Las luces de la ciudad resplandecían como un océano de estrellas invertidas desde la suite presidencial del Hotel Argenta. En el interior, la habitación olía a perfume caro, a vino tinto derramado sobre sábanas de satén y a sudor tibio de cuerpos que no conocían la lealtad.
Nicolás se recostaba contra el cabecero, el pecho desnudo subiendo y bajando con lentitud. A su lado, Martina estaba envuelta en una de las sábanas, jugando con la copa de vino entre los dedos. —¿Lo soporta? —preguntó ella, sin necesidad de decir el nombre. —¿Quién? —Tu esposa —respondió con obviedad, soltando una risa ligera. Nicolás la miró de reojo, aún sintiendo el ardor de las marcas de sus uñas en la espalda. Tenían sexo como si intentaran destruirse, como si intentaran olvidarse de que no estaban haciendo las cosas bien, y que todo parecía querer irse al infierno. —No le interesa —dijo con frialdad. —Eso no es cierto —murmuró—. He visto cómo te mira con esa cara de mártir resignada, me da asco —Martina bebió un sorbo más—. ¿Por qué simplemente no la dejas? Nicolás no respondió, no porque no supiera la respuesta, sino porque detestaba verbalizarla. Porque no podía decir en voz alta que seguía casado con Sofía por conveniencia, poder y dinero, pero más que todo, por obligación. Martina se levantó y caminó desnuda hacia el baño, su figura perfectamente iluminada por las luces bajas del dormitorio. Nicolás la observó irse, y aunque deseaba seguir creyendo que ella era su única verdad, una sombra de duda le cruzó la mente. ¿Hasta cuándo sería capaz de sostener esa mentira? ☆☆☆☆ Sofía leía en la biblioteca privada de la casa cuando recibió el mensaje, no venía de Nicolás. Él nunca le escribía cuando se iba con Martina, pero sí tenía una red de asistentes y empleados que, a estas alturas, sabían que mantenerla informada era más una medida de cortesía que de lealtad. “Hotel Argenta, habitación 803, hace dos horas” Sofía cerró el libro con cuidado, se levantó sin apuro, cruzó la sala en silencio y subió las escaleras hacia su habitación. En el espejo, su reflejo lucía impecable, maquillaje neutro, labios suaves, cabello perfectamente peinado. Era la esposa trofeo. La mujer de hierro. La mujer ignorada. Abrió el cajón de su tocador, sacó una hoja doblada y la leyó una vez más. Era el contrato matrimonial, dos años, y luego, libertad total. No podía divorciarse antes sin perder beneficios por más que le haya hecho firmar un acuerdo prenupcial a Nicolás, tampoco podía ser infiel, ni mucho menos podía hablar con la prensa. Todo estaba calculado, todo era malditamente asfixiante, y hacía uso de su fuerza para no escapar e irse, pero lo que más la desgastaba no era el trato frío de Nicolás, ni siquiera la humillación pública. Era la forma en que él actuaba como si su dolor no existiera, como si Sofía Cheverri no fuera más que un holograma, una sombra que ocupaba espacio a su lado sin importar. La pequeña esposa sumisa que debía esperar a su marido en casa, mientras que este se revolcaba con su amante en cualquier lugar. Una semana después, en la gala de aniversario del Grupo Torres, los invitados brindaban con champán y música de cuerdas, mientras Sofía caminaba entre ellos con una sonrisa ensayada. Su vestido era un escándalo de elegancia, negro con bordados dorados, de espalda descubierta. Todos la miraban, todos comentaban, pero a pesar de las noticias de infidelidad, Sofía se mantenía firme. Alguien se acercó a ella, era alto, apuesto, un rostro desconocido para muchos, pero para alguien como Sofía, era bastante conocido. —Señora Torres —saludó con una voz profunda—. Qué placer conocerla al fin. —¿Nos conocemos? —preguntó Sofía con educación, aunque su corazón aceleró un poco. —Aún no —sonrió él—. Soy Elías Navarro. Trabajo en desarrollo internacional para Grupo Cheverri. —Así que usted es el nuevo rostro que mi padre ha mencionado tanto últimamente —dijo Sofía alzando una ceja al reconocer el apellido. —Así es —murmuró, mostrando una sonrisa—. Su padre me ha hablado mucho de usted, pero es aún más hermosa de lo que imaginaba. Sofía no supo si aquello era un coqueteo o una provocación, no obstante, y en cualquier caso, no lo detuvo. De repente, sintió curiosidad por él, y por saber que lo había llevado a acercarse. Al menos así podía olvidarse del hombre que debería estar a su lado y que, en