Las cosas en la Mansión Torres se habían vuelto más tensas de lo normal. Esa misma noche, Nicolás regresó, borracho, agotado, rabioso, y la encontró a Sofía en el invernadero, regando las orquídeas que ella misma había plantado semanas atrás.
La observó detenidamente, buscaba algo en ella que le resultaba atractivo, pero no podía pasar de la serenidad que la rodeaba; y se sintió frustrado por eso.
—¿Qué hacés? —preguntó él, con voz ronca.
—Lo que se hace cuando todo arde —respondió sin mirarlo—. Cuidar lo que todavía está vivo.
Nicolás no supo qué decir, por primera vez no sentía superioridad, sino miedo. Miedo de que Sofía ya no fuera la mujer que podía aplastar sin consecuencias, y su mundo cambiara por completo.
Entre la sombra del umbral, Adrián observaba desde el coche. Había venido a dejar un sobre con documentos para ella, pero no se atrevió a interrumpir por más que su mente le gritara que lo hiciera.
Sofía ya no estaba sola, y muy pronto, Nicolás iba a descubrirl