SI QUIERES EL MUNDO

SI QUIERES EL MUNDOES

Romance
Última actualización: 2025-08-28
ROWAN S.  Recién actualizado
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Resumen
Índice

El destino puede ser cruel, y el amor, traicionero. Darian Blackthorne cargaba con un dolor que creía insuperable: la pérdida de su familia en un trágico accidente que él mismo, sin saberlo, había provocado años atrás. Cuando descubre que Evelyn Moreau, una mujer misteriosa y audaz, estaba relacionada con aquel incidente, decide acercarse a ella de la manera más peligrosa: casarse con ella para vengarse. Pero el corazón no entiende de planes. Lo que comienza como un juego de manipulación y rencor se transforma en deseo, en pasión imposible de controlar y en un amor que amenaza con destruir todas sus barreras. Entre secretos que salen a la luz y oscuros misterios del pasado, Darian y Evelyn tendrán que decidir si el odio que los unió puede convertirse en un amor que los salve… o si ambos están condenados a destruirse mutuamente. "Si quieres el mundo, lo pongo a tus pies… pero recuerda: eres mía, para siempre."

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Capítulo 1

1

El champán burbujeaba en las copas de cristal como pequeñas estrellas líquidas. La orquesta interpretaba una melodía suave que se deslizaba entre los invitados como una caricia invisible. Darian Blackthorne observaba el espectáculo desde una esquina del salón, con una copa intacta en la mano y la mirada fija en la nada. Detestaba estas galas, estos rituales de la alta sociedad donde las sonrisas ocultaban intenciones y las palabras amables eran monedas de cambio.

—Blackthorne, pensé que no vendrías —la voz de Richard Harrington, su socio comercial, lo arrancó de sus pensamientos—. Llevas dos años rechazando todas las invitaciones.

Darian esbozó una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—Digamos que tenía asuntos pendientes esta noche.

Asuntos pendientes. Qué forma tan elegante de describir la obsesión que lo había consumido durante los últimos cinco años. La investigación que finalmente había dado frutos, revelándole el nombre que buscaba: Evelyn Moreau. La mujer cuya familia estaba conectada con el accidente que había destrozado su vida.

—¿Has visto a la nueva directora de la Fundación Moreau? —preguntó Richard, señalando discretamente hacia el otro lado del salón—. Dicen que ha revolucionado la organización en apenas seis meses.

El tiempo pareció detenerse cuando Darian la vio por primera vez.

Evelyn Moreau se movía entre los invitados con la gracia de una bailarina. Un vestido de seda azul noche se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel, cayendo en suaves ondas hasta el suelo. Su cabello castaño oscuro estaba recogido en un elegante moño que dejaba al descubierto la delicada curva de su cuello. Pero fueron sus ojos los que capturaron a Darian: profundos, intensos, del color del ámbar bajo la luz de las arañas de cristal.

—Es impresionante, ¿verdad? —continuó Richard, ajeno al torbellino que se había desatado en el interior de Darian—. Heredó la fundación tras la muerte de sus padres. Toda una tragedia.

Tragedia. La palabra resonó en la mente de Darian como un eco perverso. ¿Qué sabía ella de tragedias? ¿Qué sabía del dolor de perder a una esposa y a una hija de cinco años en un accidente que él mismo había provocado sin saberlo?

—Preséntamela —ordenó más que pidió, con una voz que no reconoció como propia.

Richard lo miró sorprendido.

—Vaya, parece que la bella Evelyn ha despertado al lobo solitario —bromeó, pero algo en la expresión de Darian lo hizo callar—. Claro, vamos.

Atravesaron el salón como si fuera un campo de batalla. Cada paso que daba Darian lo acercaba más a su objetivo, a la mujer que representaba todo lo que había perdido. La rabia y el dolor se mezclaban en su pecho con algo más, algo que se negaba a reconocer.

—Señorita Moreau —saludó Richard cuando llegaron junto a ella—. Permítame presentarle a Darian Blackthorne, CEO de Blackthorne Industries.

Evelyn se volvió hacia ellos, y por un instante, Darian creyó ver un destello de reconocimiento en sus ojos. Imposible. Ella no podía saber quién era él realmente, lo que había sucedido años atrás.

—Señor Blackthorne —su voz era suave pero firme, como terciopelo sobre acero—. He oído hablar mucho de usted. Su reputación lo precede.

—Espero que haya oído cosas buenas —respondió él, tomando su mano para besarla suavemente.

El contacto fue como una descarga eléctrica. Sus miradas se encontraron y algo primitivo, salvaje, se agitó en el interior de Darian. Odio, sí, pero también un deseo inesperado que lo golpeó con la fuerza de un huracán.

—He oído que es usted implacable en los negocios —respondió ella, retirando su mano con deliberada lentitud—. Y que rara vez asiste a eventos como este.

—Digamos que esta noche tenía una razón especial para venir.

