me domestica. Te cuento después.Sofi: Okey, loba. Cuídate. Y come. (Sí, soy tu mamá ahora).Isabela soltó una sonrisa torcida y dejó el celular junto a la taza. Se vistió con movimientos mecánicos: pantalón negro, blusa verde botella más holgada que ayer, por si acaso. Sujetador cómodo, nada de enca
El lunes llegó como una bofetada. Isabela empujó las puertas de vidrio de Del Valle Inversiones a las ocho en punto. Llevaba café caliente en la mano y rabia fría en el pecho. Había pasado el fin de semana diciéndose que lo del viernes fue un error. Un momento de locura. Adultos haciendo cosas de adultos. Nada más.Esa idea se desmoronó apenas puso un pie en recepción.—Buenos días, Isabela —cantó la recepcionista con una sonrisa demasiado amplia—. ¿Cómo estuvo tu fin de semana? ¿Descansaste bien después del... incidente del ascensor?La palabra "incidente" flotó en el aire como una pregunta. Isa sintió los hombros tensos.—Bien, gracias —respondió seca, caminando hacia los ascensores.—Qué suerte que el señor Del Valle estuviera ahí para ayudarte —siguió la mujer—. Dicen que te cargó hasta su oficina. Qué caballero, ¿no?Isabela apretó el botón del piso treinta y ocho con más fuerza de la necesaria. Las puertas se cerraron, pero esa sonrisa venenosa siguió vibrando en sus oídos.El p
El primer chorro de luz entró como una navaja. Los técnicos forzaron la puerta apenas unos centímetros y el ascensor gimió, resignado. Una barra metálica se incrustó entre las hojas y alguien desde afuera gritó: “¡Ahora! ¡Despacio!” La mano de Noah apretó la de Isabela un segundo más, hasta que el esfuerzo de ponerse de pie la obligó a soltarlo.—Suba usted primero —ordenó una voz.—Ella primero —corrigió Noah, ronco.Isa no discutió. Se impulsó, las rodillas le traicionaron, y fue la mano de él—otra vez esa mano—la que la sujetó por la cintura para ayudarla a trepar. Sintió el pulso de Noah contra su espalda, caliente, inestable como si todavía vibrara por dentro. Cuando pisó el pasillo técnico, los reflectores la encandilaron. Tuvo que parpadear varias veces para acostumbrarse. Un técnico trató de tomarla del brazo; Noah lo apartó con un gesto seco y saltó detrás de ella con agilidad demasiado controlada para lo que le explotaba en la cara segundos antes.—¿Señor Del Valle, está bie
La lluvia le mordía los tobillos como si la ciudad quisiera expulsarla. Isabela Méndez apretó contra el pecho la carpeta con sus planos, sintiendo cómo el cartón se ablandaba y la tinta empezaba a desparramarse en pequeñas venas azules. El edificio de Del Valle Inversiones se elevaba frente a ella como una lámina de vidrio perfecta, tallada para recordarle que había cosas hechas para brillar… y otras para quedarse mirando desde abajo. Ella no pensaba quedarse abajo. No después de todo lo que había empujado para llegar ahí.—La entrevista era a las nueve —gruñó el guardia cuando la vio entrar, empapada, jadeando, el pelo pegado a la cara.Isabela se pasó la lengua por los labios, sabiendo que temblaban. No iba a dejar que se notara.—Sigo siendo la misma a las nueve con cinco —contestó con el mentón arriba—. Llegué. Eso basta.El hombre dudó, miró el reloj, miró la desgracia mojada en que se había convertido Isa y, resignado, marcó un número en el teléfono. Asintió a medias.—Piso cuar
Último capítulo