“POSITIVO”, leyó en la pantalla de la prueba de embarazo. La vida de Amaya Reyes acababa de desmoronarse con esa simple palabra. Un niño venía en camino y no tenía ni la menor idea de quién era el padre de dicha criatura. Había entregado su virginidad a un desconocido y ahora no tenía más opción que casarse con su rico y apuesto compañero de clases. Ben Greiner solamente sabía que iba a ser padre, sin sospechar que, en realidad, esas niñas no eran sus hijas y que, por el contrario, habían resultado ser hijas de su hermano adoptivo. Las mentiras tienen patas cortas y las mentiras de Amaya, estaban a punto de explotarle de lleno en la cara. ¿Qué haría cuando se descubriera todo?
Leer más—¿Mamá, qué estás…?
Una fuerte cachetada interrumpió la pregunta de la joven. —¡Lo que haga o no, no es de tu incumbencia! —dijo la mujer con sus ojos ligeramente rojos. Era evidente que acababa de consumir otra dosis de drogas. —Pensé que prometiste que lo dejarías… —susurró la muchacha, mientras se sobaba la mejilla adolorida. —No he prometido tal cosa —contestó Isaura con insolencia—. Mejor hagamos algo, querida hija. Amaya sabía que cuando la llamaba en ese tono, aquello solamente podía significar problemas. —No quiero, mamá. De nuevo no —se negó sin demora. —Oh, sí. Esta vez será mejor. En el último año, su madre la había obligado a robar para conseguir dinero para sus porquerías. —Hace falta dinero. Pagar tu ridícula universidad está costando demasiado caro —le reclamó como si la idea de estudiar hubiese sido suya. Amaya había insistido en no estudiar, pero su madre—cuando no era esta versión deplorable— era muy buena y atenta, al punto en que había hecho la solicitud a la universidad por ella. Gracias a eso había conseguido una beca, pero estudiar leyes requería de muchos libros, los cuales la mayoría de las veces no podía costear. —No quiero, mamá —se negó de nuevo. Bastó esa simple negativa para que la mujer la agarrara fuertemente del cabello y la lanzara al suelo con fuerza. Amaya tenía veinte años, así que fácilmente podría recoger sus cosas e irse para siempre. Pero había algo que la ataba a esta vida de infierno. Su madre en realidad no era esa mujer que ahora la golpeaba, su madre se transformaba en eso, solamente cuando consumía ese veneno. Así que no podía abandonarla. No luego de todo lo que había sufrido y la razón de su actual estado. —¡Basta, mamá! ¡Basta! —dijo con el labio roto por la cachetada que acababa de darle. —¡Sal inmediatamente y consígueme dinero! —ordenó tajante. Amaya se enderezó, sintiendo que le dolía cada uno de sus huesos. Sabía que no tenía más opción que obedecer, pero la idea de hacer eso iba en contra de todos los principios que tanto intentaba defender. Aun así, salió de la casa sin rumbo aparente. Las lágrimas caían de sus ojos y el dolor punzaba más fuerte con cada segundo que pasaba. Tan pérdida se encontraba en sus pensamientos, que al momento de cruzar la calle no se fijó en el auto que venía a toda velocidad y el cual estuvo a punto de atropellarla. Un pitido fuerte se escuchó y su cuerpo cayó al suelo al instante. El hombre en el interior del auto se bajó sin demora y la tomó en sus brazos. Comprobando entonces que afortunadamente no la había golpeado, pero aun así, la muchacha se encontraba completamente inconsciente. Cumpliendo con su deber, la subió al vehículo y la llevó al hospital más cercano, dónde media hora después, confirmó que había logrado frenar a tiempo y que no le había hecho ningún daño. La razón del desvanecimiento de Amaya se debía a otra cosa. —Parece estar en un estado severo de desnutrición —informó el médico la posible causa—. Pesa muy poco para su estatura y nos acaba de confirmar que no ha ingerido alimentos en todo el día. Damián se quedó mirando al doctor sin comprender del todo la información. A simple vista parecía ser una muchacha sana y fuerte. —Le hemos administrado un suero por vía intravenosa. Ya puede regresar a su casa. Luego de escuchar las palabras del médico, ingresó a la habitación y contempló la figura de la joven, quien se encontraba en la cama firmando los documentos de salida. —Hola —dijo con su voz gruesa e imponente, estremeciéndola en el acto. —Ah, hola —Amaya no lo miró, concentrada en los papeles, solamente le interesaba