Richard, percibiendo la tensión entre ambos, se excusó para saludar a otro invitado, dejándolos solos en medio de la multitud.

—¿Y cuál sería esa razón especial, señor Blackthorne? —preguntó Evelyn, con una media sonrisa que desafiaba su compostura.

—Usted —respondió él sin rodeos—. Su fundación está haciendo un trabajo interesante. Me gustaría conocer más sobre sus... proyectos.

Evelyn lo estudió con una mirada que parecía atravesarlo, como si pudiera ver más allá de sus palabras.

—Nuestra principal misión es ayudar a las víctimas de accidentes de tráfico —explicó ella—. Especialmente a los niños que han perdido a sus padres.

El golpe fue certero, directo al corazón. Darian sintió que le faltaba el aire. ¿Era posible que ella supiera? ¿Que estuviera jugando con él?

—Una causa noble —logró decir, manteniendo el control—. ¿Qué la llevó a dedicarse a ello?

Una sombra cruzó el rostro de Evelyn, tan fugaz que cualquier otro la habría pasado por alto. Pero Darian había estudiado cada detalle sobre ella durante meses.

—Experiencia personal —respondió simplemente—. A veces, señor Blackthorne, los accidentes no son tan accidentales como parecen.

La música cambió a un vals. Sin darle tiempo a responder, Darian tomó su mano.

—¿Me concedería este baile, señorita Moreau?

Ella dudó un instante, como si librara una batalla interna, antes de asentir.

—Por supuesto.

La condujo hasta la pista de baile y colocó una mano en su cintura. El contacto, incluso a través de la tela del vestido, envió oleadas de calor por todo su cuerpo. La atrajo hacia sí más de lo que dictaba la etiqueta, lo suficiente para sentir su respiración acelerada.

—¿Siempre es tan directo con las mujeres que acaba de conocer? —preguntó ella mientras se deslizaban al ritmo de la música.

—Solo con las que me interesan —respondió él, inclinándose ligeramente para que sus palabras rozaran su oído—. Y usted, señorita Moreau, me interesa mucho.

Evelyn se tensó en sus brazos, pero no se apartó.

—¿Y por qué le intereso tanto? Apenas nos conocemos.

Darian la hizo girar con elegancia antes de volver a atraerla hacia sí, esta vez aún más cerca.

—Porque hay algo en usted que me resulta... familiar. Como si estuviéramos destinados a encontrarnos.

Una risa suave escapó de los labios de Evelyn, pero no había humor en ella.

—No me diga que cree en el destino, señor Blackthorne.

—Creo en las deudas pendientes —respondió él, con una intensidad que borró la sonrisa de ella—. Y en que todo en esta vida se paga, tarde o temprano.

La música terminó, pero ninguno de los dos se movió. Permanecieron así, atrapados en un momento suspendido entre el pasado y el futuro, entre el odio y algo más peligroso que comenzaba a crecer.

—Ha sido un placer conocerlo, señor Blackthorne —dijo finalmente Evelyn, rompiendo el hechizo—. Pero me temo que debo atender a otros invitados.

Antes de que pudiera alejarse, Darian tomó su mano.

—Cene conmigo mañana.

No era una pregunta, sino una orden apenas disfrazada. Evelyn lo miró con una mezcla de sorpresa y algo más, algo que parecía desafío.

—¿Por qué debería?

—Porque está tan intrigada por mí como yo por usted —respondió él, acercándose hasta que sus labios casi rozaron su oído—. Y porque ambos sabemos que hay algo más entre nosotros que una simple conversación en una gala.

Evelyn se apartó, pero Darian pudo ver el ligero temblor de sus manos, el pulso acelerado en su cuello.

—Mañana a las ocho —concedió finalmente—. Mi asistente le enviará la dirección.

Se alejó entre la multitud, dejando tras de sí el sutil aroma a jazmín y un vacío que Darian no esperaba sentir. La observó mientras saludaba a otros invitados, sonriendo con una calidez que no había mostrado con él.

En ese momento, mientras la veía moverse con gracia por el salón, Darian supo que su plan funcionaría. Se acercaría a ella, ganaría su confianza, y luego, cuando estuviera completamente rendida, le haría pagar por todo. La destruiría como la familia Moreau había destruido la suya.

Pero había algo más, algo que no había anticipado: el deseo que ardía en su interior, la atracción innegable que sentía hacia la mujer que debía odiar. Y en sus ojos, en esos ojos color ámbar que lo habían mirado con tanta intensidad, había visto algo que lo desconcertaba.

Conocimiento. Como si ella también guardara secretos. Como si, de alguna manera, supiera exactamente quién era él y por qué había venido.

Darian apuró su copa de champán de un solo trago. El juego acababa de comenzar, y él estaba dispuesto a arriesgarlo todo para ganar.

Incluso si eso significaba perder lo poco que quedaba de su alma.

  

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