A los 22 años, Vera está feliz con su novio, la nueva vida que están construyendo juntos, su empleo soñado en una empresa en expansión. Hasta que descubre que quien creyó su amiga la involucró en una estafa a la empresa por cientos de miles de dólares. Mientras la investigan como posible cómplice, el dueño y CEO de la empresa, el millonario Salomon Ellis, averigua el secreto oscuro que se esconde en su pasado. Entonces le hace una oferta que Vera está obligada a aceptar: someterse a sus caprichos hasta que él considere saldada la deuda por el dinero que le robaron, o volver a la cárcel, esta vez de por vida. Vera no tiene alternativa. Sólo puede acceder a las demandas del CEO y hacer lo posible para que no afecte su noviazgo, enredándose en un laberinto de mentiras que la acorralan más a cada paso. Sólo la verdad puede devolverle la libertad. Pero nadie, ni siquiera la propia Vera, sospecha cuál es realmente la verdad.
Leer másEl dolor de cabeza me contrajo la cara aún antes de abrir los ojos. Sí, definitivamente la noche anterior había bebido demasiado. Pero era la fiesta de fin de año de la empresa y todo el mundo estaba más que achispado. Sólo esperaba no ser la única mal parada en las fotos que ya debían estar circulando en redes sociales.
Todavía con los ojos cerrados, como si pudiera demorar el momento de encarar el día, me desperecé y me di vuelta en la cama. Las sábanas se deslizaron sobre mi piel como una caricia de seda. A pesar de que mis sábanas eran de algodón demasiado barato para causar esa sensación.
Entonces reparé en el silencio. Bendito silencio para mi dolor de cabeza. Seguramente Dylan había salido a correr, porque era incapaz de estar en casa sin hacer ruido. Tampoco escuchaba a los vecinos. En un edificio con paredes de papel y varias familias con niños alrededor, era aún más raro que la suavidad de las sábanas.
Una punzada especialmente dolorosa en las sienes me recordó los analgésicos en el botiquín del baño, aunque de sólo pensar en levantarme ya me daba vueltas todo. Cinco pasos. No era mucho. Y no precisaba más para llegar al baño.
Respiré hondo, haciendo acopio de fuerzas, y al fin abrí los ojos.
Lo que vi me hizo olvidar el dolor de cabeza.
Porque ése no era mi dormitorio.
Miré a mi alrededor confundida.
Era una habitación amplia y lujosa que jamás viera en mi vida. Una habitación de hotel.
Me erguí hasta sentarme, y sólo entonces reparé en que estaba desnuda. Completamente desnuda.
Alcé las sábanas hasta mi barbilla en un impulso de pudor tonto, porque no había nadie más a la vista. Y comprobé que las sábanas, si no eran de seda, eran de un material muy parecido.
¿Qué hacía allí? ¿Cómo había llegado? ¿Por qué?
Me volví hacia la mesa de noche y encontré mi teléfono, junto con un vaso de agua y un sobre de antiácido. Lo abrí y lo vacié en el agua al mismo tiempo que desbloqueaba mi teléfono.
Tenía un mensaje de Steffi, mi compañera de oficina, con quien fuera a la fiesta.
“Que la pases bien con tu ejecutivo guapote. Escríbeme para que sepa que estás bien.”
¿¡Qué!? ¿De qué hablaba? ¿Qué guapote?
Bebí el antiácido de un largo trago, devanándome la cabeza en un intento inútil de hacer memoria. Era como si me hubieran desconectado el cerebro o algo parecido. Lo último que recordaba era el elegante salón lleno de gente, Steffi y yo saludando compañeros de trabajo, la música que nos obligaba a hablar casi a gritos.
Y lo siguiente era despertar ahí cinco minutos atrás, desnuda.
Opté por responderle a Steffi.
“Estoy bien.”
Le hubiera hecho más de cuatro preguntas, pero no me animé. Hacía pocos meses que nos conocíamos y nunca nos habíamos tratado fuera de la oficina. Me moría de vergüenza de sólo pensar en pedirle que me explicara qué había pasado en la fiesta porque había tomado tanto que no me acordaba. Tanto que le había sido infiel por primera vez a mi novio.
Como si lo hubiera invocado, me entró un mensaje de Dylan.
