Me desperté con la luz suave de la mañana colándose por las cortinas, sintiendo que la casa estaba más silenciosa de lo habitual. Alessandro no estaba a mi lado, y por un instante un cosquilleo recorrió mi estómago. Pero me obligué a ponerme de pie y a centrarme en mí misma. La ducha caliente me ayudó a despejar la mente; el vapor abrazaba mi cuerpo y, por unos minutos, me dejé envolver por la calidez, cerrando los ojos y recordando los instantes de la noche anterior.
Me vestí con cuidado, eligiendo un conjunto cómodo pero elegante, porque aunque la rutina matutina parecía normal, algo en el aire me hacía consciente de cada detalle. Bajé las escaleras y encontré a Alessandro sentado en el comedor, con su café y el periódico abierto. Su presencia tenía un efecto en mí que no podía negar: el corazón se me aceleraba, y una parte de mí ansiaba que me mirara, que me hablara.
—Buenos días —dije con una sonrisa ligera, intentando mantener la calma.
—Buenos días —respondió, sin levantar la vi