(Alessandro)
El sol todavía no había terminado de acomodarse sobre el horizonte cuando mis ojos se abrieron. No sé qué me despertó primero: si la costumbre o el sonido suave de su respiración. Isabella estaba acurrucada hacia mi lado, su cabello desordenado sobre la almohada, y por un instante me quedé simplemente mirándola.
La quietud de la mañana tenía un efecto extraño sobre mí. Antes, en mi vida, no había espacio para esto… ni para nadie. Y sin embargo, allí estaba ella, durmiendo en mi cama como si siempre hubiera pertenecido a ese lugar.
Cuando Isabella parpadeó y me encontró observándola, sonrió con esa expresión suave que me desarma más de lo que debería.
—Buenos días… —susurró.
No dije nada. Solo la tomé suavemente por la cintura y la acerqué más a mí.
Se acomodó sin protestar, como si ya entendiera el lenguaje silencioso que existe entre nosotros. Acaricié su espalda, lento, sintiendo cómo su piel reaccionaba bajo mis dedos.
—Ven aquí —murmuré, tirando de ella para sentarla s