ese momento, probablemente estaba en alguna habitación escondida mandando mensajes a su amante. —Gracias por el cumplido, señor Navarro. —Solo digo la verdad —replicó con un gesto galante—. Me gustaría invitarla a almorzar, si el señor Torres lo permite, por supuesto. Sofía rió, una risa baja, seca, que dejaba notar lo roto que comenzaba a estar su corazón debido a su esposo. —No tiene por qué preocuparse por Nicolás, él suele estar ocupado, demasiado ocupado. Y ahí, en esa frase ambigua, estaba la herida. No era una invitación directa, pero era una advertencia sutil de que no todo en ese matrimonio era tan firme como parecía. Elías no dijo nada, simplemente acompañó a Sofía toda la noche, mientras que Nicolás corría hacia el hotel donde se encontraba su amante. No le importó los paparazzis que le sacaron fotos, ni la vergüenza y rabia en el rostro de su abuelo, ni mucho menos como otro hombre quería hacerse paso en la vida de su esposa. Solo le interesaba Martina, y todo lo que tuviera que hacer para poder estar con ella. ☆☆☆☆ Tres días después, Nicolás llegó tarde a casa oliendo a perfume ajeno, tabaco y motel barato, de esos a los que los viejos se llevan a las prostitutas para pasar el rato. —¿Te divertiste? —preguntó Sofía sin levantar la vista del libro. —¿Perdón? —Tu camisa tiene lápiz labial que no es de tu amante, y tampoco es nuevo. Nicolás bufó. —¿Ahora te interesa? —No, pero me molesta lo estúpido que llegas a ser. —¿Estúpido? —Sofía cerró el libro, se levantó y caminó hasta quedar frente a él. —Sí, estúpido —contestó dejando salir su rabia—. No te cuidas, no disimulas, le estás dando de comer a la prensa, a tus enemigos y a los míos; tampoco me molesta que seas infiel, Nicolás —aunque eso me esté matando por dentro—. Me molesta que no sepas hacerlo con clase. Él la observó unos segundos, le fastidiaba verla así, erguida, serena, impecable e irritantemente elegante, como si no pasara nada y su matrimonio no fue solo un fiasco. —No puedes decirme cómo vivir mi vida. —No, pero puedo advertirte —Sofía se acercó, quedando a escasos centímetros de sus labios—, si me haces caer contigo, juro que me encargaré de arrastrarte al maldito infierno. Él apretó la mandíbula, pero no respondió, la miró por breves segundos antes de dar media vuelta, e irse directo a su estudio. Sofía se quedó ahí, sola, sintió un estremecimiento que no era por Nicolás, sino por ella misma. Porque esa furia contenida, junto a sus sentimientos guardados, comenzaban a transformarse en otra cosa. ☆☆☆☆ Para Martina las cosas no le estaban gustando nada, y comenzaba a impacientarse. Ya no solo le bastaba con ser la amante, quería el título, el apellido, y que Sofía desapareciera. Necesitaba que Nicolás hiciera las cosas ahora, ya no quería seguir esperando. —¿Cuánto más vas a esperar? —le preguntó a Nicolás una noche mientras se vestía—. Dijiste que solo eran unos meses, pero simplemente no quiero esperar tanto. —Es un acuerdo legal, no puedo romperlo sin consecuencias —respondió, sintiendo la frustración de su novia. —¿Y si ella se enamora de ti? ¿Y si cambia todo? Yo no quiero perderte. Nicolás rió con amargura. —Sofía no tiene corazón, no siente, es de hielo. Martina no lo creyó, no porque pensara que Sofía sentía, sino porque conocía a Nicolás, y sabía que, por muy frío que pareciera, su mirada empezaba a nublarse cada vez que hablaba de ella. Sin embargo, solo esperaba esa confirmación para rematar todo, y así poder casarse con Nicolás para obtener aquello que siempre debió tener. El tiempo comenzó a pasar lento, y para el tercer mes de matrimonio, las cosas cambiaron drásticamente, y Sofía ya contaba seis amantes distintos, todos confirmados; siendo algunos públicos, y otros discretos, con Martina como figura recurrente, quien ya había puesto su parte del plan en marcha. Primero iba a deshacerse de Sofía, y luego de esas amantes que Nicolás comenzó a tener. Sin embargo, lo que ninguno de los dos sabía, ni podía comprender, era que Sofía ya iba un paso más adelante de ellos recolectando la información suficiente para usar a su favor. Porque si iba a sobrevivir dos años de traición, no pensaba hacerlo como víctima, lo haría como una estratega que se llevaría a quien sea con ella. Y tomaría cada infidelidad, como otra ficha nueva en el tablero que poco a poco empezaba a construir.