Reglas del juego

El lunes llegó como una bofetada. Isabela empujó las puertas de vidrio de Del Valle Inversiones a las ocho en punto. Llevaba café caliente en la mano y rabia fría en el pecho. Había pasado el fin de semana diciéndose que lo del viernes fue un error. Un momento de locura. Adultos haciendo cosas de adultos. Nada más.

Esa idea se desmoronó apenas puso un pie en recepción.

—Buenos días, Isabela —cantó la recepcionista con una sonrisa demasiado amplia—. ¿Cómo estuvo tu fin de semana? ¿Descansaste bien después del... incidente del ascensor?

La palabra "incidente" flotó en el aire como una pregunta. Isa sintió los hombros tensos.

—Bien, gracias —respondió seca, caminando hacia los ascensores.

—Qué suerte que el señor Del Valle estuviera ahí para ayudarte —siguió la mujer—. Dicen que te cargó hasta su oficina. Qué caballero, ¿no?

Isabela apretó el botón del piso treinta y ocho con más fuerza de la necesaria. Las puertas se cerraron, pero esa sonrisa venenosa siguió vibrando en sus oídos.

El piso treinta y ocho era un hervidero de cubículos grises. Las conversaciones se cortaron cuando ella apareció. Isabela sintió el peso de una docena de miradas siguiéndola. Encontró su escritorio en un rincón: computadora, teléfono y una pila de expedientes más alta que su paciencia.

—Tú debes ser la nueva —dijo una voz atrás.

Se giró. Una mujer de unos cuarenta años, traje azul impecable y sonrisa que no llegaba a los ojos.

—Carmen Ruiz, coordinadora legal —se presentó—. Bienvenida al equipo.

—Gracias. Isabela Méndez.

—Sí, ya sabemos quién eres —Carmen se río—. Tu primer día fue bastante... memorable.

Antes de que Isa pudiera responder, dos mujeres jóvenes se acercaron. Sus ojos brillaban con curiosidad malsana.

—¿Es verdad que te quedaste atrapada con Noah Del Valle toda la noche? —preguntó una, bajando la voz.

—No fue toda la noche —respondió Isa—. Fueron unos minutos.

—Pero dicen que te llevó en brazos —insistió la otra—. Como en las películas.

—Me desmayé por la presión. Fue médico, no romántico.

Las mujeres intercambiaron miradas que decían que no les creían nada. Carmen las dispersó con un gesto, pero su sonrisa seguía ahí, afilada.

—No les hagas caso —dijo, pero su tono no tranquilizaba—. Ya sabes cómo es esto. Pocas veces pasa algo interesante por aquí.

—¿Interesante?

—Una mujer joven, bonita, a solas con el jefe más cotizado de la ciudad —Carmen se encogió de hombros—. Las mentes ociosas especulan.

Que basura, pensó Isabela. No podía creerlo.

El día avanzó entre expedientes y miradas cargadas. Cada vez que Isa iba al baño o al archivo, las conversaciones se detenían. Cuando pasaba cerca de los cubículos, escuchaba fragmentos: "...la camisa de él..." "...toda la noche en el piso cuarenta..." "...por eso la contrataron tan rápido..."

A mediodía ya no podía fingir que no le afectaba. Se encerró en el baño y se miró al espejo. Mejillas rojas de rabia y humillación. Había trabajado como una mula para llegar ahí. Había sobrevivido a tres trabajos de m****a y dos jefes acosadores. Había demostrado que valía más que su apariencia. Y ahora todo se desmoronaba porque un millonario no podía mantener las manos quietas.

Cuando volvió a su escritorio, encontró una rosa roja sobre el teclado.

—¿De quién es esto? —preguntó a Carmen.

—Llegó por mensajería. Sin tarjeta —respondió, pero su tono sugería que sabía de quién venía.

Isa agarró la rosa y la tiró a la basura. El gesto arrancó murmullos y risitas. Perfecto. Ahora también era la mujer ingrata que despreciaba los gestos del jefe.

La tarde fue peor. Alguien había corrido la voz a los pisos superiores. En el ascensor, dos ejecutivos susurraron sobre "la nueva asistente que ya tiene al jefe comiendo de su mano". En el archivo, escuchó a una secretaria decir que "algunas mujeres saben cómo conseguir lo que quieren".

Cada comentario era una puñalada envuelta en sonrisas falsas.

A las cinco, Isabela había llegado a su límite.

