Capitulo 3— La boda

El sonido de las olas golpeando la arena era lo único que lograba calmar mi corazón.

No podía creerlo. Había pasado tan rápido que apenas podía respirar: el día de la boda había llegado.

Un día antes, la asistente de Alessandro, Claudia, llegó a mi casa en un auto negro lujoso que parecía sacado de una película. Llevaba un traje beige impecable, gafas de sol y un aire de autoridad que imponía.

—Isabella, señorita —dijo con voz firme, sosteniendo una carpeta—. Tenemos que salir ya. El jet privado nos espera.

Mi madre y Mateo estaban tan emocionados que no dejaban de hablar. Mamá sonreía como no la veía hacerlo desde hacía años, mientras Mateo corría por la sala gritando que iba a viajar en avión privado. Y yo… yo fingía estar igual de feliz, cuando en realidad sentía que el estómago se me cerraba.

El vuelo fue silencioso para mí, pero no para ellos. Mamá preguntaba todo sobre Alessandro: su familia, su fortuna, sus gustos… y Claudia respondía con una perfección inquietante, como si llevara años ensayando cada detalle.

Cuando aterrizamos en Hawái, un equipo de choferes nos esperaba. El aire era cálido, salado, con ese aroma a mar que se mezclaba con el perfume de las flores tropicales. Nos llevaron directo a un resort privado que parecía sacado de una revista de lujo: villas enormes, piscinas infinitas y una playa tan blanca que dolía mirarla.

—Aquí te vas a preparar, Isabella —dijo Claudia mientras me entregaba un itinerario con cada minuto planificado—. Mañana a las 7 a.m. empezaremos con tu arreglo. Todo debe ser perfecto.

No dormí esa noche. Tenía miedo. Miedo de fallar, de que alguien notara que todo era una farsa… o peor, miedo de que Alessandro descubriera que yo no estaba hecha para su mundo.

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El día de la boda

A las seis de la mañana, Claudia me despertó con un café en la mano y un equipo de estilistas entrando en mi habitación. Eran seis personas: maquilladores, peinadores, diseñadores… todos trabajando en sincronía, como si fuera una producción de Hollywood.

Mi vestido colgaba en el centro de la habitación: seda blanca, caída perfecta, bordado a mano, delicadas perlas incrustadas y un velo de encaje tan fino que parecía tejido por ángeles. No pude evitar tocarlo con miedo, como si fuera demasiado para mí.

—Eres hermosa, Isa —susurró mamá desde la puerta, con los ojos vidriosos—. Tu papá estaría orgulloso de ti.

Sus palabras me atravesaron como un cuchillo. Por un momento, deseé que todo fuera real. Que Alessandro realmente me amara. Que esto fuera un matrimonio por amor… pero no lo era. Y tenía que recordármelo.

Cuando terminé de arreglarme, Claudia me entregó un sobre.

—De parte de Alessandro —dijo sin expresión.

Lo abrí con manos temblorosas. Dentro, una nota escrita con su caligrafía perfecta:

"Recuerda, Isabella: sonríe. Hoy somos la pareja perfecta."

Tragué saliva. Mi corazón latía demasiado rápido.

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La ceremonia

El sol caía sobre la playa privada, tiñendo el cielo de tonos dorados y rosados. Una enorme alfombra blanca llevaba hasta el altar, decorado con orquídeas blancas, velas y cristal tallado. Los invitados, vestidos de gala, hablaban en voz baja mientras una orquesta de violines llenaba el aire con música suave.

Mi madre y Mateo estaban en primera fila, junto a la abuela de Alessandro, que observaba todo con una sonrisa orgullosa y… algo más. Había en sus ojos un brillo extraño, como si supiera más de lo que aparentaba.

Entonces lo vi.

Alessandro Moretti.

Vestía un traje negro hecho a medida, la camisa blanca impecable y una corbata de seda. Su mirada era intensa, fría, casi peligrosa. Por un momento, el mundo se detuvo.

Nuestros ojos se encontraron, y fue como recibir un golpe en el pecho.

No sonrió. Yo tampoco. Pero había algo en su forma de mirarme, algo que no sabía si era advertencia o… atracción.

Avancé lentamente, sintiendo cómo mis piernas temblaban bajo el vestido. Cada paso parecía pesar una tonelada. La gente nos miraba con admiración, creyendo que éramos la pareja perfecta.

Pero solo nosotros dos sabíamos la verdad.

Cuando llegué al altar, Alessandro extendió su mano. Su toque era firme, cálido… y peligroso.

Se inclinó ligeramente hacia mí y susurró solo para que yo lo escuchara:

—Relájate, Isabella. Sonríe… y no mires atrás.

Mi respiración se aceleró, pero obedecí.

El sacerdote comenzó la ceremonia. Cada palabra retumbaba en mi cabeza, como un eco imposible de apagar. Los flashes de las cámaras, el murmullo del mar, el sonido de los violines… todo se mezclaba con mi propio miedo.

Cuando llegó el momento, Alessandro tomó mi mano y colocó el anillo en mi dedo. Su voz sonó segura, dominante:

—Sí, acepto.

Y entonces me miró, como si esperara que yo huyera. Pero no lo hice.

—Sí… acepto —susurré, sintiendo que mi vida cambiaba para siempre.

Los aplausos estallaron. La música subió. Los invitados sonreían.

Para ellos, era una historia de amor.

Para mí, era una sentencia.

Mientras Alessandro me besaba por primera vez como su esposa, lo único que podía pensar era:

"¿En qué demonios me metí?"

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