Sofía miraba la ciudad desde el ventanal de su habitación. Era una tarde serena, de esas que invitan a pensar, después de que las últimas semanas fueron un huracán. Sin embargo, algo en su interior comenzaba a asentarse como si, al fin, después de tanta guerra interna, empezara a respirar con libertad.
Había dejado de lado el pasaporte, los planes de fuga, y la angustia de correr. Por primera vez, se sentía lo bastante fuerte como para quedarse sin sentirse prisionera de un matrimonio que no duró lo suficiente.
En su calma, un mensaje le llegó.
Adrián: “¿Te gustaría cenar conmigo esta noche? No es nada formal. Solo nosotros dos, y algo que no sepa a rutina.”
Sofía dudó apenas unos segundos antes de responder.
“Sí, me encantaría.”
***
La cena fue en un restaurante de luces tenues y aroma a romero; Adrián llegó puntual, con una chaqueta gris oscura y ese modo de estar presente sin imponerse. Sofía lo notó más silencioso que otras veces, pero no incómodo. El silencio en el que se encont