Narrado en tercera persona.
La ceremonia había concluido sin demasiadas emociones, tal como estaba previsto. Isabella sentía la formalidad de aquel matrimonio más que cualquier alegría; Alessandro, como siempre, mantenía su compostura seria y distante. Tras los aplausos y las fotos oficiales, Isabella se retiró a cambiarse de vestido. El largo vestido blanco, fue reemplazado por uno más ligero y práctico: un diseño color champagne, con una falda fluida que se movía con suavidad al caminar y un escote discreto que mantenía la elegancia, ideal para moverse con facilidad durante el baile. Cuando regresó al salón, Alessandro ya la esperaba. Tomados de la mano, comenzaron el baile. Los movimientos eran medidos, precisos, sin emoción más allá de la cortesía que exigía el evento. La música llenaba el salón, pero para Isabella era solo un ruido de fondo mientras cumplía con su papel. La tela de su vestido se movía con cada giro, y los invitados no podían evitar admirar la fluidez de sus pasos, aunque la mirada de Isabella permanecía seria, distante. Al terminar el baile, ambos se dirigieron a saludar a los invitados. Sonrisas formales, palabras educadas, apretones de manos: todo medido con cuidado. La velada transcurría según el protocolo… hasta que apareció ella. Luciana hizo su entrada con una elegancia que no pasó desapercibida. Rubia, con el cabello liso cayendo sobre sus hombros, y unos ojos canela claros que brillaban con determinación, llevaba un vestido verde esmeralda ceñido al cuerpo, con un escote en V sutil y una falda larga que rozaba apenas el suelo. Su presencia irradiaba seguridad, y su sonrisa, aunque cordial, tenía un dejo de desafío que inmediatamente captó la atención de Isabella. Luciana se acercó con paso firme, saludando primero a Alessandro. —Hola, Alessandro —dijo, con voz clara y pausada—. Soy Luciana, encantada de conocerte. No estoy segura si tu… esposa me conoce. Isabella parpadeó, sorprendida. No la conocía. Se quedó un momento evaluándola, sin saber muy bien cómo responder, mientras Luciana extendía la mano con educación. —Ah… mucho gusto —dijo finalmente Isabella, estrechando la mano de la mujer—. Yo… soy Isabella. —Un placer, Isabella —respondió Luciana, su sonrisa cálida pero controlada—. He escuchado algunas cosas sobre ti, y debo decir que es interesante verte en persona. Alessandro observaba la interacción en silencio, como siempre medido y distante. Isabella notó cómo Luciana la miraba con atención, evaluando cada gesto, cada expresión, y sintió un leve hormigueo de incomodidad en el estómago. —Bueno… quería saludarlos y felicitarte, Alessandro —continuó Luciana—. Espero que todo esté… yendo según lo planeado. —Sí, todo según lo planeado —respondió Alessandro con neutralidad—. Gracias por venir. Luciana giró ligeramente hacia Isabella, con una mirada directa y un pequeño toque de curiosidad en la voz: —Espero que no te importe que la ex de tu esposo se acerque. Solo quería presentarme y decir… que las cosas cambian, ¿no? —No, claro que no —respondió Isabella, manteniendo la calma, aunque la tensión crecía—. Es… bueno, un gusto conocerte. Luciana sonrió una vez más, y tras unos segundos de silencio cargado, se despidió con un gesto elegante y se alejó, dejando detrás de sí una sensación de tensión difícil de ignorar. Isabella respiró hondo, tratando de recomponerse mientras continuaba saludando a los invitados, consciente de que aquel matrimonio formal y calculado no estaba exento de pequeñas complicaciones. Con los saludos finalizados y Luciana ya distante, la velada llegaba a su fin. Isabella se dirigió hacia la luna de miel, lista para cumplir con la siguiente etapa de aquel matrimonio contractual, mientras su madre y su hermano partían hacia la nueva casa, cada uno desempeñando su papel en aquel acuerdo cuidadosamente planificado.