“¿Vienes a almorzar?”
Sólo entonces reparé en que era casi mediodía.
¿No había vuelto a dormir a casa y mi novio me preguntaba muy tranquilo si iría a almorzar? ¿Qué m****a estaba pasando?
Iba a contestarle cuando me llamó la atención el último mensaje que le mandara la noche anterior.
“La fiesta estuvo estupenda pero bebimos demasiado. Me quedaré a dormir en casa de mi compañera de oficina.”
Yo no había mandado ese mensaje. No necesitaba recordar la noche anterior para saberlo: nunca en mi vida había usado la palabra “estupendo”, y nunca llamaba a Steffi “mi compañera de oficina” sino Steffi a secas, porque le había hablado a Dylan de ella muchas veces.
¿Acaso alguien había usado mi teléfono para escribirle a Dylan haciéndose pasar por mí? Y alguien sólo podía ser el ejecutivo guapote que mencionara Steffi.
Me apreté las sienes en otro intento vano por recordar algo, lo que fuera, de la noche anterior.
¡Nada!
Aparté las sábanas, y al levantarme mis pies fueron a dar en mi ropa interior, caída sobre la gruesa alfombra junto a la cama. Mis zapatos estaban dos pasos más allá, pero mi vestido no estaba a la vista.
Me incliné a levantar mis panties, y al erguirme mis ojos literalmente se toparon con las bolsas sobre el asiento a los pies de la cama. Dos bolsas de boutique con grandes moños de regalo. De uno de ellos colgaba una tarjeta con unas líneas escritas.
La arranqué del moño y tuve que volver a sentarme, porque la habitación pareció dar vueltas a mi alrededor. Estaba escrita a mano, con una letra elegante, inclinada a la derecha, en tinta negra. No de bolígrafo, sino tinta de gel como de pluma antigua.
“Gracias por una noche inolvidable. Me llevo tu vestido de recuerdo, porque te queda tan bien que no quiero que nadie más te lo vea puesto. Aquí tienes ropa para volver a casa. Feliz Año Nuevo.”
Abrí las bolsas y hallé jeans, un top blanco, un chal de hilo largo y liviano, negro. Todo de la talla exacta para que me fuera bien.
Mi teléfono volvió a vibrar en mi mano. Dylan otra vez.
“¿Vienes o no?”
Le respondí que sí, la cabeza hecha un tumulto.
¿Qué había pasado la noche anterior?
Bien, eso era obvio ahora. Pero, ¿con quién?
Me estremecí de pies a cabeza, sus palabras resonando en mi mente aturdida. ¿A qué se refería? ¿Qué se proponía? Respiré hondo, una inspiración entrecortada, luchando por contener mi impulso de huir corriendo. Porque tenía el presentimiento de que si lo hacía, habría un patrullero esperándome tan prono saliera del Cubo.Cerré los ojos, dejando que mi mente se llenara con la imagen de Dylan dormido esa mañana, un recuerdo que no me salvaría ni me reconfortaba, pero al menos ofrecía un refugio para que mi mente se distanciara de lo que me estaba ocurriendo. Esta pesadilla que me cayera encima de la nada a desbaratar mi vida, como un huracán que lo arrasa todo a su paso.Su mano resbaló hacia abajo por mi glúteo, sujetándolo un instante antes de soltarme, pero aún me parecía sentir el leve peso de su mano en mi cu
El guardia cerró la puerta detrás de mí y me encontré en una lujosa sala de reuniones. Como era habitual en el Cubo, había muchas ventanas que daban al jardín interior a mi izquierda. Tres pantallas planas enormes en la pared al otro extremo de la puerta, un aparador a lo largo de la pared lateral opuesta a las ventanas, con dos cafeteras y todo lo necesario para servirse una infusión, fuera té o café.En el centro de la habitación había una mesa ovalada de cristal grueso con seis sillas giratorias tapizadas cuero negro. No había asientos adicionales. Si estabas allí, era para sentarte en la mesa principal.Dos hombres me esperaban. Uno estaba sentado a la mesa, de cara a las ventanas con una laptop abierta ante él, mientras el otro estaba de pie junto a la ventana más alejada, mirando hacia afuera con las manos en los bolsillos. Noté una tablet y un teléfono al otro lado de la mesa. Seguramente pertenecían al hombre junto a la ventana.El código de vestimenta de la empresa era relaja
