El amor nunca fue parte del plan de Ethan Cross. Ex sicario marcado por una infancia en el infierno, arrancado de un psiquiátrico cuando era apenas un niño y moldeado a golpes por un asesino que lo convirtió en su arma perfecta. Ahora, tras perder a la única mujer que amó y con su hijo desaparecido, vive solo para una cosa: venganza. Su vida entera se reduce a una lista de nombres que deben arder en sangre. Pero el destino lo cruza con Valeria Kane, una mujer tan letal como hermosa, hija de un imperio corrupto y arrastrada a la misma oscuridad que consume a Ethan. Ella también quiere destruir al hombre que lo arruinó todo… y juntos, descubren que son dinamita pura: odio, deseo y peligro mezclados en una misma llama. Entre balas y secretos, la pasión se vuelve inevitable. Pero en un mundo donde la lealtad es una mentira y el amor una debilidad mortal, deberán elegir: ¿serán el arma que se destruye entre sí… o la fuerza que arrasa con todos? Porque en la oscuridad, incluso el amor más prohibido puede convertirse en la venganza más letal.
Ler maisEl humo del cigarrillo se elevaba en espirales perezosas, difuminándose contra el techo descascarado de aquella habitación de motel. Ethan Cross observaba ese baile grisáceo con ojos vacíos, inmóviles, como si en aquellas volutas pudiera leer el pasado que lo perseguía y el futuro que estaba a punto de desatar.
Cinco años. Mil ochocientos veinticinco días exactos desde que el mundo que había intentado construir se derrumbó entre sus manos. Desde que encontró a Claire con los ojos abiertos, fijos en la nada, y la sangre formando un halo escarlata alrededor de su cabello dorado. Desde que descubrió la cuna vacía de Noah.
Se incorporó del colchón desvencijado y caminó hacia la ventana. Las luces de Manhattan parpadeaban en la distancia como estrellas artificiales, ajenas al infierno que bullía dentro de él. Nueva York. La ciudad donde todo había comenzado y donde todo terminaría.
Apagó el cigarrillo contra el alféizar y contempló la marca rojiza que quedó en su piel. El dolor apenas lo registró. Hacía mucho que su cuerpo había aprendido a catalogar el sufrimiento en categorías, y aquello no era más que un susurro comparado con los gritos que había soportado.
—Veinticuatro horas —murmuró para sí mismo, mientras abría el maletín negro sobre la cama.
El interior, forrado de espuma negra, revelaba el abrazo metálico de una Glock 19, dos cargadores adicionales, un cuchillo táctico y varios documentos plastificados. Sus dedos, marcados por cicatrices antiguas, acariciaron el frío metal del arma con la familiaridad de un amante.
*"El arma es una extensión de ti mismo, niño. No la sostienes. La sientes."*
La voz de Víctor Krane resonó en su memoria como un eco venenoso. El hombre que lo había sacado del psiquiátrico cuando apenas tenía doce años. El monstruo que había transformado a un niño roto en una máquina de matar.
Ethan cerró los ojos y los recuerdos lo asaltaron sin piedad.
***
*El sótano olía a humedad y a algo más, algo metálico y dulzón que el pequeño Ethan aún no sabía identificar como sangre. La luz parpadeante del fluorescente proyectaba sombras danzantes sobre las paredes de concreto.*
*—Otra vez —ordenó Krane, su voz un látigo invisible.*
*Los brazos de Ethan temblaban por el esfuerzo. Llevaba horas sosteniendo la posición, el arma apuntando al maniquí. El sudor le escocía en los ojos, mezclándose con las lágrimas que se negaba a derramar.*
*—No puedo más —susurró.*
*El golpe llegó tan rápido que ni siquiera lo vio venir. Su mejilla ardió bajo el impacto de los nudillos de Krane.*
*—El dolor es debilidad abandonando tu cuerpo —recitó el hombre, inclinándose hasta que su aliento a whisky y tabaco envolvió a Ethan—. Y tú no serás débil. No te lo permitiré.*
*Ethan volvió a levantar el arma, ignorando el temblor de sus músculos. Esta vez, cuando disparó, la bala atravesó limpiamente el centro de la diana.*
*—Mejor —concedió Krane con una sonrisa que nunca alcanzó sus ojos—. Ahora, hazlo cincuenta veces más.*
***
El recuerdo se disipó como niebla bajo el sol. Ethan se pasó una mano por el rostro, sintiendo la aspereza de la barba de tres días. En el espejo del baño, un desconocido le devolvió la mirada: ojos grises como acero templado, una cicatriz fina que partía su ceja izquierda, facciones endurecidas por años de vigilancia constante.
