Desperté con la luz suave entrando por la ventana, pero lo primero que sentí no fue la claridad del día… sino la respiración tibia de Alessandro, rosando mi hombro. No estaba acostumbrada a verlo dormir tan profundamente; normalmente él se levantaba antes que yo, silencioso, estratégico, puntual. Pero esa mañana lo tenía ahí, a centímetros, con el cabello ligeramente desordenado y las sombras bajo sus ojos suavizadas por el sueño.
Me quedé observándolo, tratando de grabarme la imagen.
Había algo en él que pocas personas veían: esa calma vulnerable que solo aparecía cuando bajaba las defensas. Y, aunque jamás lo admitiría, me encantaba ser la única con acceso a ese lado suyo.
Sin embargo, cuando su respiración cambió y sus ojos se abrieron lentamente, sentí un pequeño latigazo en el pecho. Se despertó mirándome directamente, como si ya supiera que lo estaba observando.
—Buenos días —murmuró con la voz ronca, esa voz que siempre me hacía estremecer.
—Buenos días —respondí, intentando so