Las paredes del Cubo estaban construidas enteramente de vidrio montado en paneles de acero, recubierto con algo que regulaba la luz natural que dejaba entrar, ensombreciéndose un poco cuando el sol le daba directamente, de tal forma que el brillo no molestara a nadie.Cada lado del Cubo tenía al menos veinte metros de ancho, extendiéndose a conectar con los demás sin ocupar el centro, donde el pulmón del edificio albergaba un primoroso jardín con una fuente central, flores, árboles frutales y mesas y sillas para quienes quisieran tomarse sus descansos allí.De camino a buscar un café mientras mis sistemas se cargaban, saludé a Tom, mi supervisor. Estaba en su pecera en el centro de la amplia oficina abierta. Su turno empezaba a las seis de la mañana y todavía parecía recién levantado, con ojeras y expresión fatigada. De vuelta a mi escritorio con una taza humeante, inicié sesión en el sistema de IT a las nueve en punto.La pequeña ventana de video apareció en la esquina inferior derec
El lunes por la mañana, un rayo de sol se coló por la persiana, justo a tiempo para recordarme que el fin de semana había terminado y que la vida real se apoderaba de nuestras vidas. Aún con los ojos cerrados, me moví en la cama, buscando la posición más cómoda, pero el peso de Dylan sobre mi espalda me lo impidió. Estaba boca abajo y él se había tumbado sobre mí, su respiración cálida en mi cuello. Su mano se movió con familiaridad por mi vientre, mientras sus labios recorrían mi cuello, dejando un rastro de pequeños besos que me erizaban la piel.Sentí el suave movimiento de sus caderas contra las mías, una invitación tácita a la que mi cuerpo, a pesar del cansancio, respondió. No hubo palabras, solo el roce de la piel y el calor de la respiración. Nos movimos al unísono, un baile silencioso y rápido que ya conocía de memoria. Como siempre, fue veloz, casi un acto reflejo, un torbellino de besos, gemidos y sensaciones que apenas duró unos minutos. Y por rara ocasión, no alcancé el c
El conductor del Uber trató de darme conversación, pero después de un par de monosílabos de respuesta desistió y me dejó en paz para hundirme en la culpa que me ahogaba. No podía creer que le hubiera sido infiel a Dylan.Hacía dos años que vivíamos juntos, y siete que estábamos de novio. Nunca había tenido otro novio, ni hablar de aventuras con otros hombres. Y la primera vez en mi vida que me emborrachaba sin él, amanecía desnuda en una cama de hotel.Me costaba contener las lágrimas de sólo pensarlo. Y la vergüenza era casi tan agobiante como la culpa. Tanto, que me decidió a no decirle una palabra de lo que pasara.Al entrar al edificio, me obligué a sonreír y saludar al conserje de camino al ascensor. Mientras subía, me aseguré en el espejo que me veía tan normal como era posible. Mis ojos bajaron de mi cara a la ropa nueva que vestía. Me iba perfecta. Sólo esperaba que Dylan no preguntara de dónde la había sacado, o tendría que decirle otra mentira.Sin embargo, toda mi culpa y m
El dolor de cabeza me contrajo la cara aún antes de abrir los ojos. Sí, definitivamente la noche anterior había bebido demasiado. Pero era la fiesta de fin de año de la empresa y todo el mundo estaba más que achispado. Sólo esperaba no ser la única mal parada en las fotos que ya debían estar circulando en redes sociales.Todavía con los ojos cerrados, como si pudiera demorar el momento de encarar el día, me desperecé y me di vuelta en la cama. Las sábanas se deslizaron sobre mi piel como una caricia de seda. A pesar de que mis sábanas eran de algodón demasiado barato para causar esa sensación.Entonces reparé en el silencio. Bendito silencio para mi dolor de cabeza. Seguramente Dylan había salido a correr, porque era incapaz de estar en casa sin hacer ruido. Tampoco escuchaba a los vecinos. En un edificio con paredes de papel y varias familias con niños alrededor, era aún más raro que la suavidad de las sábanas.Una punzada especialmente dolorosa en las sienes me recordó los analgésic
Último capítulo