Se duchó metódicamente, dejando que el agua caliente lavara los restos de su pasado, al menos momentáneamente. Después, se vistió con precisión militar: pantalones negros, camisa oscura, chaqueta de cuero que ocultaba perfectamente la pistolera. Nada llamativo. Nada memorable. Un fantasma entre los vivos.
A las 19:45, abandonó la habitación del motel con el maletín en la mano. El Audi negro que había adquirido con documentación falsa lo esperaba en el estacionamiento. Dentro del vehículo, desplegó sobre el asiento del copiloto una carpeta con fotografías y documentos.
El rostro de Lawrence Blackwood, CEO de Blackwood Enterprises, le devolvió la mirada desde una imagen tomada en alguna gala benéfica. Sonrisa perfecta, traje impecable, ojos que reflejaban la seguridad de quien se sabe intocable. El primer nombre en su lista. El primero que pagaría.
Condujo hasta el distrito financiero, donde las torres de cristal se elevaban como monumentos a la avaricia humana. Estacionó a tres manzanas del edificio Blackwood y esperó. La paciencia era otra lección que Krane le había inculcado a golpes.
A las 21:17, la figura de Lawrence Blackwood emergió por las puertas giratorias, flanqueado por dos guardaespaldas. Ethan lo observó a través de unos prismáticos, estudiando sus movimientos, la cadencia de sus pasos, la falsa confianza en su postura.
—Te tengo —murmuró.
En ese momento, como si hubiera sentido el peso de aquella mirada depredadora, Blackwood se detuvo y miró alrededor, un escalofrío visible recorriendo su cuerpo. Pero no vio nada. No podía ver al verdugo que acechaba entre las sombras.
Ethan regresó al motel cuando la medianoche ya había pasado. Se sentó al borde de la cama y extrajo de su billetera una fotografía desgastada por el tiempo y los pliegues. Un bebé de ojos claros y sonrisa desdentada lo miraba desde el papel. Noah. Su hijo. La única luz que había existido en su vida de oscuridad.
Con dedos que ahora temblaban por una emoción que se permitía sentir solo en la más absoluta soledad, acarició el rostro de la fotografía.
—Voy a encontrarte —prometió en un susurro ronco—. Y todos los que te apartaron de mí pagarán con sangre.
Guardó la fotografía y sacó su libreta negra. Con pulso firme, trazó una X junto al nombre de Lawrence Blackwood. La cacería había comenzado. Y esta vez, como había aprendido en el infierno de su infancia, no habría compasión.
El verdugo había regresado.
