Dos días.Eso era todo el tiempo que tenía antes de que mi vida cambiara para siempre.Desde que la abuela de Alessandro pronunció esas palabras —"Quiero que se casen"— mi mundo dejó de girar igual. Todo era un torbellino: llamadas, documentos, pruebas médicas, firmas y más firmas. Y, aun así, lo más difícil todavía estaba pendiente: decírselo a mi madre.No podía decirle la verdad.Si lo hacía, se preocuparía… y lo último que necesitaba era verla más frágil de lo que ya estaba.Respiré hondo antes de entrar en la casa. El olor a té de manzanilla llenaba el aire, y el sonido del televisor llegaba desde la sala, donde Mateo, mi hermano, estaba viendo dibujos animados. Mi madre estaba sentada en el sillón, con una manta cubriéndole las piernas y una sonrisa débil en el rostro.Me acerqué lentamente.—Mamá… —dije en voz baja, tratando de sonar tranquila.Ella me miró con curiosidad, notando que algo pasaba.—¿Qué ocurre, Isa? Tienes esa cara… la misma que ponías cuando rompías un jarrón
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