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El lado oscuro del amor
El lado oscuro del amor
Por: Evelin
capitulo 1 — La llamada que lo cambió todo.

El cansancio me aplastaba como nunca antes. Tres trabajos, largas horas de pie, pedidos que no podían esperar… y, aun así, estaba aquí, sosteniendo mi diploma con manos temblorosas. Hoy debía estar feliz. Era mi graduación. Pero la felicidad se sentía distante, casi imposible.

Quería darles una vida mejor a mis hermanos y a mi madre. Soñaba con verla sana, con verla sonreír otra vez. Pero los sueños cuestan… y la vida no espera.

Entre risas y fotos con mis compañeros, mi teléfono vibró. Número desconocido. Lo ignoré. Volvió a vibrar. Contesté, con el corazón inquieto.

—¿La señorita Isabella Martínez? —preguntó una voz femenina, firme pero cargada de urgencia.

—Sí… soy yo —respondí, sintiendo un vacío abrirse en mi estómago.

—Le hablamos del hospital San Rafael. Su madre acaba de ser ingresada. Necesita atención inmediata. Por favor, ¿puede venir?

El mundo dejó de girar. No recuerdo cómo salí del lugar, ni cómo llegué al hospital. Solo recuerdo el ruido ensordecedor de mis propios pensamientos.

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El hospital olía a desinfectante y malas noticias. Corrí hasta el mostrador, di mi nombre y una enfermera me llevó por pasillos interminables. Mi madre estaba allí, conectada a máquinas, pálida… tan frágil que parecía de cristal.

—Su presión ha bajado y los síntomas del cáncer de seno han empeorado —dijo la enfermera con voz suave, pero llena de compasión—. Necesitamos iniciar tratamientos de inmediato.

Me quedé helada. No tenía dinero. Ni siquiera sabía cómo íbamos a comer mañana.

Salí al pasillo intentando contener las lágrimas. Pero, al doblar una esquina, choqué con alguien.

—Lo siento —susurré, con la voz rota.

Un hombre alto, de traje impecable, se detuvo frente a mí. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos: fríos, calculadores, casi peligrosos.

—Sígueme la corriente —dijo en voz baja, con un tono que no dejaba espacio para negarse.

Fruncí el ceño, confundida, pero antes de poder preguntar, lo vi acercarse a una mujer mayor que se aproximaba. Era elegante, imponente, con un aura que imponía respeto.

El hombre rodeó mi cintura con firmeza.

—Abuela, ella es mi novia —dijo con seguridad.

Mi cerebro se apagó. Ni siquiera sabía su nombre. La mujer me observó de arriba abajo, como si intentara descifrarme en segundos.

—Isabella —murmuré, tragando saliva—. Soy Isabella.

La abuela sonrió, aunque había algo extraño en esa sonrisa.

—Así que tú eres la chica… Encantada de conocerte, querida. —Luego giró hacia el hombre—. Alessandro, quiero que hables con tu “novia”. Tengo planes para ustedes.

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Diez minutos después, Alessandro me llevó a un rincón apartado del hospital. Sus manos estaban en los bolsillos, pero sus ojos seguían fijos en mí, intensos, calculadores.

—Te explicaré rápido, Isabella —dijo con voz baja—. Para mi familia y para el mundo, necesito que finjas ser mi novia. Solo es… un trabajo. Nada más.

—¿Trabajo? —repetí, incrédula—. Ni siquiera te conozco.

—No importa —replicó, firme—. No te estoy pidiendo amor ni cariño. Solo que actúes.

Lo miré, intentando leerlo.

—¿Y qué gano yo con esto?

Se inclinó hacia mí, susurrando lo suficiente para que solo yo pudiera escucharlo:

—Dinero. Mucho dinero.

Pensé en mi madre, en las facturas, en todo lo que no podía pagar. Sabía que era una locura… y aun así, dije lo impensable:

—Sí… acepto.

No sabía que en ese instante… había sellado mi destino.

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La abuela de Alessandro insistió en vernos de nuevo dos días después. Y fue ella quien, con total naturalidad, dejó caer la bomba:

—Quiero que se casen. Por el civil, primero.

Abrí la boca para protestar, pero Alessandro me lanzó una mirada rápida que decía: “Confía en mí. Solo actúa.”

—Claro, abuela —respondió él con calma.

Mi corazón martillaba. No entendía nada… y, sin embargo, asentí.

Lo que no sabía era que Alessandro Moretti no era solo un empresario atractivo.

Era mucho más. Mucho más peligroso.

Y yo… acababa de convertirme en su presa.

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