irse para ver cómo conseguía el bendito dinero—. Gracias por traerme al hospital. Afortunadamente, no pasó nada. —El doctor mencionó que no habías comido en todo el día —contestó Damián, captando finalmente su atención. Amaya se sorprendió al encontrarse con esos grises tan profundos y bellos, era como un mar en calma. Aunque algo en su interior le decía que ese hombre era todo, menos calma. —Yo… eso… no es importante. —Te llevaré a comer algo y luego te regresaré a tu casa. Es lo mínimo que puedo hacer después de casi matarte. —No, no es necesario —trató de negarse. —No hay manera de que desista de esto. Amaya suspiró sabiendo que no se rendiría. Diez minutos después, habían llegado a un departamento cercano, ingresó al lugar con cautela preocupada de que pudiera hacerle algo. «¿Por qué no la llevo a un restaurante?», se preguntó con desconfianza. —Pensé que querías darte un baño —la respuesta llegó al instante. Amaya miró su ropa sucia y se tocó su labio ardiente, recordando la paliza que le había dado su madre. —Mmm sí —acepto la toalla que le ofrecía. “Consígueme dinero”, las palabras de la mujer regresaron a su mente. Sabía que si no llegaba a casa con lo que le había pedido, su estado empeoraría. Amaya se colocó la bata de baño al no encontrar su ropa al alcance luego de bañarse y salió al exterior. —¿Dónde está mi ropa? —preguntó, luego de notar que había desaparecido. —La puse a lavar. —No era necesario —rezongo, sabiendo que ahora le tomaría una hora o dos, irse de ese lugar. «Necesito conseguir ese dinero. Necesito conseguir ese dinero», pensó, sintiendo los nervios y la angustia palpitando en todo su ser. Su trabajo de medio tiempo no estaba dando los frutos necesarios; a pesar de que estaba haciendo ahorros, saltándose comidas, la situación económica en su hogar seguía empeorando. Sin contar con las constantes crisis de su madre, últimamente revivía la muerte de su hermano casi a diario. —¿Qué sucede? —le interrogó el hombre desde la cocina, al notarla temblando. —Casi me atropellaste, así que lo justo será que me pagues —exigió, sin saber muy bien de dónde había surgido esa alocada idea. —Tú misma lo dijiste, “casi” pero no pasó. —No importa. Debes pagarme —ya había empezado con esto, así que no podía retractarse. —¿Qué estás dispuesta a ofrecer? La pregunta la tomó por sorpresa, pero no necesitaba ser muy inteligente para saber a qué se estaba refiriendo. Amaya sostuvo con fuerza el nudo de la bata, un instante antes de soltarlo y dejar caer la prenda al suelo, revelando su desnudez ante los ojos de ese hombre que acababa de conocer.Amaya no podía hacer otra que llorar, mientras estrechaba a sus hijas en sus brazos, con la atenta mirada de Damián clavada a su espalda. Pero ese momento era de ellas y no permitiría que nadie lo interrumpiera o le quitará la magia. Había deseado tanto volver a verlas, había incluso soñado innumerables veces con ese momento y finalmente se estaba cumpliendo. Se sentía como un sueño hecho realidad. —Mamá —balbucearon las niñas, haciendo que su corazón se sintiera a punto de explotar en su pecho. El resto de la visita se dedicó a cepillarles el cabello, mientras les cantaba canciones de cuna que había aprendido en ese tiempo. A sus hijas les gustaban, siempre les había gustado que les cantara. Amaya les dio la merienda, las baño, las cambió de ropa y sintió que el tiempo no había pasado, que su rutina seguía siendo esa; sin embargo, la realidad la golpeó demasiado pronto. —Es hora de que regreses —anunció Damián, rompiendo con el mágico instante. Los ojos de Amaya se humedeciero
Ben desenrolló los brazos de Lara, lentamente. Se sentía extraño e incómodo. Es decir, estaban en medio de la calle, los transeúntes no dejaban de mirarlos, además de que cualquier persona de la oficina podría malinterpretar aquel abrazo. No quería malos entendidos. —Lara —se alejó suavemente—, sigamos. La comida nos espera. La joven asintió varias veces, mientras tomaba distancia. Sus mejillas estaban sonrojadas y era evidente que no quería verlo a la cara. —Oye, está bien, ¿sí? No pasa nada —trató de tranquilizarla. Lara no dijo nada más y el almuerzo transcurrió en un silencio sepulcral. Ben no dejaba de acomodarse el cuello de su camisa, sintiendo un extraño sofoco. Había mucho calor, aunque juraba que el aire acondicionado del local estaba encendido. De repente volvió a mirar a la joven y se dio cuenta de que lo observaba tímidamente desde sus largas y esbeltas pestañas. Era adorable. Muy adorable y muy… rompible. El pensamiento le generó un escalofrío, ¿de dónde se