Subió al piso cuarenta con la mandíbula apretada. La secretaria de Noah la miró con curiosidad.

—¿Tiene cita con el señor Del Valle?

—No necesito cita —respondió Isa, yendo directamente a la oficina.

—Espere, no puede...

Pero Isa ya había empujado la puerta.

Noah estaba junto al ventanal, exactamente donde el viernes. Como si no se hubiera movido en todo el fin de semana. Al escuchar la puerta se giró, irritado. Al verla, su expresión se suavizó. Llevaba un traje gris que le quedaba perfecto, y esa maldita colonia que aún podía oler en su camisa lavada.

—Isabela —dijo, y había algo en su voz que sonaba aliviado—. ¿Cómo fue tu primer día?

—Una m****a —respondió sin rodeos, cerrando la puerta—. Gracias por preguntar.

Noah parpadeó, no esperando esa respuesta.

—¿Algún problema con los expedientes? Carmen puede...

—El problema no son los expedientes —lo interrumpió—. El problema es que toda la oficina cree que me acosté contigo para conseguir este trabajo.

Un músculo se tensó en su mandíbula.

—Eso es ridículo.

—¿En serio? —Isa se acercó—. Porque desde recepción hasta archivo, todo el mundo sabe que me llevaste en brazos. Que me quedé "toda la noche". Que hoy llegó una rosa roja sin remitente.

—Yo no envié ninguna rosa.

—¿No? Entonces debe haber sido otro multimillonario que me rescató y me ofreció trabajo sin entrevista.

Noah se pasó una mano por el cabello. Era la primera grieta en su perfecta compostura. No podía negar que disfrutaba la rabieta de Isabela.

—Los empleados siempre hablan. Se les pasará.

—¿Se les pasará? —la voz de Isa subió—. ¿Esa es tu solución? ¿Esperar a que se aburran de destrozar mi reputación?

—Tu reputación está intacta —dijo, pero sonaba poco convencido—. Eres nueva, es normal que haya curiosidad.

—No me trates como idiota —Isa dio un paso más, hasta quedar muy cerca—. Sabes exactamente lo que están pensando. Y sabes que tienes el poder de pararlo.

—¿Cómo?

—Una declaración. Un memo. Una simple aclaración de que el incidente fue exactamente eso: un incidente. Que me contrataste por mis calificaciones, no porque...

Se detuvo. No iba a decir las palabras en voz alta.

Noah la miró largo rato. Sus ojos recorrieron su rostro como buscando algo. Cuando habló, su voz sonó peligrosamente baja.

—Enviaré un memo aclarando la situación —dijo—. Pero no puedo controlar lo que piensa la gente.

—Puedes controlar cómo actúas conmigo —replicó Isa—. Cómo me miras. Cómo me hablas. La distancia que mantienes.

—¿Distancia?

La palabra salió como si tuviera sabor amargo. Noah dio medio paso hacia ella, casi sin darse cuenta. Isa sintió cómo el aire se cargaba de electricidad.

—Exactamente eso —murmuró, pero no retrocedió—. Si quieres que me quede, vas a tratarme como a cualquier otra empleada. Nada de gestos especiales. Nada de miradas largas. Nada de... cercanía.

—¿Y si no quiero mantenerte a distancia?

La pregunta salió ronca, casi involuntaria. Noah parecía tan sorprendido como ella de haberla hecho. Isa sintió el corazón acelerado, pero mantuvo la voz firme.

—Entonces buscaré trabajo en otro lado —dijo—. Porque no voy a ser el centro de chismes. No voy a ser la mujer que supuestamente se acuesta con el jefe para ascender. Ya tuve suficiente de esa m****a.

Algo cambió en la expresión de Noah. Una sombra cruzó sus ojos.

—Otros trabajos —repitió, no como pregunta sino como confirmación.

—Otros jefes —corrigió Isa—. Otros hombres que creían que porque era joven y necesitaba dinero, podían hacer lo que quisieran.

—Yo no soy como ellos.

—¿No? —Isa se río sin humor—. El viernes me llevaste a tu oficina, me diste tu camisa, y terminamos teniendo sexo sobre tu escritorio. ¿En qué se diferencia de lo que hacen otros jefes poderosos?

Las palabras cayeron como piedras. Noah palideció.

—Tú no eres vulnerable —dijo al final, con voz hueca—. Y ya sabemos que no fue más que una descarga de adrenalina. No significó nada.