# CAPÍTULO 5## EL TRATO IMPOSIBLELa sangre seca formaba un mapa irregular en el suelo de baldosas. Ethan observaba las manchas rojizas mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo, diluyéndose en espirales que desaparecían por el desagüe. No toda la sangre era suya. Cerró los ojos bajo la ducha del apartamento franco, un refugio anónimo en el decimoquinto piso de un edificio sin portero ni cámaras de seguridad.Apoyó la frente contra los azulejos fríos. El contraste con el agua hirviendo le provocó un escalofrío que recorrió su columna vertebral, despertando el dolor de las heridas recientes. Tres costillas magulladas. Un corte profundo en el hombro izquierdo que había suturado él mismo con hilo dental y una aguja esterilizada con vodka barato. La rutina de siempre.Cuando salió del baño con una toalla anudada a la cintura, la encontró sentada junto a la ventana. Valeria Kane observaba la ciudad nocturna como quien contempla un tablero de ajedrez, calculando movimientos. La luz de
El bar "El Último Refugio" era exactamente lo que su nombre prometía: un agujero olvidado donde los hombres iban a desaparecer. Valeria Kane empujó la puerta desvencijada, y el olor a whisky barato y cigarrillos la golpeó como una bofetada. La luz mortecina apenas iluminaba las mesas dispersas donde sombras con forma humana ahogaban sus secretos en vasos sucios.Lo encontró de inmediato. No necesitaba buscarlo demasiado. Ethan Cross destacaba incluso cuando intentaba pasar desapercibido. Había algo en su quietud que resultaba más amenazante que cualquier movimiento brusco. Estaba sentado en la barra, de espaldas a la pared, con una vista perfecta de la entrada. Clásico de alguien que espera que vengan a matarlo en cualquier momento.Valeria se ajustó la chaqueta de cuero, sintiendo el peso reconfortante de la Beretta 92 en la funda axilar. Sus tacones resonaron sobre el suelo pegajoso mientras avanzaba. Notó cómo la mirada de Ethan se clavaba en ella antes incluso de que girara la cab
El Vórtice era exactamente lo que su nombre sugería: un remolino de excesos donde la élite de la ciudad se hundía cada noche. Ubicado en el subsuelo de un antiguo edificio industrial, el club clandestino operaba bajo la protección de quienes debían perseguirlo. Ethan observó la fachada desde su auto, un sedán negro sin matrícula rastreable. La lluvia golpeaba el parabrisas, distorsionando las luces de neón que marcaban la entrada discreta.Revisó su arma, una Glock 19 con silenciador, y la guardó en la funda bajo su chaqueta. No planeaba usarla. No esta noche. Las armas de fuego dejaban demasiada evidencia, y él prefería métodos más sutiles. En el bolsillo interior llevaba una jeringa con una mezcla letal que simulaba un paro cardíaco. Muerte natural. Sin preguntas.Adrián Montero. Primer nombre en su lista. Juez de la Corte Suprema, respetado en público, corrupto en privado. El hombre que había firmado la orden que permitió a La Organización sacarlo del psiquiátrico cuando tenía doce
El vestido negro se deslizaba como tinta sobre su piel. Valeria Kane se miró al espejo una última vez, ajustando el collar de diamantes que descansaba sobre su clavícula. No era un adorno; era un recordatorio. Cada piedra brillante representaba un año de su vida bajo el yugo de su padre, Victor Kane.La suite del Hotel Monarch ofrecía una vista panorámica de la ciudad que su familia pretendía poseer. Las luces nocturnas parpadeaban como estrellas caídas, atrapadas en el concreto y el acero. Valeria tomó un sorbo de whisky, dejando que el líquido ámbar quemara su garganta. Esta noche, como tantas otras, interpretaría su papel: la hija devota, la heredera perfecta, la princesa del imperio Kane.Una mentira exquisitamente elaborada.El teléfono vibró sobre la cómoda de mármol."La limosina espera, señorita Kane."Valeria deslizó el arma compacta en su bolso de diseñador. En el mundo de su padre, incluso las princesas necesitaban colmillos.***El salón privado del Club Ónix rebosaba de p
El humo del cigarrillo se elevaba en espirales perezosas, difuminándose contra el techo descascarado de aquella habitación de motel. Ethan Cross observaba ese baile grisáceo con ojos vacíos, inmóviles, como si en aquellas volutas pudiera leer el pasado que lo perseguía y el futuro que estaba a punto de desatar.Cinco años. Mil ochocientos veinticinco días exactos desde que el mundo que había intentado construir se derrumbó entre sus manos. Desde que encontró a Claire con los ojos abiertos, fijos en la nada, y la sangre formando un halo escarlata alrededor de su cabello dorado. Desde que descubrió la cuna vacía de Noah.Se incorporó del colchón desvencijado y caminó hacia la ventana. Las luces de Manhattan parpadeaban en la distancia como estrellas artificiales, ajenas al infierno que bullía dentro de él. Nueva York. La ciudad donde todo había comenzado y donde todo terminaría.Apagó el cigarrillo contra el alféizar y contempló la marca rojiza que quedó en su piel. El dolor apenas lo r
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