Lara se sentía muy enojada por la actitud del juez, no sabía que le había hecho a ese sujeto, pero parecía tener algo en su contra, lo cual era completamente ilógico, porque apenas se conocían.—¿Y? ¿Cómo ha ido la audiencia? —preguntó Ben, al cruzarse con la joven en la entrada de la empresa. Era la hora de almuerzo, pero Lara acababa de llegar. Conocía perfectamente el motivo de su retraso, por lo que no le dio ningún tipo de amonestación.—Ha ido mal —murmuró ella, evadiendo su mirada, mientras sus puños se cerraban con fuerza.A Ben no le hizo falta que dijera nada más, ya sabía lo que había sucedido. Se suponía que una cosa así podía pasar, pero si había evitado acompañarla era porque quería que demostrara que no necesitaba depender de nadie para ser una persona capaz de valerse por sí misma, pero ahora, mirándola tan desanimada, comenzaba a considerar que había sido un error no ir con ella. Debió ir y poner en su sitio a todo aquel que se atrevería a menospreciarla. No entendía
Ese día, después de más de un año, volvió a pisar las instalaciones de la universidad. Aquello era parte de los cambios que necesitaba hacer en su vida, para así poder demostrar que era una persona lo suficientemente capaz de cuidar de sus hijas. Adicionalmente, a eso, había conseguido un trabajo de medio tiempo que le permitía amoldar sus horarios. Sin bien las cosas aún no estaban del todo solucionadas, sentía que la vida nuevamente le estaba sonriendo, aunque… al llegar la noche siempre le sucedía lo mismo. El silencio de esa pequeña casa la hacía sentir asfixiada, sentía el deseo de salir corriendo en plena madrugada, pero en lugar de eso, acudía a su nueva amiga: la bebida. Amaya no dejaba de decirse a sí misma que eso no merecía ningún tipo de preocupación, bebía únicamente para despejarse, así que lo tenía perfectamente controlado. Sin embargo, a medida que transcurrían las semanas, sentía la urgencia de adormecer su soledad con un poco más de alcohol. Le resultaba in
Amaya no supo qué sentir cuando regresó a aquella pequeña casa y la encontró completamente vacía, la oscuridad lo bañaba todo y sus ojos se humedecieron al recordar la ausencia de sus hijas. Sus pasos vacilantes hicieron eco en la diminuta estancia, mientras las palabras de Ben se repetían como un mantra. “Tú y yo no tenemos nada más de qué hablar, a menos que el tema en cuestión sea referente al divorcio. Pero te ahorraré la molestia, mis abogados se encargarán de contactarte muy pronto”Ahora sí, de manera oficial, estaba completamente sola. Lo peor del caso era que hasta Isaura se había marchado, no sabía si eso le alegraba o le preocupaba, su madre estaba en un grave estado de drogadicción y no tenía a nadie más a quien recurrir. Lamentablemente, tuvo que reconocer que no podía hacer nada, no se podía ayudar a quien no quería ser ayudado. Con eso en mente se dejó de caer en el suelo, no sin antes haber tomado una botella de licor que Isaura había olvidado. Destapó aquello y
Desde que salió de su departamento supo que esto era una pésima idea, pero lo cierto era que necesitaba dar por finalizado este capítulo en su vida. Amaya seguía siendo su esposa y aunque la quisiera evitar, hasta que no firmarán los benditos papeles, seguía siendo parte de su responsabilidad. Solamente necesitaban acordar el lugar y la fecha para firmar el divorcio. —Ben —susurró ella, al verlo llegar. —Amaya, es tarde. Hay mejores horas y lugares para hablar sobre esto —le contestó secamente—. Pero bueno ya estamos aquí, entonces te agradezco que seas breve. —Yo… sé que mi presencia te incomoda, Ben, pero necesito que me escuches —comenzó, su voz temblorosa producto de los nervios y la posibilidad de un rechazo—. Me comporté muy mal, lo sé, herí tu corazón e hice cosas de las que me arrepentiré siempre, pero por favor, no me juzgues tan duramente. Dame una oportunidad, dame la oportunidad para recuperar lo bonito que nos unió en el pasado.—¿Y qué se supone que fue eso exactamen
Último capítulo