—Claro que no significó nada, no me interesas, Del Valle. Y sí, soy fuerte, pero también necesito este trabajo —Isa se acercó hasta quedar a centímetros—. Y no voy a perderlo por algo que pasó en un momento de adrenalina y malas decisiones.

Estaban tan cerca que podía sentir su calor, oler su colonia. Noah bajó la mirada a sus labios, y por un segundo, Isa pensó que iba a besarla otra vez. Parte de ella lo deseaba. La parte idiota que recordaba cómo se había sentido el viernes: poderosa, deseada, viva.

Pero retrocedió antes de que pudiera pasar.

—Decide —dijo, cada palabra le costó un esfuerzo—. O paramos los rumores y mantienes distancia profesional, o busco otro trabajo. No hay tercera opción.

Noah cerró los ojos un momento, como luchando con algo invisible. Cuando los abrió, había recuperado esa máscara de control.

—Mañana a primera hora saldrá un memo explicando el incidente —dijo, con voz fría y profesional—. Será claro y directo. Y en adelante, nuestra relación será estrictamente profesional.

—Bien.

—Bien.

Se miraron unos segundos más, el aire espeso de cosas no dichas. Luego Isa se giró y caminó hacia la puerta. Su mano ya estaba en el pomo cuando él habló otra vez.

—Isabela.

Ella se detuvo pero no se giró.

—Fue solo adrenalina, no te confundas —dijo tan serio, que un escalofrío recorrío el cuerpo de Isabela—. Al menos no para mí —agregó, con una sonrisa.

Isa apretó el pomo hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Sintió cómo algo se desmoronaba en su  pecho, algo que había estado construyendo todo el fin de semana para protegerse.

—Para mí también —admitió sin girarse—. Por eso mismo no puede volver a pasar.

Abrió la puerta y salió, cerrándola con cuidado. La secretaria la miró con curiosidad, pero Isa pasó de largo. En el ascensor se apoyó contra la pared y cerró los ojos, respirando profundo.

Al día siguiente, el memo estaba en todas las bandejas antes de las ocho. Claro, conciso, profesional. Explicaba el incidente como un accidente mecánico, agradecía la respuesta del equipo técnico, y aclaraba que la señorita Méndez había sido contratada basándose exclusivamente en sus calificaciones.

Los chismes no pararon completamente —nunca lo hacen— pero bajaron a un murmullo tolerable. Y Noah Del Valle mantuvo su palabra: trato profesional, distancia apropiada, ninguna mirada que durara más de lo necesario.

Era exactamente lo que Isa había pedido.

Entonces, ¿por qué seguía sintiéndose extraña cerca de él?

Las siguientes semanas fueron una rutina perfecta de indiferencia profesional. Noah pasaba por su escritorio para entregarle documentos con un "buenos días" cortés. Ella respondía con un "buenos días, señor Del Valle" igual de frío. En las reuniones, él la trataba como a cualquier otra asistente. Ni una mirada extra, ni un gesto especial.

Los rumores se desvanecieron gradualmente. Carmen dejó de hacer comentarios con doble sentido. Las secretarias encontraron otros chismes más frescos. La rosa roja se convirtió en un misterio sin resolver que nadie mencionaba.

Isabela debería estar aliviada. Finalmente podía trabajar sin sentir que cada movimiento era analizado. Sus ideas en las reuniones eran escuchadas por su mérito, no por su supuesta relación con el jefe. Era profesional, limpio, exactamente lo que había pedido.

Pero por las noches, cuando se quedaba trabajando hasta tarde y el edificio se vaciaba, a veces Noah pasaba por su escritorio. Solo para preguntar si necesitaba algo, si el trabajo no era demasiado. Su voz era cortés, distante. Pero ella podía sentir la tensión en el aire, esa electricidad que vibraba entre ellos como un cable pelado.

En esos momentos, Isa se preguntaba si había tomado la decisión correcta. Si no había cambiado algo real por algo seguro. Si no había sacrificado la posibilidad de algo extraordinario por la comodidad de lo predecible.

Pero luego recordaba las miradas venenosas, los comentarios susurrados, la humillación de ser reducida a un objeto sexual. Recordaba otros trabajos, otros jefes, otras veces que había sido vulnerable y había pagado el precio.

No. Había hecho lo correcto. Había elegido su dignidad profesional por encima de todo lo demás.

Incluso si, en el fondo, una parte de ella comenzaba a desear que ese día, se repitiera.

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